03 noviembre 2008

Desgano

Desganado, paseo el puntero de mi mouse por la pantalla y reviso páginas que normalmente no vería, como por ejemplo mi blog. Me doy cuenta que desde agosto no escribo nada, absolutamente nada que no tenga que ver con trabajo, como una forma un tanto estúpida de no escuchar mi propia voz.

Pero el problema, en realidad, es que agosto no pasó, agosto se derrumbó y me llevó con él. Me condenó a no cumplir 27 años y a mantenerme en una retrospectiva que no ceja, en un adiós aun incomprensible. Los amigos estuvieron, aun los de la distancia de un océano; los hermanos estuvieron, pero yo no pude estar. Quedé con el alma espástica y con los sueños acalambrados en una marea indeterminada.


Cuando mi hijo nació –como bien concuerda mi amigo Manuel-, me entregué a la irresponsabilidad de no pensar, y dejé de pelearme con gente que intuía tener ideas interesantes, una intuición muchas veces desmesurada. Me di a lo irrelevante, al periodismo y al lete con una suerte cambiante. Busque simplicidad, porque el desarrollo siempre tiende a la simplicidad.

Cuando falleció mi padre sobrevino la apatía, la impaciencia y la conciencia de finitud. La búsqueda de lo simple se convirtió –y que no se confundan-, en la búsqueda de lo elemental y en el comportamiento estanco.

Lo elemental es una droga iridiscente, rompe con la visión del todo, nos entrega a la normalidad oscura de los hombres normales y a la mediocridad absoluta de los hombres normales, y esa anormalidad que rompe las convenciones se transforma en una molestia, porque a la larga uno se vuelve un hombre normal.

Entonces me encuentro leyendo libros del gordo Feinmann y me sorprendo encontrándolo interesante, como si de pronto ya fuera un ser retrógrado con una patina de izquierda como el mismo Feinmann, o un erudito de salón. El salón y Feinmann siempre me dieron asco porque reivindican lo mismo, la vulgaridad paradojal, porque ser vulgar con palabras rebuscadas también es posible; es casi toda una obligación.

Supongo que volveré, no sé cuando, ni cómo, pero uno siempre vuelve a lo que es inexorable.
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