12 junio 2009

El dedo

La primera irregularidad vino con la modificación de la ley que establecía que las elecciones legislativas debían celebrarse el tercer domingo de octubre. En ese entonces, la aseveración de toda la oposición fue “no llegan a octubre”. El Gobierno se escudó en la crisis internacional y en el adelantamiento eleccionario en algunos distritos claves para el futuro del oficialismo en el Congreso. Sin embargo, el hecho se consumó y la gran mayoría de los partidos –no todos, porque aun se conservan excepciones-, hizo uso del método más simple para elegir sus candidatos: el dedo.

El dedo, a lo largo de la historia democrática argentina ha sido una pobre manera de reemplazar las internas partidarias y suprime su objetivo primordial, que no es sólo la selección de los mejores o más representativos miembros del partido, sino la confrontación de diferentes proyectos. Esto nos lleva a una pregunta compleja, si en el medio de las bravuconadas y los adjetivos se exponen ideas.

Hoy, la cuestión pasa por el rating, por los minutos en pantalla y por quién puede trasponer más o menos exitosamente el material de archivo. El problema entonces, se divide y quizás exista una explicación al dedo. Electorado argentino, en sus vaivenes democráticos, nunca o casi nunca eligió en base a proyectos o con miras a un largo plazo, sino todo lo contrario, cayó una y otra vez en el enamoramiento estuporoso de los líderes carismáticos, generalmente populistas y metodológicamente silenciosos, vendedores de recetas milagrosas y verdades reveladas, que -muchas veces- culminaron con el engrosamiento de sus bienes y con hordas invariables de litúrgicos proselitistas encargados de lo moral e inmoralmente posible en aras del continuismo.

La falta de ideas, entonces, nos lleva a algunos problemas, primero de orden discursivo y luego de orden territorial. La propuesta territorial por parte del oficialismo es inteligente, se sabe que su única oportunidad está en la provincia de Buenos Aires, más precisamente, el segundo y tercer cordón, que son más permeables a las prebendas. He de aquí la nacionalización de este distrito, tanto más cuando los otros grandes centros electorales como Santa Fe, Córdoba y Capital, le son adversos.

La usina oficialista es una gran máquina generadora de palabras y reconversión de conceptos. Reinventó la palabra “testimonio” y con ella justificó las candidaturas falsas de varios de sus funcionarios. Todos estimaban, en el fondo de su buen sentido, que el testimonio del político es su función como político, la que obtuvo haciendo promesas en una elección anterior. Sin embargo, Néstor Kirchner, de la mano de su asesor y actual subsecretario de medios de la Nación, Alfredo Scocimarro, demostraron que no, que el testimonio del político es hacer nuevas promesas sobre las viejas, o lo que es peor, nuevas falsas promesas, ya que los candidatos que dan testimonio, nunca asumirán. El eslogan es la “defensa del proyecto” y sirve para encubrir el desgano o la incompetencia para sugerir nuevas formas de llevar el país adelante. Así, la “defensa del proyecto”, suena a “mayoría automática”, otro eslogan del kirchnerismo con que se atacaba a las estructuras del menemato. Y si hay algo que 10 años de menemismo deberían haber enseñado es que la mayoría automática anula las ideas y, por consiguiente, el disenso; es decir, la maquinaria democrática.

Del otro lado también hay eslóganes y, en el fondo, silencio. Los grandes carteles del candidato Francisco de Narváez anuncian “yo tengo un plan”, pero en ningún momento se le escuchó decir cuál era o en qué consistía. El panorama empeora cuando se cae en la cuenta de que De Narváez ya es diputado. Entonces, ¿dónde está la enunciación de su plan o su puesta en práctica? A lo que se suma su tándem con Felipe Solá que suma todas las definiciones de tránsfuga que aporta la RAE. Sin embargo, aquí también surge lo mismo que en el oficialismo, el plan se declama en tanto concepto vacío en el que puede entrar cualquier cosa, pero en sí, no dice nada. Pero lo que sí dice, de manera solapada, es que aquí también se usó el dedo y que son la otra cara de una interna justicialista que vez tras vez fracasa.

En tanto, el Acuerdo Cívico y Social –nombre poco marketinero para designar a una coalición-, se pierde por los laberintos de lo que mejor hace, el discurso culto y estéril que no satisface la pregunta que refiere a su actividad en el Congreso ni al porqué de su pan-ideologismo. Aquí, la cuestión es oponerse y el ataque es ad hominem, como también sucede con el pro-peronismo.

Con esto la democracia se empobrece, ya que para subsistir necesita de las ideas y sus debates. Al no expresarse las primeras, por no existir o por el mero hecho de subestimar al electorado, los debates se transforman en críticas de archivo hacia sus personajes, mientras se deja de lado lo central, o sea, el futuro. Y aquí radica la importancia del dedo, que lustroso y omnipotente, designa a las figuras con mejor imagen pública, que son capaces de movilizar las esperanzas de la gente abriendo apenas la boca.


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