26 septiembre 2007

Una casa con diez pinos

Hoy me siento mal... como el culo sería la palabra correcta, pero a los fines de la bitácora quedaría feo, salvo que lo pusiera en la boca del Argos.
Hoy no quiero escribir más, nunca más...
Hoy quisiera que las palabras: "No quiero jugar solito papá, quiero jugar con vos", no me hicieran llorar, no me hicieran gritar, no me dieran ganas de morir.
Hoy he llegado a la conclusión de que el único feliz es el ignorante y de que el vidente* carga con el peso de sus vivencias y de las fantásticas articulaciones...

Solo humo y soledad... siempre soledad.

19 septiembre 2007

La Jaula

Alejandra Pizarnik fue las letras de un tiempo y un grito solitario que, extraviado entre ambagues de realidad, se apagó hace treinta y cinco años...
Treinta y cinco años: toda una vida... más que una vida... La Jaula es un poema simple y maravillosamente estremecedor.

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La Jaula


Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.

Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.

Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.

15 septiembre 2007

les miserables...

Argos suele tener un sentido del humor perverso que ciertas veces incomoda al Escritor.

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-Hay gente que, simplemente, da ganas de vomitar-. Dijo Argos removiendose en su sillón mientras observaba la fotografía.

-Hay gente que vive la muerte-. Arrimó el Escritor.

-Una muerte lamentablemente metafórica...

-Oh Reliveran...

-Cicuta Escritor, Cicuta...

-Pensar que hay tanto taliban dando vueltas por el mundo, ¿no?

-Y bueno, Argentina es así, un muerto de hambre que desgasta su patetismo en pos de una fama que nunca le habrá de llegar, y un jugador de 'fulbo' al que la falopa le carcomió las neuronas de tal manera que apenas se le entiende cuando habla, pero que a pesar de eso, cuando abre la boca la gilada aplaude.

-¿No será por eso que pertenecen a la TV?

-Y...

-Aunque la morbosidad del drogón fashion ya no vende, reditúa más la gatita tetona y medio taradita que... ¿Sabés qué? Me pregunto qué pasaría si, en un presente alternativo, claro, la Wanda apareciera en el You Tube no ya pegando una mamada, sino explicando las contradicciones de la segunda ley de la termodinámica-. Ambos callaron, sumidos en concentradas cavilaciones mientras preparaban los Fée Verte que le daría el habitual vuelo literario y filosófico al posterior recorrido de su charla. El Escritor rompió el silencio:

-No me atrevo a imaginarlo... la ruptura de todo lo que conocemos, el apocalipsis, los cuatro jinetes, la muerte dolorosa...

-O el Angor animi.

-O cambiar de canal...

-Pero tiene buenas tetas...

-Gran verdad mi amigo, gran verdad.

(Perdón Víctor Hugo).

12 septiembre 2007

Despertar III - El huevo de la serpiente

Es extraño cómo una muerte nueva y desconocida nos trae a colación una muerte añeja y dolorosa, de esas que siempre se viven en presente, donde el transcurso tiempo presenta su verdadero rostro fragmentario, desparejo y circular. En realidad, la muerte es siempre la misma, lo que varían son las circunstancias de nuestro pequeño y endeble universo personal; no es ni oscura, terrible o inmoral, simplemente es, y transcurre de manera solitaria. Todas las adjetivaciones y elucubraciones posteriores son, ni más ni menos, que metafísica de charlatanes y literatura fantástica.

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Fue en ese momento en que decidí que la princesa suicida se llamaría, desde entonces y para siempre, Victoria. Porque Victoria, la princesa quimérica que tomó mi genio entre sus manos y lo destruyó, había sido el principio y el fin, la furiosa tempestad y el amor desecho de los desangelados. Y ahora, tan muerta, tan fría y tan lejana, en cierta manera se asemejaba a una polaroid, cuyos defectos se van borrando paulatinamente hasta quedar el papel en blanco, transformándose así en el recuerdo perfecto. Quizás necesitaba recrear la pérdida de la Victoria primigenia para volver a tener una excusa benevolente que me permitiera seguir destruyendo mi vida, no lo sé; lo que si puedo decir es que con ese nombre al fin pude encontrar la palabra que faltaba a esa extraña sensación: esa muchacha era Victoria, la otra y esta, como una transmutación de antiguas cosmogonías.

(Los hechos que relataré a continuación, sucedieron hace aproximadamente diez años).

Por aquel entonces comenzaba a ser reconocido como un proyecto de escritor con un futuro promisorio, y si bien aun no había publicado libro –no en realidad porque los hubieran rechazado, como apuntan mis detractores, sino por una absoluta falta de interés-, las tentaciones y los posibles mecenas no faltaban. Mis versos eran festejados en las tertulias y con eso era suficiente.

Ante la pregunta recurrente que, por supuesto me agradaba, solía responder: “Publicar es convertirse en parte del problema y no de la solución, ¿acaso no sería de alguna manera participar en la desintegración cultural del mundo? ¿Acaso ha nacido el nuevo Rimbaud de la poética, o el nuevo Joyce de las demás letras? El arte mediocre no es arte, es su copia devaluada, pueril y enferma”. Esta frase, más allá de su escabroso vaticinio, por lo general iba secundada por una risa escéptica, de fin de los tiempos.

Sin embargo, una de las tantas noches que ya amenazaban con convertirse en todas las noches, resonó una voz de mujer a mis espaldas, una voz áspera e intemporal: “No hacerlo es mucho peor que ser parte del problema, es ser un cobarde; un traidor de la peor clase, el que desde su inacción mira la hecatombe y las ruinas de su mundo decadente, sonriendo con suficiencia mientras se entrega a sus cantos de autocomplacencia y a la compadecencia estúpida del séquito de adoradores purulentos”. Giré la cabeza con una sonrisa amarga y forzada, reacción provocada no por la frase teñida de una divertida mezcla romántico-barroca –y básicamente verdadera-, sino por aquella música elemental de una voz que aunaba el eco devastador en mis moléculas vivenciales.

Las piernas infinitas, cruzadas; el humo del cigarrillo delimitando las configuraciones evanescentes de su aura, los largos cabellos rubios y de lado, junto con la magia opaca de sus ojos y labios asfixiaron el ingenio de las palabras; el tiempo no se detuvo, pero si aminoró su marcha y una extraña oscuridad se fue cerniendo sobre el rostro de los que, copa en mano, esperaban la respuesta sardónica. La respuesta no llegó y yo, que hasta cierto punto siempre hube sentido hasta entonces, en la porción metafórica e irreal de las multiplicidades del alma, el destino amargamente encantador de ser la encarnación de todas las letras de todos los tiempos, había sido derrotado en franco debate por una mujer… por esa mujer, mi cuerpo perdió la compostura ante aquella imagen, no por indignación como bien podría suponerse, sino porque simplemente formaba parte ya del extraño encantamiento de sus particulares conjugaciones.

Luego vino la confusión, el viaje narcótico y demencial; el alcohol, la poesía, las drogas, la larga orgía proselitista; éramos la representación de lo dionisiaco y de lo extremista. Éramos hedonistas militantes, pero también la muestra brutal y espástica de la decadencia de nuestro tiempo; éramos grandes idealistas y profundos pensadores… éramos artistas, pero también la prostitución de todas las cosas y de todos los mundos imaginables, posibles o probables. A través de las curvas sinuosas de los recuerdos puedo ver a Ricardo arrastrándome, semiinconsciente y desnudo, por el piso frío de la amplia habitación, esquivando los cuerpos desnudos sembrados como después de una batalla descarnada e impiadosa, batalla que en realidad tuvo lugar, sólo que en sentido figurado; luego de vomitar hasta recuperar algo la conciencia, el mismo Ricardo se encargó de empujarme por las calles frías de Buenos Aires, mientras aun ebrio de lujuria revolucionaria y de muchas otras cosas, gritaba versos por la calle entre señoras que se apartaban espantadas y caballeros fruncía el ceño. Luego que nos detuvo la policía, un oficial muy rígido y con bigote reglamentario nos golpeó salvajemente para luego meternos en la patrulla. Recuerdo haberle preguntado a Ricardo, muy lejos de la difícil situación en la que nos encontrábamos: “¿Quién era esa?”, él me miró con el gesto adusto, con la furia contenida y bien fundada: “Esa es Victoria”. Y así comenzó la pendiente, sin haber llegado a la cima ni a ningún lugar, pero en ese momento no podía saberlo, eran tiempos donde todo lo que tocaba se convertía en palabras, donde escribía con sangre y frenesí.

De aquel frenesí hoy sólo quedan mis venas abiertas, donde la nada arenosa se retuerce por todo lo que ha sucumbido. Hoy he perdido a Victoria, ésta Victoria que es la otra, en esta muerte que es la otra, y en mis letras que nunca volvieron a ser las mismas. Soy la sombra subyugada de un poeta que fue grande, y que avanza por la ciudad, entre perdido y delirante, al encuentro de la otra parte del pasado –quizás la más insignificante-: Ricardo. Pero decir Ricardo es decir Victoria, es traerla una vez más desde su mundo extemporáneo, del abrigo inexpugnable de un olvido parcial y reparador que ocultó sus pequeñas atrocidades.

05 septiembre 2007

La cólera del Argos - El gordito del bombo

“…El género humano, me explicitó, consta, malgrado las diferencias climáticas y políticas, de un sinfín de sociedades secretas, cuyos afiliados no se conocen, cambiando en todo momento de status. Unas duran más que otras, verbi gratia, la de los individuos que lucen apellido catalán o que empieza con G. Otras presto se esfuman, verbi gratia, la de todos quienes ahora, en el Brasil o en África, aspiran el olor de un jazmín o leen, mas aplicados, un boleto de micro. Otras permiten la ramificación en subgéneros que de suyo interesan; verbi gratia, los atacados de tos de perros pueden calzar, en este preciso instante, pantuflas o darse, raudos, a la fuga en su bicicleta o transbordar en Temperley. Otra rama la integran los que se mantienen a esos tres rasgos tan humanos, inclusive la tos”. El gremialista. Bustos Domecq (Jorge Luis BorgesAdolfo Bioy Casares).

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Me pregunto si los gorditos que tanta alharaca hacen con sus protestas irreflexivas pagarán todos los perjuicios que han provocado estos últimos días. Porque ahora resulta que aparecen boicots por todos lados y que los gordillos del bombo son los nuevos héroes de la República... Asco dan, tanto asco dan.

Toda persona con buen sentido –tan alejado del sentido común como venus de Madagascar- puede preguntarse tranquilamente: ¿Cuál es el poder ininteligible que les permite a señores obesos que ganan pequeñas fortunas a manera de sueldos -y de otras maneras un tanto menos claras o un poco más espurias-, manejar los hilos de la sociedad? ¿Por qué las medidas de fuerza de los grasosos Hades infernales se dirige, de manera continua, contra las personas que, apelotonadas en una masa informe y sudorosa tratan de desempeñar sus tareas? La respuesta es simple: por la fuerza real del conjunto y por la fuerza simbólica del conjunto.

Los "muchachos" se preocupan ahora por la seguridad de la sociedad, pero sabemos que en realidad esta cuestión nunca les preocupó, jamás; sino que únicamente reaccionan cuando algo les incumbe directamente, o lo que es lo mismo: pone en riesgo su miserable cuota de poder de hecho. Lo de la seguridad social es el pretexto cada vez menos creible que utilizan para darle algún tipo de validación a sus protestas... Protestas que vienen de alguien que por bajar una palanca o retirar un ticket ganan más que vos, lector, y que yo. No es que su dinero sea malhabido, ni que haya que defenestrar el derecho moral de la huelga -Si, dije moral, aunque muchos de ustedes no lo crean-, sino que lo decente sería blanquear la situación.

Los otros gordos, los órficos tranviarios, o lo que es lo mismo: "La Fraternidad" de los maquinistas y "La Unión Ferroviaria" del resto, declararon paro porque las personas hartas de las esperas se agarró a golpes contra todo lo que se movía. Huelga por reclamo de medidas de seguridad... ¿No suena a contradictorio con el discurso que en general plantean a la hora de sus reclamos sindicales por aumentos de salario? Entonces, como la sociedad es mala y no se merece a personajes de "tan alta alcurnia" como los gorditos del bombo, toman una medida unilateral que nos amputa los medios de transporte -de los pocos que funcionan, no bien, que funcionan-.

En Argentina si hay algo que no existe es el equilibrio y, por lo mismo, el buen sentido. Tenemos un problema, entonces: cortamos la calle, hacemos piquete, declaramos huelga; si a las señoras gordas les tocan la platita añorada hacen algo analógico: el "cacerolazo", que es metodológicamente lo mismo, pero simbólicamente distinto: "Porque nosotros somos gente bien, no como esos vagos cabecitas". Para mi no hay diferencias, todas y cada una de estas usanzas me provocan nauseas. El diálogo siempre es posterior, la negociación siempre es postrera a la medida de fuerza, como una alquimia a la inversa... Y después me preguntan con el gesto adusto y la preocupación en ciernes, por qué me alejo cada vez más de la parte social de la sociedad...

"Nunca niegues al poeta el dolor de la transubstanciación del bailarín infernal, donde los dulces pétalos de la oniria se colman de la lívida cólera de los puñales".

02 septiembre 2007

Próximamente...

Estuvimos releyendo los dos capitulos de "El despertar", y la junta conformada por: Argos, El Escritor y el Sofista, llegó a la conclución de que merece otra chance. Así que, por lo pronto, trabajamos en el tercer capitulo de esta zaga.

Por cierto, la junta cree que es necesario dar las gracias a los lectores por las 10 mil entradas en este lapso tan corto de tiempo.
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