03 abril 2007

El lado siniestro del escritor

Desde hace bastante tiempo elaboro el concepto –más como vaga idea esperanzada que como otra cuestión-, de que se puede escribir historias y/o artículos sobre todas las cosas que nos rodean, desde los libros que están aquí frente a mi –lo que sería una especie de arbitrio tautológico/mágico-, hasta la fila india de hormigas que aprieta la marcha sobre el tallo de la rosa del jardín. De la misma manera, podríamos ponerle letras a las hojas ya quemadas, muertas y ajadas del árbol que planté hace tantos años, y que se acumulan en la vereda, una sobre otra, para que el viento por fin las borre.

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Haciendo uso magnánimo de la voluntad, se podrían establecer paralelos y redactar un compendio sobre el curso de aquellas, sobre la dirección de la brisa que la empuja, sobre sombra que proyectan en el asfalto mientras la mortecina luz del ocaso las amedrenta, o sobre el romántico sensiblero que observa extasiado en aquel viento absorto de abril las hojas desperdigarse desatinadamente por las calles de una ciudad jodidamente alborotada.

En los volúmenes imaginarios que ya estamos pergeñando –yo mientras escribo, ustedes mientras leen, y que por cierto serían varios ya con aquellos datos minúsculos-, puede hablarse de las causas que llevan nuestro observador a emocionarse nostálgicamente con el vuelo frígido de aquellas minucias; de sus niveles hormonales, de los ritmos circadianos y la fluctuación de los mismos; del factor temperatura que aumenta la presión arterial ruborizando sus mejillas, o del lívido resplandor de sus ojos al escuchar aquella melodía cursi en el café, horas después, aun con las reminiscencias de la primigenia bruma dorada entre muchas otras cuestiones.

La nostalgia lleva a nuestro observador subjetivo y pulsional a pensamientos de este estilo: “Ay Laura, qué será de tu vida, así, tan lejos de la mía”. Sin saber, quizás, porque en lo profundo siempre se sabe o se siente, que en ese mismo instante Laura, que también identificó en la lejanía la estela mortuoria y decadente que festeja el otoño, decidió recordarlo labrando liturgias a la masculinidad itifálica de dos negros vendedores de chucherías de la avenida Callao… porque la nostalgia es así, te envuelve, te atrapa, te viola y te escupe ¿sentiría Laura la misma nostalgia que nuestro observador? Y… quizás en el interregno entre el miembro número 1 y el miembro número 2 la sentía, pero será algo que nunca sabremos… o quizás si.

A lo largo de la historia de la humanidad ha quedado demostrado empírica y deductivamente, que no hay peor cosa que un pelotudo obsesivo que para colmo esté triste… en realidad todas las personas obsesivas viven por antonomasia en plena y profunda tristeza maquinal, pero aquí hablamos de una forma distinta del pesar como se entiende. También cabe otra posibilidad que no se disocia del todo del patetismo melodramático: la transformación por interminables y abstractos segundos en Marcel Proust, o peor aun, en la explicación profusa que Walter Benjamin da de éste; lo que en nuestra epopeya onírica vendría a ser de la siguiente manera: las hojas, en un número indeterminado que queda entre uno e infinito, pero que a la vez no es ninguno de ellos; la brisa fresca sobre el rostro, la luz incidental… todo esto como ente concreto y no como suma de particularidades, da en nuestro observador una sensación extraña, inusual y desesperante.

Nuestro observador probablemente nunca lo hubiera sabido, pero se trata de aquel momento en que todos los espacios ficciosos de lo que llamamos memoria se reacomodan, toman su lugar real, y dan como resultado la sumatoria real del pasado de nuestra existencia. Quienes lo han sufrido, para bien o para mal, personas como Proust o Baudelaire, refieren que ese es el momento de quiebre, de pugna existencial, que es allí, en ese instante y no en otro, donde el todo cobra real sentido. Por decirlo en otras palabras, se rompe una estructura que existe y mal llamamos memoria, y se conforma otra, que deberíamos nominar con un neologismo aun inclasificable.

Allí tendremos a nuestro observador, sopesando la confusión, sintiendo en la tensión de sus músculos el peso real de una cuestión abstracta, víctima de la sumatoria de casualidades. También la tendremos a Laura, con suerte, incomodando al edificio con sus aullidos roncos pero firmes, víctima probabilística de la misma sumatoria de arbitrariedades. Sumatoria para nosotros, para ellos ya dijimos, un único ente.

El hombre cuando se encuentra solo, triste y miserable, busca una de dos cosas: el alcohol a raudales y la noche prostibularia; o bien el abrazo cálido y maternal de una mujer. Hay una tercera opción, pero es escalofriante, y aunque no parezca se da con bastante frecuencia, que es la de buscar el sostén en la puta, pero no en la profesional, sino en la otra, en la putita filantrópica.

Entre las variables que hemos dado, obviamente, la que cae mejor a nuestra historia es un intermedio, Laura, que tiene algo de madre y algo de puta, cosa que bien conocen algunas señoritas, señoras y abuelas que han disfrutado de las correrías en sus años mozos…

El problema con el azar es que siempre se presenta como azar, pero el hombre obstinadamente le da otro significado, que: es dios, mala leche, alfajor o tetas. No más de estas cuatro… en realidad, las dos primeras cuando aparecen interrumpen el paso cíclico de las dos segundas, porque en general, el hombre piensa en comida o en mujeres, y a veces hasta llega a cometer el dualismo pensar sobre las dos cosas al mismo tiempo y con el mismo rapto erótico, generando un aumento abrupto de la entropía cósmica.

Pongamos a nuestro observador en situación. En la costanera, ya de noche, con su sapiencia trastabillando de manera logarítmica. “Y si Laura hubiera sido esa mujer que tanto tiempo busque ¿Cómo fue que todo pudo terminar de ese modo? Pero si soy un pelotudo, no me tendría que haber ido así, mientras ella lloraba echa mierda en un rincón”… Observador desconocía que esa misma noche Laura ya mojaba la galleta en “Bronco”, bailanta del barrio de Constitución; así, sin mediar casi palabras, contra el paredón del fondo, mientras la cachaca rítmicamente auguraba unas semanas de futuro retraso menstrual.

Tomar coraje y llamar. Toma el celular, poseído por la hibryss como si se la aspirara. -Claro está, porque es lo que mas nos conviene así acortamos trecho hacia el final, es una obviedad que se me recriminará, pero ¡A mi qué me importa!-.

-Laura…

-Si, quién es… -Con la garganta reseca por los agites del ejercicio cardiovascular.

-¿Cómo quién es? Soy yo, XXXX. –Censuramos por motivos obvios.

-Ah, vos ¿Cómo estás?

-Mmm –duda-, Bastante mal, pensando en vos… bah, en nosotros viste, en esa noche que…

-Jajaja… no te digo yo, si siempre fuiste el mismo gordito pelotudo…

-Pero laur…

-No, Laura nada, no te das cuenta que siempre fuiste un pelotudo, un pobre gordo pelotudo. ¿O acaso vos pensabas que yo estaba con vos por…

-Pero… noche… llorabas… Laura… no me digas esas cosas…

Silencio. De fondo el negro, con ese acento entre francés y zulú, que les da esa tan característica tonalidad de auténticos deficientes mentales o como se le llama en el argot de la esquina: mogólicos, de esos que tienen la manija desproporcionada: “Quién es, tu noviecito… (Risas)”, mientras los morochos se reconfortaban uno a otro para seguir con la juerga. Observador escucho las risas, el cuchicheo, la afrenta, el sonido del resquebrajamiento de su espíritu…

-¿Con quién estas? –Inquirió el Observador jadeante, ya sin fuerzas… por supuesto, la hibryss ya se había ido a la mierda. Suena la risa de Laura como una puñalada: “¿Qué querés saber, con quién estoy o qué estoy haciendo?”

-Las dos cosas… ¡Decime!

-Me estoy garchando a dos negro mi amor, siiiii, ¿y sabés qué?

Con una mano en el pecho, como queriendo arrancarse el esternón: Que…

-Me encanta esto de hacerlo de a tres. –Sonaron las risas y las loas, como un poema alfanumérico. Por fin cortó la comunicación.

Siguiendo la cadencia de la narración. Nuestro observador, aquel mismo que ensimismado vio pasar las hojas por la vereda de mi casa, quedó estupefacto, roto, doblegado primero por aquella situación que comentamos bastante mas arriba, de ser el doble de Proust; y segundo por este revés destructivo que para todos nosotros era obvio menos para él, ¿Qué pensar de la novia –o ex novia- si ésta como presente de cumpleaños a su mejor amigo le regaló una fellatio en el balcón, mientras él dormía la borrachera tirado sobre la alfombra? (Claro está, esto siempre será nuestro secreto).

Aturdido, pierde conexión con la realidad, de nada de lo que sigue tendrá registro. Para un taxi y se dirige a su departamento. Cuando el chofer le exige el pago de la tarifa, Observador baja, lo toma del cuello por la ventanilla abierta y para sorpresa de todos, aun para nosotros, lo muerde a la altura de la yugular, seccionándola, junto con parte del esternocleidomastoideo. El taxista falleció algunos minutos después.

Entró a su departamento como un haz de rencor y fatalismo réprobo. Destruyó todo lo que estuvo a su alcance. Tomó la cuchilla de quince pulgadas que había pertenecido a su padre fallecido algunos meses atrás, antes de la ruptura con Laura. Luego salió a toda la velocidad que le permitieron sus 123 kilos distribuidos en un metro sesenta de altura. Observó sin entender el tumulto enfrente del edificio, diría indignado: “Esta gente de mierda…” y continuaría su marcha.

Llega a Callao y XXX (no lo doy por motivos de confidencialidad), toca timbre y espera. Mira su reloj, parecería decir que son las 23:30 pero “¿Y a mi qué carajo me importa?”. Sus ojos encuentran una sombra cada vez más nítida, la del portero, que al conocerlo lo deja entrar. “Che, XXX ¿te sentís bien? Se te ve pálido…”, por toda contestación observador profiere un: “Grrhhhh”.

Décimo piso, toca timbre nuevamente. Espera. La puerta se abre, el negro del miembro número uno, que al verlo figura una sonrisa de sorna. Observador toma la cuchilla del cinturón y lanza un mandoble que da por debajo del ombligo y se desliza hasta la altura de la punta del esternón por la línea Alba. El negro del miembro número uno mira sorprendido sin entender qué pasa, por qué sus vísceras cuelgan como racimos de mugre hacia afuera. Observador lo toma del pecho y lo empuja hacia dentro. Lugar donde está destinada la masacre.

El negro del miembro número dos, aturdido, sin entender qué carajo es lo que pasa, saltando en pelotas, recibe el metal en el triángulo ínguino-femoral, lugar por donde pasa la arteria femoral. Número dos comienza a desangrarse con celeridad, balbuceando en su pseudo-dialecto de infradotado.

Laura, sale del toilette. Se encuentra con Observador sentado en el borde de la cama, bañado en sangre. Laura tiembla: “XXX Qué hacés acá ¿Qué hiciste hijo de puta? ¿Qué hiciste?”. Observador solo mira. Se levanta con esfuerzo, como si todas las palabras de la metafísica de Aristóteles hubieran caído sobre él. La parte macabra de la historia ha comenzado. La estrangula, la viola al grito de “Mi amor, y yo te amo tanto…”, para luego cambiar por el “¡PUTA, puta de mierda!”, y volver con el primero, y así sucesivamente. Acabada la faena descubre que aun no ha muerto. Toma la cuchilla nuevamente, y secciona las dos mamas, primero la derecha, luego la izquierda. Laura no grita, no quiere o no puede gritar. Se dirige hacia los cadáveres hieráticos de los hombres de color. Le arranca sus partes todopoderosas. Uno no ha muerto, pero es un hecho: lo hará.

Laura aun vive. Observador la toma de los brazos y le separa lenta y concienzudamente los huesos del carpo, luego le corta la lengua para después extirparle los ojos, pero no la mata. Toma el miembro número uno del negro del miembro número uno y se lo introduce con cierta dificultad en la boca convulsionada de sangre. El miembro número dos fue a para a la cavidad vaginal de la mencionada. Toma ambas mamas, las sopesa entre sus manos, se excita, pero hace caso omiso a esta aberración. Coloca la mama derecha en donde iría la parte anatómica faltante del moreno uno, y repite la acción con el moreno dos. ¿Por qué lo procede de ese modo? Y, no sé, ni tampoco le preguntaría…

Transpirado, exhausto, lejos, muy lejos de la realidad, observador se para en el balcón. Siente el aire frío de la noche golpearle los pulmones agitados. Se mira el abultado abdomen, piensa “Tendré que hacer régimen nomas che…”, y cosas por el estilo. Todas estas simulaciones de racionalidad eran eso, ficciones. Él sabía que debía morir para culminar la tragedia. Nosotros sabemos que debe morir para culminar la tragedia.

Observador mira hacia Callao y Pueyrredón: “Es verdad, si dios no me hubiese mandado esa señal de colores y fantasmas jamás hubiera podido terminar con esta cadena de historias, etcéteras, miradas y silencio… Mañana parece que va a llover”. Observador se arroja del décimo piso ensuciando la avenida y provocando un caos de tránsito.

¿Cómo fue que comenzó todo? Diciendo que se puede escribir sobre cualquier cosa, hasta de las hojas de la vereda que obstinadamente me niego a barrer aunque la vecina me lanza cada día improperios de mayor calibre. Para que esta epopeya sea buena solo le falta una cosa: talento por parte del escritor… y bueno, esto es lo que hay por hoy.

Ahora, luego de contada esta historia –chota por cierto-, veo lo que puede causar unas hojas, el viento suficiente, y el sol a ciertos grados sobre el horizonte. Así que mejor tomo pala, escoba y me retiro. Será hasta la próxima.

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