“Yo creo en vos, es una pena que vos creas en otras cosas”, le dije con cierta pena, cuando el horizonte amenazaba con desaparecer en un fárrago de bruma y gris. Ella también me miró, pero con otro ímpetu. Creo que pensó en coserme a puñaladas y dejarme a merced de la bonaerense que con su inescrutable exactitud, me daría ya por muerto, por nostálgico y suicida.
“Murió de amor -escribirían en sus informes tenebrosos , con aire lapidario-, se suicidó de cuatro puñaladas en la espalda”.
En la otra parcela del universo, caminamos de la mano hasta un recital indescriptible, donde ejecuté las variables de mi posible venganza.