05 agosto 2008

sobre mascotas y otras calamidades

Ayer, mi viejo y querido ovejero alemán, me mordió. Mi primer impulso fue agarrar la escopeta, descerrajarle un tiro en la frente, hacer un lindo pozo al lado del limonero y recordar que alguna vez tuve un gran perro que se llamó Dinno. Sin embargo me contuve. Recordé todos los años que llevamos juntos, a decir verdad, es el ser que más tiempo me soportó, algo así como 14 años, y el sólo hecho de haber pensado en bajarlo de un fierrazo me aterrorizó.

Sé que soy un gringo grande y bruto, y que una caricia mía bien puede pasar por una agresión frente a la liga de amas de casa o las asociaciones protectoras de animales. Pero Dinno es como yo, en lo grande y en lo bestia, entonces mis palmadas le sientan bien, tanto así que suele cerrarme el paso del jardín a la casa si no le doy mi cuota diaria de cariño, cuando no lo hago se ofende y hace como que no me conoce, hasta el otro día a las siete y media de la mañana.

Con la edad, mi fiel can se fue transformando en un tipo jodido. Ayer me mordió, no fuerte pero tampoco jugando, fue un tarascón de advertencia y tomé nota, porque Joaquín también es un gringo grande y bruto en relación a sus recientes cuatro años, y un animal que represente un riesgo para él, bien merece encaminarse al paraíso de perros leales. De momento hicimos las paces, pero nos vigilamos de cerca, y así la confianza es una putada.

Me mira.

Lo miro.

Mueve la cola.

Sonrío.

Me mira.

Lo miro.

Me doy cuenta que va siendo la hora del recambio, me entra la duda, ¿labrador o golden retriever? Observo, tanteo, lo dudo, vuelvo a buscar. ¿No es totalmente horrorozo que se vendan perros en Mercado Libre y en Ebay? Una idea pasó por mi cabeza como una exhalación, algo así que a veces el horror nos simplifica la vida, pero no pude evitar pensar en Alemania, Blondie y en todas las porquerías que se han hecho en el mundo porque en algún momento las personas utilizaron ese pensamiento vergonzante como una especie de máxima. Me dio asco, mucho asco, pero tampoco pude evitar preguntarme si existirá un Ebay para esclavos sexuales, la venta de órganos y otra cantidad enorme de barbaridades. Al fin y al cabo, donde hay dos imbéciles ya hay un mercado. Ya lo demostraron Corsi y su banda de putos degenerados.

Pero yo no quería profundidad de pensamiento, quería un perro lindo y dócil que crezca con Joaquín, para que no se transforme en esa clase odiosa de personas que le tienen alergia a las mascotas.

Mi primo dijo que conocía un criadero en Canning que vendía perros de la raza que andaba buscando.

Nunca había ido a un criadero de canes y me pareció una idea contradictoria, siempre creí que a los animales se los criaba en base a amor y cariño, ¿pero se puede combinar esas dos cosas y a la vez convertirlo en una mercancía?

Cristian: ¿Y usted cómo sabe que no soy un loco que le compra el animal para ponerlo debajo de la rueda del auto y pasarle por encima?

Criador: Si me paga lo que vale dudo que lo haga –pensamiento no del todo incorrecto, cuántas veces la gente pondera ante todo el dinero invertido-.

Cristian: ¿Y usted qué sabe? ¿Acaso tengo carnet de buena gente?

Criador: Bueno, si quiere después puede hacerlo empanadas, eso a mi ya no me importa.

Cristian: Con todo respeto señor, usted es un flor hijo de puta y habría que cortarle las pelotas.

Criador: ¿Por qué no te vas a hacer coger a máquina, pelotudo?

Cristian: Gracias, pero tengo turno a las dos, después de su señora.

Mi primo me miraba con la boca abierta, yo lo miré restándole importancia. Era el punto crucial donde no tardaría en volar una trompada. Di media vuelta y me fui, mientras ‘el guarro’ se deshacía en disculpas y el criador, halagado por ellas, mantenía un falso aire ofuscado. Mi primo, de los dos, siempre fue el más diplomático.

Primo: ¿Pero vos no querías un perro, boludo?

Cristian: Si, dejá, me compraré un canario.

Primo: ¿Pero qué querés al final, un perro o un pájaro?

Cristian: Quiero que la gente sea menos pelotuda de vez en cuando.

El primo me dejó en la puerta de casa y se fue, manchando el aire de invierno con una retahíla de puteadas.

Escuché las pisadas, el Dinno me miró de frente y avanzó con el paso cansino que le fueron dando los años para cerrarme el paso. Le dí una palmada en la cabeza, me miró, lo miré; sonreí. Tengo la extraña sensación de que también sonrió pero a su manera, como si en algún momento hubiera pensado en comprarse un nuevo amo.
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