07 diciembre 2007

Mientras tanto

Que si, que estoy bien, que la mano todavía me responde -ketorolak mediante-, que sólo estoy agotado, recontrapodrido de escribir, tanto así que veo un teclado y me dan ganas de llorar. Que si, que vengo absolviendo bien el golpe de que Joaquín haya dejado los pañales y de que me diga que ya es un nene grande aunque todavía se me cuelgue a upa; si, también sigo pensando que es un milagro de la naturaleza con sus ojos azules despejados y su vocecita recriminadora cuando no me afeito.

Que si, que fui al médico y que desde la Marie nadie me había pegado tal reto y con tal insolencia. Había que verlo con su metro cincuenta y su barriga, con las mejillas sonrosadas de gordito pederasta, esgrimiendo el dedo índice con toda la sapiencia aparente de quien la ausculta frente al espejo... En fin, dijo que debo parar con el trajín si pretendo llegar a los treinta y cinco. Terminé por creerme la advertencia, pero aun no sé por cuánto tiempo, ya que aunque intento no puedo desprenderme de mis raíces filosóficas.

En fin, en los próximos días estaré escribiendo y eso es lo que nos importa a todos.

26 noviembre 2007

Furia y muerte en Avellaneda (26-6-2002)

Néstor dice que debo dedicarme al cuento o a las ficciones y yo me pregunto qué sería de mis escritos si alguna vez les dedicara algo más que los diez minutos que les entrego usualmente. En esta oportunidad jugamos a ser cronistas del pasado pero en presente, y yo, fiel a mi alma teorética me pierdo por las páginas de Foucault tratando de meter subliminalmente alguna que otra apostilla que sirva para darle algo más de profundidad al intento de crónica.

Néstor tiene razón en un sentido dual. Por una parte, tendría que dedicarme a la literatura pero para eso necesitaría un mecenas y una niñera. Por otra parte, ¿qué son las crónicas sino la ficcionalización de un momento dado, una ficción que, claro está, ponemos en términos lo más objetivos posibles para que el lector desprevenido crea que está leyendo una versión imparcial? ¿Acaso la misma vida no se transforma en ficción al ser enunciada? Podríamos escapar de esto ejerciendo una visión panóptica de las cosas, teniendo todos los puntos de vista de cada momento y en cada una de las circunstancias, pero estaríamos frente a algo contradictorio, tan contradictorio como el alma de los hombres, y los hombres no desean por lo general ver reflejadas sus contradicciones. Quizás la única diferencia entre el periodista y el filósofo sea que el primero ficcionaliza hechos intrascendentes que tendrán una importancia actual, y el segundo ficcionaliza sobre ideas no menos intrascendentes que tendrán una importancia posterior. Al fin y al cabo, los dos deben ser, causa sui, grandes mitificadores.

Demasiada introducción para un escrito tan breve…

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FURIA Y MUERTE EN AVELLANEDA

Dos muertos, 90 heridos y más de 160 detenidos fue el saldo del violento enfrentamiento entre grupos piqueteros y las fuerzas de seguridad, en uno de los principales accesos a la Capital Federal desde el sur del conurbano, el puente Pueyrredón, en la localidad de Avellaneda.

Los días anteriores, el gobierno nacional anunció que no permitiría ningún corte en los accesos a la Capital Federal y que estos, en el caso de producirse, serían persuadidos por las fuerzas de seguridad. Ante el inminente corte del puente por parte de grupos de piqueteros y desocupados, el Secretario de Seguridad, Juan José Álvarez, dispuso, con el aval presidencial, un operativo de más de dos mil efectivos, aunando las fuerzas de la policía -Federal y Bonaerense-, la Prefectura y la Gendarmería nacional. Operativo que fracasó en el objetivo persuasivo, dando paso a una brutal represión que se diseminó en una lucha cuerpo a cuerpo por las inmediaciones.

Un grupo reducido de efectivos de la policía bonaerense se adelantan parapetados con cascos y escudos, en un intento vano por intentar detener la marcha de los más de dos mil manifestantes congregados en la zona. Cuando ambos grupos se encuentran a escasos metros comienzan los tumultos, sin importar a esta altura de qué lado provino la primera provocación. Suenan los estruendos de las balas de goma al impactar sobre los cuerpos, el color blanquecino de los gases lacrimógenos tornan el ambiente nebuloso e irrespirable, como un ensueño infernal de violencia y desmanes. Entra en acción los efectivos restantes, la policía federal se introduce en territorio bonaerense, perdiendo su jurisdicción, transformando el hecho en una cuestión absolutamente ilegal. Los manifestantes se desbandan y retroceden, comienza una cacería que tendrá lugar en cada esquina de las adyacencias.

En la estación del ferrocarril Roca de la localidad, Darío Santillán es alcanzado por balas de plomo y cae. Maximiliano Kosteki se separa del grupo que a estas alturas huye por la avenida Pavón para auxiliar a su compañero herido de gravedad, quizá ya sin vida. En esa acción lo encuentran los proyectiles policiales que dan en su espalda. Kosteki tarda en morir, agoniza lentamente ante la inacción de los oficiales presentes. Afuera de la estación siguen las corridas y la violencia, la locura insensible, la fuerte dicción de los palos y de los gases; pero dentro, en el hall de la estación, se extiende perturbadoramente el estallido sigiloso de una muerte y el camino inexorable de otra, una persona agoniza, ya sin banderas políticas.

En la guardia del hospital Fiorito el comisario Alfredo Franchiotti, rodeado de periodistas intentó desligarse de las muertes y del accionar paupérrimo de las fuerzas de seguridad, refugiándose en la absurda versión oficial de que las muertes fueron causadas por disputas internas dentro de la manifestación, cuando los puñetazos furibundos de un activista se estrellaron de pleno en su rostro.

Sangre, furia y muerte en Avellaneda, una macabra alegoría de la disolución republicana que como una hemorragia profunda y huracanada arrastra el único logro a medias del gobierno de Eduardo Duhalde. Mientras que en el eco del violento fracaso de una reconstrucción positiva de la Argentina que alguna vez soñó con ser grande, sonarán las tristes palabras de Álvarez como un amargo estertor insoslayable: “La policía en ningún momento portó balas de plomo. Por lo que tengo entendido, la balacera se produjo entre los bloques piqueteros. Igualmente, se investigará hasta las últimas consecuencias”.

12 noviembre 2007

Memorial de una crónica con pocas ganas

HURACÁN GOLPEÓ A RIVER EN EL APERTURA

Luego de encontrarse en desventaja, el equipo dirigido por Osvaldo Ardiles logró dar vuelta el resultado y hacerse con el triunfo 2-1 frente a River Plate.

Los dos debían ganar, por diferentes motivos, pero debían ganar. Huracán para cerrar una temporada exitosa en su regreso a la categoría máxima del fútbol argentino. River Plate para mantener sus -remotas- chances de llevarse el torneo apertura, para romper con un cúmulo de temporadas sin títulos. Aun así, el técnico Daniel Pasarella, con el objetivo puesto en la revancha contra Arsenal de Sarandí por la copa Sudamericana, presentó un equipo mixto, conformado por varios suplentes y juveniles; por lo que la derrota no dolió tanto a la ya convulsionada hinchada de River, aunque indudablemente dejó el sabor amargo de una nueva derrota.

Durante el primer tiempo, el desarrollo del partido favoreció al equipo de Núñez, que con un planteo inteligente presionaba al local. Este, con una formación estática no se mostraba práctico a la hora de salvar la mitad de la cancha y despejar el peligro cada vez más cercano a su valla. En las tribunas se percibía cierto escepticismo, no tan pronunciado en la tribuna de Huracán, ya que ganarle a un grande de la envergadura de River siempre es un punto de motivación; pero si en los hinchas de River, el aburrimiento especulativo del encuentro –más allá de algunas acciones de riesgo sobre el arco local-, no prometía gran cosa, en otras palabras, ofrecía lo que ya es usual en la etapa Pasarella: aburrimiento y la posibilidad cierta de una nueva derrota. En los diálogos internos, con cierta acritud se pide la cabeza del técnico.

Alrededor de los 20 minutos el partido se equilibra y comienzan situaciones de riesgo moderado en ambas aéreas. Las tribunas siguen con impaciencia el poco fructífero trámite del partido. Llega Huracán al arco visitante y por poco se queda con la apertura del marcador, pero en un fugaz contrataque, luego de una pared con Andrés Ríos, Sixto Peralta la picó ante la salida del arquero: Gol, no un gol de antología, pero al fin gol. El festejo tardó unos instantes en producirse, los hinchas del club de Núñez se miraron incrédulos entre si, como si un hecho fuera de lo común hubiera ultrajado la oscura monotonía del partido, era un gol que los ponía en ventaja. Era, de hecho, algo poco común en estas últimas temporadas.

Sobre el final del primer tiempo una catarata de insultos póstumos corre hacia el campo de juego. “Eso es penal hijo de una gran p…”, espeta un hincha visitante al árbitro y toda la tribuna empuja. Una larga corrida de uno de los juveniles debutantes en este encuentro, un defensor local le cometió infracción dentro del área. El árbitro la cobró afuera. Una hinchada insulta ante la posibilidad impensada de aumentar la diferencia, la otra suspira por esos mismos motivos; el réferi: mutis por el foro. Así termina el primer tiempo.

Para la segunda parte Osvaldo Ardiles mueve el banco y le da entrada al veterano Antonio Barijho. El cambio surte un efecto inmediato, Huracán se muestra más ofensivo, más dispuesto al juego abierto. El equipo visitante, conformado por juveniles y por habituales suplentes –muchos de los cuales, se preguntan los fanáticos el porqué no les han dado aun el pase a retiro-, quiebra la barrera de la prudencia y se entrega al franco retroceso, en desbandada, casi con temor. Se percibe en el aire, en el campo, en las tribunas, pero el gol ‘quemero’ no termina de llegar. A los 14 minutos del complemento, la actitud temerosa del visitante da lugar al desborde por izquierda; centro, cabezazo y gol. El Diego Maradona entra en frenesí, la hinchada de Huracán festeja el principio del final de un grande, por lo menos en lo que se refiere al torneo local.

El partido empatado. La perplejidad de los espectadores visitantes comienza a tornarse en resignación, una pesadumbre que da paso a la maledicencia sobre el técnico, que se repite vez tras vez, como una oda circular de Wagner. La tribuna local es pura algarabía y aliento, empuje y festejo; ven una victoria próxima y posible, el griterío ensordecedor es la inyección anímica necesaria para que huracán tome el centro de la escena en el sprint final.

A partir de ese momento y con el partido en tablas, Huracán sacó a relucir todo su rodaje y experiencia en la segunda categoría del fútbol argentino, y pocos minutos después llegó lo que quizás todos esperaban, un derechazo de Sanchez Prette que se incrustó en la red del arco visitante, y que destruyó el endeble sueño de los juveniles de Pasarella. El jugador local lo gritó con desahogo, con toda el alma, como se debe –según los entendidos-. Barijho también lo grito, pero de cara a la tribuna visitante, más como un fanático de Boca que como un jugador profesional. Esto incitó la ira del público que arrojó al campo todo lo que tenía a mano y provocó la suspensión del partido por unos minutos.

El segundo gol de Huracán sentenció el final del encuentro faltando más de 20 minutos para el cierre –más allá de los tumultos provocados por la insensible estupidez del delantero de Huracán-. River tropezaba una y otra vez con la inexperiencia de sus debutantes y con la morosa mediocridad de los habituales suplentes. Huracán siguió buscando hasta el final, River ensayó algunos cambios inefectivos y todo terminó como la lógica de un partido opaco y chato lo indicaban. Al final de cuentas, a River le quedará el triste consuelo de una revancha con Arsenal, por la copa Sudamericana, un consuelo con gusto a poco que mira desolado y con añoranza la historia de un club que fue grande y cuyo presente huele a fracaso no sólo deportivo. De un lado esto. Del otro lado fiesta, los “quemeros” están de fiesta y la tienen merecida.

05 noviembre 2007

Noche, humo y caminos

Porque grabé esto y no me termina de cerrar, pero es lo que sale en días como hoy que extraño a Joaquín con toda la vida.
Que suena a noche y a humo dijo Manuel, que suena a hombre solitario que busca un camino dijo Mariana. Yo prefiero no ponerle nombres y olvidarlo rápidamente, porque eso significaría que estamos jugando a los autitos con mi niño.
Por cierto, no le pidan demasiado a mis manos enfermas. Y si, la calidad del audio es horrible, pero es lo que hay.

Click acá para descargar el archivo o acá: http://rapidshare.com/files/67623260/REC008.WAV.html

31 octubre 2007

La muerte de un viajante

Ensordecedores fueron los aplausos y ovaciones que se elevaron desde cada rincón de la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza al promediar la medianoche del viernes. Podía leerse en el rostro de los presentes el agradecimiento por una obra impecable, el reconocimiento al enorme talento del multipremiado actor Alfredo Alcón, tanto así, que si Esquilo, Sófocles, Ibsen o el mismo Arthur Miller hubiesen pensado en un actor para sus tragedias, seguramente sería éste, con su magnánima presencia en el escenario y esa capacidad embriagadora para mantener al espectador al vilo de las emociones. El otro gran protagonista de la obra, Diego Peretti, logra momentos de gran lucimiento actoral por más que en ciertos pasajes se note su dedicación eminentemente televisiva.

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La función, prevista para las 21 hs., se demoró unos minutos ante la continua llegada de espectadores que, ignorando los letreros repletos de luces y photoshop del teatro de revista que abundan por la calle Corrientes, optaron por un drama gigantesco e intemporal en un auditorio, a priori, austero. Llama poderosamente la atención la ausencia de público joven, esas personas que son sobre todas las cosas el futuro del teatro. Quizás la auscultación del alma de un solo hombre –que de eso trata “La muerte de un viajante”-, que es al cabo todos los hombres, como una gran elipsis schopenhaueriana, sea demasiado chocante para una juventud enclaustrada en el relajo de espectáculos que requieren como virtud, de las redondeces curvosas del semillero de nuevas modelos tontas y de una pasividad intelectual que se da la mano con la falta de sentido alegórico.

La escenografía minimalista emplazada por Jorge Ferrari, se bastó de una cama y cuatro sillas que irían cambiando su distribución sobre un alfombrado verde, dando el clima deseado de angustiante soledad aun en los puntos más álgidos de las ensoñaciones que los personajes se permiten. Un escenario elemental que cumple con su cometido de recrear el clásico de Arthur Miller más en base a talento actoral que a parafernalias estetisistas.

A lo largo de la obra, el pasado y el presente, se entrecruzan majestuosamente con efectos sonoros y luminosos que evitan cualquier tipo de confusión al espectador. Los recuerdos de los personajes, los hechos en tiempo real y las situaciones que sólo suceden en la mente de un Willy Loman interpretado magistralmente por Alfredo Alcón, llevan al espectador desde la risa hasta la misericordia absoluta por aquel hombre que ha fracasado en la vida y en su profesión –a la que le ha entregado su vida-, y al que sólo le queda el remedo de la fantasía y la extraña enajenación para soportar los terribles embates de una realidad oscura y profunda. El conflicto central con sus hijos, Happy y Biff Loman (Sebastián Pajoni y Diego Peretti respectivamente), son el espejo invisible donde Will observa la disolución de sus últimas esperanzas de trascender a través de otro, de lograr lo que a él le ha sido esquivo en su carrera comercial en la cual ha centrado la existencia: el éxito.

El auditorio de dimensiones reducidas coloca cara a cara al espectador con los actores y con algo que trasciende a ellos, el sentido último de la obra, el existencialismo atroz que va dejando un gusto amargo en cada uno de los allí presentes, el de una historia ficciosa pero perfectamente posible, estrenada cuarenta y siete años atrás pero –podría decirse-, irresponsablemente actual; una obra que, quizás, todos hayan vivido en algún momento de sus vidas, también a la manera de Schopenhauer, como un momento que es todos los momentos en un tiempo determinado.

A lo largo de la función los concurrentes dispensan la mayor parte de las emociones del género humano, desde la cólera hasta la alegría, desde el morbo bizarro hasta la tristeza elemental pero profunda. La metáfora concluyó con precisa y brutal justicia poética, como toda obra intemporal cuando es ejecutada por actores brillantes. Una estruendosa ovación sacude la pequeña sala Pablo Picasso, una ovación que se hace más profusa cuando los actores se hacen presentes, una ovación que se sintetiza en cierta dama secándose las lágrimas entre los aplausos fervorosos y en cierto de caballero -de raudo aspecto- intentando ocultarlas.

22 octubre 2007

Los apuntes de Marie

Día I

Muchas veces siento miedo al escribir sobre mí, ya que tiendo a confundir el pasado real con lo soñado y lo soñado con lo literario, si es que acaso existe alguna diferencia terminante entre lo uno y lo otro. Quizás, con el tiempo lo vivido y lo soñado se transforman en un híbrido que nos mantienen a salvo de nuestra propia historia, vivencias que cubrimos, como siempre digo, bajo el tierno manto luminoso de la nostalgia –aunque siempre te reís cuando lo hago-.

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Muchas veces me duele recordar, me cuesta recordar, porque es de alguna manera violar esos mágicos despliegues de una inocencia que ya no poseo o que tal vez he imaginado poseer alguna vez. Por lo tanto, hoy que me tiemblan las manos frente a estas teclas escribiré lo que salga, sea sueño, realidad o ambas cosas… al cabo, hay quienes dicen que el tiempo, a lo largo de una eternidad, encuentra justificaciones a todas las cosas, y que somos nosotros los demasiado finitos, los demasiado breves, los demasiado humanos. Otros, probablemente más fantasiosos o humanistas, afirman que existe algún tipo de dios benefactor que nos perdonará en su momento por nuestras decisiones, o más bien, por los aspectos negativos de estas, que en este caso serían estas líneas que escribo con el arbitrio impune de mal escritor.

Hoy, que te escribo y a la vez me escribo, me gustaría tener en las manos aquel viejo libro de Machado que siempre permanecerá en mi imaginación tan tuyo, aquel de las tapas coloradas y las páginas ya teñidas de tiempo. No sé por qué, ya que los años de ciencia fueron liquidando de a poco la mayor parte del pensamiento mágico que pudiera llegar a albergar, pero sin lugar a dudas sería una especie de amuleto, una madera de flote en este continuo naufragar, una manera simbólica de tenerte cerca a pesar de las distancias que nos median de destiempo y kilómetros.

Machado, español y tipo raro, que paradójicamente me enseñó la mayor parte de la poesía que he conjeturado a lo largo de este tiempo. Aunque después, con los años, me llegaron otros poetas más relevantes -sobre todo los viejos franceses locos-, ninguna poesía en libro tuvo en mi ese carácter de fundacional. La otra poesía, la más importante, la de todas las cosas de la vida, me la enseñaste sin necesidad de libros, sino en base a unas pocas palabras y a mucho accionar esmerado, como una guerrera estoica que sin importar dónde iba a pelear sus batallas, pequeñas batallas cotidianas, las que sin lugar a dudas son las más heroicas. Hoy quisiera tener ese pequeño libro de Machado y no otro que pudiera encontrar en mis bibliotecas ya desvencijadas por el peso de los volúmenes, sino ese, el pequeño libro de tapas rojas, por el que daría los miles de libros que desbordan mis anaqueles.

Día II

Sigo escribiéndote la carta, pienso que en tiempos de buenas letras la hubiera terminado en un par de horas a lo sumo, pero últimamente ando con las letras en baja, como suele pasarme cuando la tristeza que me es inherente se termina por adueñar de todo. Creo que siempre pensaste que era bipolar pero que nunca me lo dijiste, justamente, por miedo a que lo fuera y que la noticia desatara una de mis tormentosas odas coléricas por las que tan bien se me conoce y que tantos problemas me ha traído. Con esto recuerdo nuestras largas jornadas en lúgubres hospitales atestados, ya que el muchacho había nacido con la cabeza fuerte pero con el corazón débil. Quizás haya sido allí, en esas largas esperas, estudios, ensayos, articulaciones, nuevas esperas, nuevos estudios, nuevos ensayos, nuevas articulaciones y al final la perplejidad médica al no dar con la causa, donde me nacieron el instinto filosófico y el voccare medicinal, donde vos me diste libertad de elegir y yo, como casi siempre, elegí mal.

Todavía hoy, cuando ya miro más hacia los treinta que hacia los veinte, me retás porque como a deshoras, duermo poco y fumo como una bestia, como una especie de miedo ancestral a que mi corazón por fin colapse y vaya a tener la osadía de morirme antes que vos, ante lo que, como buena madre inglesa, me abofetearías por no haber tenido la flema suficiente como para morirme un poco después –esto es en joda, y lo aclaro por las dudas, no vaya a ser cosa que termine esta carta justo en tu día y me termines abofeteando de verdad, también, como una buena madre inglesa-.

Día III

Me duelen las manos, lo que me quita las ganas de escribir. Sin embargo te escribo dos líneas para que sepas que no abandoné la empresa tan pronto y que tengo la expectativa de terminarte una carta más o menos decente para el día de la madre. O termino la carta o te las tendrás que ver con estos apuntes que se pliegan sobre si mismos como un remedo de los juegos borgeanos.

Estuve leyendo a tu querido Oscar Wilde y pienso: “La puta, ¡como me gustaría escribir una carta como De Profundis!”, cosa que ambos sabemos nunca sucederá, porque no me alcanza la paciencia, ni las palabras, ni la poesía.

Día IV

Tuve la idea de escribir poesía… la insana inspiración de escribir, al fin, algo. Fue tiempo perdido. Hoy fue uno de esos días en los que me sentí infinitamente solo, en los que usualmente suelo escribir poesía; pero justamente hoy que es uno de esos días la poesía reniega de mis manos. Entonces tomo las hojas y comienzo a dibujar círculos, rayas y letras sueltas, hasta que de pronto me encuentro con un modelo de los dibujos que suele hacerme Joaquín tirado de panza en el piso o en el jardín, con los mismos fibrones de colores, y que adornan las paredes de mi estudio –agotadas las probabilidades geométricas de la puerta de la heladera-.

Te parecerá cómico, pero en estas jornadas donde se impone la solitaria melancolía ataráxica, prefiero la lozana quietud de mi estudio. Soy conciente de que cualquier presencia humana no haría otra cosa que alimentar el desasosiego con una especie de feedback absurdo pero real, en el que la distancia ya de por si insalvable que nos separa con aquella primera frontera que es la piel, se tornaría aun más abismal al reparo de que más allá de alguna que otra reminiscencia jamás lograríamos entendernos enteramente… ciertas veces es divertido jugar al análisis, pero otras es simplemente una fatalidad.

Parece mentira que algunos me vean profundo y que hasta osen usar la palabra ‘talento’ como entidad definitoria para algunas de las cosas que hago, cuando en realidad siempre he dependido de que alguien más me sostenviese en el camino, vos o Joaquín, o los dos. Creo que al fin fuiste la única persona que comprendió cuando abandone todas las proyecciones de mi carrera académica para dedicarme a la paternidad con todas las fuerzas, con todas las ganas, con toda la vida. Nunca me lo reprochaste, porque fuiste vos quien me enseñó que la hombría y la masculinidad son dos cosas distintas, que ser hombre implica tomar decisiones en el trayecto de la vida y hacerse responsable de las consecuencias de las mismas, tanto de las buenas como de las malas. Y así, cuando todos ofrecían la salida rápida yo elegí por la vida, con la misma ferrea actitud e inflexible integridad con que vos hiciste conmigo, porque a vos también te ofrecieron lo mismo, por lo que te estoy debiendo dos veces la vida y mucho más. Y sabiendo esto ¿Cómo podría yo haber decidido de otra manera? No solamente el lazo filial nos une, sino pareciera que también el destino, ese mismo destino del que tantas veces descreo.

Hoy, como dije, me siento profundamente solo, pero me alcanza con girar la cabeza y ver esos dibujos de mi hijo –de tu nieto-, que tanto se parecen a este que en una regresión involuntaria he trazado, para que una sonrisa y una profunda lágrima de emoción me corran por la cara, como se debe, al unísono.

Madre, te siento tan cerca hoy que estoy tan lejos de todo.

Día V

“I see the sleeping babe nestling the breast of its mother,
The sleeping mother and babe--hush'd, I study them long and long”. W. Withman.

Es el día, debo terminar estos apuntes, que ya son resignadamente anotaciones libres y no una epístola formal. Hubiera querido escribir más y hacerlo con profundidad, pero lo cierto es que no es sencillo escribir sobre estos veintiséis años y mucho menos con calidad en tan poco tiempo, sobre todo si uno no es Dostoievski.

Todavía es de madrugada y el sol comienza ya a despuntar aquí en el campo, son estos momentos en donde me vuelvo a sentir parte de algo, cuando el rocío matinal levanta el aroma de la tierra húmeda que tanto me retrotrae a la infancia, dura, pero por cierto feliz. Inspiro profundamente, me embebo en nuestra historia, o en la leyenda de vidas pasadas que son nuestras propias vidas sólo que tiempo atrás. Es curioso que utilice la palabra leyenda, que significa: lo que debe ser leído, cuando en realidad es algo que todavía no he escrito y que quizás nunca lo haga. Pero heredé de vos la misma concepción del tiempo, esa que dice que es un espacio con el valor del potencial y que sólo adquiere valor real con el correr de las acciones que lo llenan, por lo tanto, si no has hecho nada no has perdido el tiempo, simplemente lo has dejado en blanco y eso es lo irremediable. Y por esto he logrado entrever a lo largo de toda una vida, Madre, que vos preferís escribir de otra manera, una mucho más trascendente que la mía, vos escribís con el tiempo y con las actitudes, con los gestos y la hidalga costumbre de estar siempre cuando todo lo demás se ha corrompido; como cuando en el momento más trascendental de mi vida, en el que toda mi familia y todos mis amigos me habían abandonado, vos llegaste despeinada y a medio vestir y me abrazaste, y yo, que ya hacía años que era un hombre raudo y duro –como lo exige el mundo-, pude llorar abiertamente y decirte: “Mirá mamá, soy papá”.

Feliz día vieja, el amor nunca pasará.

PD. Prometo el próximo año traer a la poeta y amenazarla con una muerte dolorosa si es que amaga con irse. Ella me hace feliz, si, escuchaste bien, feliz… rara sensación para un animal de letras.

17 octubre 2007

Sólo silencio, costumbres argentinas

Quizás se deba a que la ‘Tinellización’ ha cumplido su cometido con la nueva tanda de pseudo-divitas ‘siliconizadas’, que pasean sus curvas sinuosas con una sonrisa esquiva y botulínica, o a que filósofos de terracota como José Pablo Feinmann –que a los hechos es la ‘Tinellización’ de las letras y de los análisis-, poseen los minutos de aire necesarios en aquellos programas que en base a letras ocres y al abolengo rancio de sus conductores reclaman una seriedad que, en realidad, no les corresponde; claro está que el producto insignia de Tinelli es abiertamente superficial y decadente con su aire kermese posmoderna, pero no es menos cierto que Feinmann –autor del memorable epíteto: ‘TV vómito’-, suele patinar como ‘las Wandas’ ante hechos conceptuales, llegando a establecer, por ejemplo, que el electorado se equivoca cuando los resultados electorales no son los que deberían según su elocuente sapiencia de sofista de salón.

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Pero lo cierto es que en el interjuego de Tinelli, Feinmann, candidatos opositores de baja recaudación electiva y el inconmovible mutismo oficialista se aproximan las elecciones, las presidenciales, las que definirán los destinos y las praxis de los próximos cuatro años. Es concreto, casi tangible, las elecciones se aproximan, pero lo hacen en silencio, casi a gachas, en un intento deliberado por no llamar la atención de los sufragantes desprevenidos, intentando no alertar conciencias de que se trata de un periodo trascendental para el devenir del país.

Es dable preguntarse a quién favorece la inadvertencia eleccionaria, el transitar potencialmente sepulcral de las urnas; si a un oficialismo nacionalista en apariencias, ideologista y gritón por autonomasia, o a una oposición fragmentaria, estéril y sin un contenido claramente contraponible con el de sus contrincantes. Cabe signar lineamientos claros: Cristina Fernández de Kirchner, haciendo gala de su papel multiuso de senadora-primera dama-candidata versa los fondos del Estado en una campaña por el exterior, prestándose a diálogos irresolutos con diversos primeros mandatarios, ante los que se presenta -de manera solapada-, como la sucesión natural del actual Gobierno con el lema de la continuidad del cambio, el cambio de la continuidad o alguna otra aberración por el estilo. No menos paradójico es el accionar de los candidatos del arco opositor, dueños de una crítica inconstructiva y de propuestas vacías al análisis programático; candidatos a los que puede verse a toda hora pululando en los canales marginales de la grilla televisiva. Cristina no habla, el resto parece consumado en una pelea encarnizada y endogámica, y al final sólo queda el silencio del debate abierto, de la discusión de ideas; la mudez circundada de palabras reiterativas que engloban un mensaje macabramente metafísico y lejano que podría resumirse en una sola idea más simple y a la larga más sincera: vóteme a mí y porque si.

Ideas, confrontación de ideas, de proyectos, de paradigmas, suena quizás a ilusión, a mera apología de la nada. El análisis historiográfico demuestra que el electorado argentino, en sus vaivenes democráticos, nunca o casi nunca eligió en base a proyectos o con miras a un largo plazo, sino todo lo contrario, cayó una y otra vez en el enamoramiento estuporoso de los líderes carismáticos, generalmente populistas y metodológicamente silenciosos, vendedores de recetas milagrosas y verdades reveladas, que culminaron con el engrosamiento de sus bienes y con hordas invariables de litúrgicos proselitistas encargados de lo moral e inmoralmente posible en aras del continuismo. Desde esta perspectiva histórica el panorama no se muestra alentador, las figuras carismáticas están, el palabrerío desértico y utilitario se encuentra a cada momento; y los ciudadanos, que serán en última instancia los que decidirá su propio futuro permanecen absortos entre un par de estrellitas descartables y el partido de un domingo que se suspenderá. Pareciera que hasta hoy nada ha cambiado, hecho comprobable en este periodo eleccionario, tanto es así que han pasado sesenta y un años desde que Jorge Luís Borges escribió que el argentino antes que ciudadano es individuo y que lo concreto no es fuerte, siendo de esta manera que el estado se convierte en una abstracción maravillosa que se aleja de la institución real, perdiendo así su importancia pragmática.

Con lo dicho, debería entablarse la discusión sobre quién es responsable de estas inaprehensiones sistemáticas, si Feinmann y Tinelli con su similitudes rayanas, si los candidatos que se prestan a una parte de un juego histórico circular, si los electores, participantes necesarios de la otra parte del mismo juego; o si todos juntos y al mismo tiempo, en un circuito que normaliza los defectos de un para-sistema con aire bien argentino, en un panfleto evidente que se fundamenta en el cómplice silencio de la multiplicidad de los actores.

13 octubre 2007

Periodo electoral

Dado el periodo electoral argentino que me mantiene encadenado a una maquina escribiendo como un endemoniado todas las noches no esperen de momento nuevos escritos, ni guiones para Mariana, ni ficciones para Hernàn, ni trabajos para Karina, ni nada...

Nos vemos pronto, cuando la farsa termine....

26 septiembre 2007

Una casa con diez pinos

Hoy me siento mal... como el culo sería la palabra correcta, pero a los fines de la bitácora quedaría feo, salvo que lo pusiera en la boca del Argos.
Hoy no quiero escribir más, nunca más...
Hoy quisiera que las palabras: "No quiero jugar solito papá, quiero jugar con vos", no me hicieran llorar, no me hicieran gritar, no me dieran ganas de morir.
Hoy he llegado a la conclusión de que el único feliz es el ignorante y de que el vidente* carga con el peso de sus vivencias y de las fantásticas articulaciones...

Solo humo y soledad... siempre soledad.

19 septiembre 2007

La Jaula

Alejandra Pizarnik fue las letras de un tiempo y un grito solitario que, extraviado entre ambagues de realidad, se apagó hace treinta y cinco años...
Treinta y cinco años: toda una vida... más que una vida... La Jaula es un poema simple y maravillosamente estremecedor.

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La Jaula


Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.

Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.

Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.

15 septiembre 2007

les miserables...

Argos suele tener un sentido del humor perverso que ciertas veces incomoda al Escritor.

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-Hay gente que, simplemente, da ganas de vomitar-. Dijo Argos removiendose en su sillón mientras observaba la fotografía.

-Hay gente que vive la muerte-. Arrimó el Escritor.

-Una muerte lamentablemente metafórica...

-Oh Reliveran...

-Cicuta Escritor, Cicuta...

-Pensar que hay tanto taliban dando vueltas por el mundo, ¿no?

-Y bueno, Argentina es así, un muerto de hambre que desgasta su patetismo en pos de una fama que nunca le habrá de llegar, y un jugador de 'fulbo' al que la falopa le carcomió las neuronas de tal manera que apenas se le entiende cuando habla, pero que a pesar de eso, cuando abre la boca la gilada aplaude.

-¿No será por eso que pertenecen a la TV?

-Y...

-Aunque la morbosidad del drogón fashion ya no vende, reditúa más la gatita tetona y medio taradita que... ¿Sabés qué? Me pregunto qué pasaría si, en un presente alternativo, claro, la Wanda apareciera en el You Tube no ya pegando una mamada, sino explicando las contradicciones de la segunda ley de la termodinámica-. Ambos callaron, sumidos en concentradas cavilaciones mientras preparaban los Fée Verte que le daría el habitual vuelo literario y filosófico al posterior recorrido de su charla. El Escritor rompió el silencio:

-No me atrevo a imaginarlo... la ruptura de todo lo que conocemos, el apocalipsis, los cuatro jinetes, la muerte dolorosa...

-O el Angor animi.

-O cambiar de canal...

-Pero tiene buenas tetas...

-Gran verdad mi amigo, gran verdad.

(Perdón Víctor Hugo).

12 septiembre 2007

Despertar III - El huevo de la serpiente

Es extraño cómo una muerte nueva y desconocida nos trae a colación una muerte añeja y dolorosa, de esas que siempre se viven en presente, donde el transcurso tiempo presenta su verdadero rostro fragmentario, desparejo y circular. En realidad, la muerte es siempre la misma, lo que varían son las circunstancias de nuestro pequeño y endeble universo personal; no es ni oscura, terrible o inmoral, simplemente es, y transcurre de manera solitaria. Todas las adjetivaciones y elucubraciones posteriores son, ni más ni menos, que metafísica de charlatanes y literatura fantástica.

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Fue en ese momento en que decidí que la princesa suicida se llamaría, desde entonces y para siempre, Victoria. Porque Victoria, la princesa quimérica que tomó mi genio entre sus manos y lo destruyó, había sido el principio y el fin, la furiosa tempestad y el amor desecho de los desangelados. Y ahora, tan muerta, tan fría y tan lejana, en cierta manera se asemejaba a una polaroid, cuyos defectos se van borrando paulatinamente hasta quedar el papel en blanco, transformándose así en el recuerdo perfecto. Quizás necesitaba recrear la pérdida de la Victoria primigenia para volver a tener una excusa benevolente que me permitiera seguir destruyendo mi vida, no lo sé; lo que si puedo decir es que con ese nombre al fin pude encontrar la palabra que faltaba a esa extraña sensación: esa muchacha era Victoria, la otra y esta, como una transmutación de antiguas cosmogonías.

(Los hechos que relataré a continuación, sucedieron hace aproximadamente diez años).

Por aquel entonces comenzaba a ser reconocido como un proyecto de escritor con un futuro promisorio, y si bien aun no había publicado libro –no en realidad porque los hubieran rechazado, como apuntan mis detractores, sino por una absoluta falta de interés-, las tentaciones y los posibles mecenas no faltaban. Mis versos eran festejados en las tertulias y con eso era suficiente.

Ante la pregunta recurrente que, por supuesto me agradaba, solía responder: “Publicar es convertirse en parte del problema y no de la solución, ¿acaso no sería de alguna manera participar en la desintegración cultural del mundo? ¿Acaso ha nacido el nuevo Rimbaud de la poética, o el nuevo Joyce de las demás letras? El arte mediocre no es arte, es su copia devaluada, pueril y enferma”. Esta frase, más allá de su escabroso vaticinio, por lo general iba secundada por una risa escéptica, de fin de los tiempos.

Sin embargo, una de las tantas noches que ya amenazaban con convertirse en todas las noches, resonó una voz de mujer a mis espaldas, una voz áspera e intemporal: “No hacerlo es mucho peor que ser parte del problema, es ser un cobarde; un traidor de la peor clase, el que desde su inacción mira la hecatombe y las ruinas de su mundo decadente, sonriendo con suficiencia mientras se entrega a sus cantos de autocomplacencia y a la compadecencia estúpida del séquito de adoradores purulentos”. Giré la cabeza con una sonrisa amarga y forzada, reacción provocada no por la frase teñida de una divertida mezcla romántico-barroca –y básicamente verdadera-, sino por aquella música elemental de una voz que aunaba el eco devastador en mis moléculas vivenciales.

Las piernas infinitas, cruzadas; el humo del cigarrillo delimitando las configuraciones evanescentes de su aura, los largos cabellos rubios y de lado, junto con la magia opaca de sus ojos y labios asfixiaron el ingenio de las palabras; el tiempo no se detuvo, pero si aminoró su marcha y una extraña oscuridad se fue cerniendo sobre el rostro de los que, copa en mano, esperaban la respuesta sardónica. La respuesta no llegó y yo, que hasta cierto punto siempre hube sentido hasta entonces, en la porción metafórica e irreal de las multiplicidades del alma, el destino amargamente encantador de ser la encarnación de todas las letras de todos los tiempos, había sido derrotado en franco debate por una mujer… por esa mujer, mi cuerpo perdió la compostura ante aquella imagen, no por indignación como bien podría suponerse, sino porque simplemente formaba parte ya del extraño encantamiento de sus particulares conjugaciones.

Luego vino la confusión, el viaje narcótico y demencial; el alcohol, la poesía, las drogas, la larga orgía proselitista; éramos la representación de lo dionisiaco y de lo extremista. Éramos hedonistas militantes, pero también la muestra brutal y espástica de la decadencia de nuestro tiempo; éramos grandes idealistas y profundos pensadores… éramos artistas, pero también la prostitución de todas las cosas y de todos los mundos imaginables, posibles o probables. A través de las curvas sinuosas de los recuerdos puedo ver a Ricardo arrastrándome, semiinconsciente y desnudo, por el piso frío de la amplia habitación, esquivando los cuerpos desnudos sembrados como después de una batalla descarnada e impiadosa, batalla que en realidad tuvo lugar, sólo que en sentido figurado; luego de vomitar hasta recuperar algo la conciencia, el mismo Ricardo se encargó de empujarme por las calles frías de Buenos Aires, mientras aun ebrio de lujuria revolucionaria y de muchas otras cosas, gritaba versos por la calle entre señoras que se apartaban espantadas y caballeros fruncía el ceño. Luego que nos detuvo la policía, un oficial muy rígido y con bigote reglamentario nos golpeó salvajemente para luego meternos en la patrulla. Recuerdo haberle preguntado a Ricardo, muy lejos de la difícil situación en la que nos encontrábamos: “¿Quién era esa?”, él me miró con el gesto adusto, con la furia contenida y bien fundada: “Esa es Victoria”. Y así comenzó la pendiente, sin haber llegado a la cima ni a ningún lugar, pero en ese momento no podía saberlo, eran tiempos donde todo lo que tocaba se convertía en palabras, donde escribía con sangre y frenesí.

De aquel frenesí hoy sólo quedan mis venas abiertas, donde la nada arenosa se retuerce por todo lo que ha sucumbido. Hoy he perdido a Victoria, ésta Victoria que es la otra, en esta muerte que es la otra, y en mis letras que nunca volvieron a ser las mismas. Soy la sombra subyugada de un poeta que fue grande, y que avanza por la ciudad, entre perdido y delirante, al encuentro de la otra parte del pasado –quizás la más insignificante-: Ricardo. Pero decir Ricardo es decir Victoria, es traerla una vez más desde su mundo extemporáneo, del abrigo inexpugnable de un olvido parcial y reparador que ocultó sus pequeñas atrocidades.

05 septiembre 2007

La cólera del Argos - El gordito del bombo

“…El género humano, me explicitó, consta, malgrado las diferencias climáticas y políticas, de un sinfín de sociedades secretas, cuyos afiliados no se conocen, cambiando en todo momento de status. Unas duran más que otras, verbi gratia, la de los individuos que lucen apellido catalán o que empieza con G. Otras presto se esfuman, verbi gratia, la de todos quienes ahora, en el Brasil o en África, aspiran el olor de un jazmín o leen, mas aplicados, un boleto de micro. Otras permiten la ramificación en subgéneros que de suyo interesan; verbi gratia, los atacados de tos de perros pueden calzar, en este preciso instante, pantuflas o darse, raudos, a la fuga en su bicicleta o transbordar en Temperley. Otra rama la integran los que se mantienen a esos tres rasgos tan humanos, inclusive la tos”. El gremialista. Bustos Domecq (Jorge Luis BorgesAdolfo Bioy Casares).

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Me pregunto si los gorditos que tanta alharaca hacen con sus protestas irreflexivas pagarán todos los perjuicios que han provocado estos últimos días. Porque ahora resulta que aparecen boicots por todos lados y que los gordillos del bombo son los nuevos héroes de la República... Asco dan, tanto asco dan.

Toda persona con buen sentido –tan alejado del sentido común como venus de Madagascar- puede preguntarse tranquilamente: ¿Cuál es el poder ininteligible que les permite a señores obesos que ganan pequeñas fortunas a manera de sueldos -y de otras maneras un tanto menos claras o un poco más espurias-, manejar los hilos de la sociedad? ¿Por qué las medidas de fuerza de los grasosos Hades infernales se dirige, de manera continua, contra las personas que, apelotonadas en una masa informe y sudorosa tratan de desempeñar sus tareas? La respuesta es simple: por la fuerza real del conjunto y por la fuerza simbólica del conjunto.

Los "muchachos" se preocupan ahora por la seguridad de la sociedad, pero sabemos que en realidad esta cuestión nunca les preocupó, jamás; sino que únicamente reaccionan cuando algo les incumbe directamente, o lo que es lo mismo: pone en riesgo su miserable cuota de poder de hecho. Lo de la seguridad social es el pretexto cada vez menos creible que utilizan para darle algún tipo de validación a sus protestas... Protestas que vienen de alguien que por bajar una palanca o retirar un ticket ganan más que vos, lector, y que yo. No es que su dinero sea malhabido, ni que haya que defenestrar el derecho moral de la huelga -Si, dije moral, aunque muchos de ustedes no lo crean-, sino que lo decente sería blanquear la situación.

Los otros gordos, los órficos tranviarios, o lo que es lo mismo: "La Fraternidad" de los maquinistas y "La Unión Ferroviaria" del resto, declararon paro porque las personas hartas de las esperas se agarró a golpes contra todo lo que se movía. Huelga por reclamo de medidas de seguridad... ¿No suena a contradictorio con el discurso que en general plantean a la hora de sus reclamos sindicales por aumentos de salario? Entonces, como la sociedad es mala y no se merece a personajes de "tan alta alcurnia" como los gorditos del bombo, toman una medida unilateral que nos amputa los medios de transporte -de los pocos que funcionan, no bien, que funcionan-.

En Argentina si hay algo que no existe es el equilibrio y, por lo mismo, el buen sentido. Tenemos un problema, entonces: cortamos la calle, hacemos piquete, declaramos huelga; si a las señoras gordas les tocan la platita añorada hacen algo analógico: el "cacerolazo", que es metodológicamente lo mismo, pero simbólicamente distinto: "Porque nosotros somos gente bien, no como esos vagos cabecitas". Para mi no hay diferencias, todas y cada una de estas usanzas me provocan nauseas. El diálogo siempre es posterior, la negociación siempre es postrera a la medida de fuerza, como una alquimia a la inversa... Y después me preguntan con el gesto adusto y la preocupación en ciernes, por qué me alejo cada vez más de la parte social de la sociedad...

"Nunca niegues al poeta el dolor de la transubstanciación del bailarín infernal, donde los dulces pétalos de la oniria se colman de la lívida cólera de los puñales".

02 septiembre 2007

Próximamente...

Estuvimos releyendo los dos capitulos de "El despertar", y la junta conformada por: Argos, El Escritor y el Sofista, llegó a la conclución de que merece otra chance. Así que, por lo pronto, trabajamos en el tercer capitulo de esta zaga.

Por cierto, la junta cree que es necesario dar las gracias a los lectores por las 10 mil entradas en este lapso tan corto de tiempo.

30 agosto 2007

El color que cayó del cielo

H.P. Lovecraft fue, para algunos, un gran escritor; mientras que para otros sólo ha sido un triste remedo de Alan Poe. Lo más acertado será decir que ha sido lo uno y lo otro por partes iguales.

Ciertas veces un par de palabras bastan para saberse frente a un gran demiurgo, mas en este caso, nos encontramos con dos historias contundentes que sumergieron a este escritor en las aguas omnipotentes de la eternidad: la que aquí presento, y "La llamada de Cthulhu".

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Al Oeste de Arkham las colinas se yerguen selváticas, y hay valles con profundos bosques en los cuales no ha resonado nunca el ruido de un hacha. Hay angostas y oscuras cañadas donde los árboles se inclinan fantásticamente, y donde discurren estrechos arroyuelos que nunca han captado el reflejo de la luz del sol. En las laderas menos agrestes hay casas de labor, antiguas y rocosas, con edificaciones cubiertas de musgo, rumiando eternamente en los misterios de la Nueva Inglaterra; pero todas ellas están ahora vacías, con las amplias chimeneas desmoronándose y las paredes pandeándose debajo de los techos a la holandesa.
Sus antiguos moradores se marcharon, y a los extranjeros no les gusta vivir allí. Los francocanadienses lo han intentado, los italianos lo han intentado, y los polacos llegaron y se marcharon. Y ello no es debido a nada que pueda ser oído, o visto, o tocado, sino a causa de algo puramente imaginario. El lugar no es bueno para la imaginación, y no aporta sueños tranquilizadores por la noche. Esto debe ser lo que mantiene a los extranjeros lejos del lugar, ya que el viejo Ammi Pierce no les ha contado nunca lo que él recuerda de los extraños días. Ammi, cuya cabeza ha estado un poco desequilibrada durante años, es el único que sigue allí, y el único que habla de los extraños días; y se atreve a hacerlo, porque su casa está muy próxima al campo abierto y a los caminos que rodean a Arkham.
En otra época había un camino sobre las colinas y a través de los valles, que corría en mi recta donde ahora hay un marchito erial1; pero la gente dejó de utilizarlo y se abrió un nuevo camino que daba un rodeo hacia el sur. Entre la selvatiquez del erial pueden encontrarse aún huellas del antiguo camino, a pesar de que la maleza lo ha invadido todo. Luego, los oscuros bosques se aclaran y el erial muere a orillas de unas aguas azules cuya superficie refleja el cielo y reluce al sol. Y los secretos de los extraños días se funden con los secretos de las profundidades; se funden con la oculta erudición del viejo océano, y con todo el misterio de la primitiva tierra.
Cuando llegué a las colinas y valles para acotar los terrenos destinados a la nueva alberca, me dijeron que el lugar estaba embrujado. Esto me dijeron en Arkham, y como se trata de un pueblo muy antiguo lleno de leyendas de brujas, pensé que lo de embrujado debía ser algo que las abuelas habían susurrado a los chiquillos a través de los siglos. El nombre de "marchito erial" me pareció muy raro y teatral, y me pregunté cómo habría llegado a formar parte de las tradiciones de un pueblo puritano. Luego vi con mis propios ojos aquellas cañadas y laderas, y ya no me extrañó que estuvieran rodeadas de una leyenda de misterio. Las vi por la mañana, pero a pesar de ello estaban sumidas en la sombra. Los árboles crecían demasiado juntos, y sus troncos eran demasiado grandes tratándose de árboles de Nueva Inglaterra. En las oscuras avenidas del bosque había demasiado silencio, y el suelo estaba demasiado blando con el húmedo musgo y los restos de infinitos años de descomposición.
En los espacios abiertos, principalmente a lo largo de la línea del antiguo camino, había pequeñas casas de labor; a veces, con todas sus edificaciones en pie, y a veces con sólo un par de ellas, y a veces con una solitaria chimenea o una derruida bodega. La maleza reinaba por todas partes, y seres furtivos susurraban en el subsuelo. Sobre todas las cosas pesaba una rara opresión; un toque grotesco de irrealidad, como si fallara algún elemento vital de perspectiva o de claroscuro. No me estuvo raro que los extranjeros no quisieran permanecer allí, ya que aquélla no era una región que invitara a dormir en ella. Su aspecto recordaba demasiado el de una región extraída de un cuento de terror.
Pero nada de lo que había visto podía compararse, en lo que a desolación respecta, con el marchito erial. Se encontraba en el fondo de un espacioso valle; ningún otro nombre hubiera podido aplicársele con más propiedad, ni ninguna otra cosa se adaptaba tan perfectamente a un nombre. Era como si un poeta hubiese acuñado la frase después de haber visto aquella región. Mientras la contemplaba, pensé que era la consecuencia de un incendio; pero, ¿por qué no había crecido nunca nada sobre aquellos cinco acres de gris desolación, que se extendía bajo el cielo como una gran mancha corroída por el ácido entre bosques y campos? Discurre en gran parte hacia el norte de la línea del antiguo camino, pero invade un poco el otro lado. Mientras me acercaba experimenté una extraña sensación de repugnancia, y sólo me decidí a hacerlo porque mi tarea me obligaba a ello. En aquella amplia extensión no había vegetación de ninguna clase; no había más que una capa de fino polvo o ceniza gris, que ningún viento parecía ser capaz de arrastrar. Los árboles más cercanos tenían un aspecto raquítico y enfermizo, y muchos de ellos aparecían agostados o con los troncos podridos. Mientras andaba apresuradamente vi a mi derecha los derruidos restos de una casa de labor, y la negra boca de un pozo abandonado cuyos estancados vapores adquirían un extraño matiz al ser bañados por la luz del sol. El desolado espectáculo hizo que no me maravillara ya de los asustados susurros de los moradores de Arkham. En los alrededores no había edificaciones ni ruinas de ninguna clase; incluso en los antiguos tiempos, el lugar dejó de ser solitario y apartado. Y a la hora del crepúsculo, temeroso de pasar de nuevo por aquel ominoso lugar, tomé el camino del sur, a pesar de que significaba dar un gran rodeo.
Por la noche interrogué a algunos habitantes de Arkham acerca del marchito erial, y pregunté qué significado tenía la frase "los extraños días" que había oído murmurar evasivamente. Sin embargo, no pude obtener ninguna respuesta concreta, y lo único que saqué en claro era que el misterio se remontaba a una fecha mucho más reciente de lo que había imaginado. No se trataba de una vieja leyenda, ni mucho menos, sino de algo que había ocurrido en vida de los que hablaban conmigo. Había sucedido en los años ochenta, y una familia desapareció o fue asesinada. Los detalles eran algo confusos; y como todos aquellos con quienes hablé me dijeron que no prestara crédito a las fantásticas historias del viejo Ammi Pierce, decidí ir a visitarlo a la mañana siguiente, después de enterarme de que vivía solo en una ruinosa casa que se alzaba en el lugar donde los árboles empiezan a espesarse. Era un lugar muy viejo, y había empezado a exudar el leve olor miásmico que se desprende de las casas que han permanecido en pie demasiado tiempo. Tuve que llamar insistentemente para que el anciano se levantara, y cuando se asomó tímidamente a la puerta me di cuenta de que no se alegraba de verme. No estaba tan débil como yo había esperado; sin embargo, sus ojos parecían desprovistos de vida, y sus andrajosas ropas y su barba blanca le daban un aspecto gastado y decaído.
No sabiendo cómo enfocar la conversación para que me hablara de sus "fantásticas historias", fingí que me había llevado hasta allí la tarea a que estaba entregado; le hablé de ella al viejo Ammi, formulándole algunas vagas preguntas acerca del distrito. Ammi Pierce era un hombre más culto y más educado de lo que me habían dado a entender, y se mostró más comprensivo que cualquiera de los hombres con los cuales había hablado en Arkham. No era como otros rústicos que había conocido en las zonas donde iban a construirse las albercas. Ni protestó por las millas de antiguo bosque y de tierras de labor que iban a desaparecer bajo las aguas, aunque quizá su actitud hubiera sido distinta de no haber tenido su hogar fuera de los límites del futuro lago. Lo único que mostró fue alivio; alivio ante la idea de que los valles por los cuales había vagabundeado toda su vida iban a desaparecer. Estarían mejor debajo del agua..., mejor debajo del agua desde los extraños días. Y, al decir esto, su ronca voz se hizo más apagada, mientras su cuerpo se inclinaba hacia delante y el dedo índice de su mano derecha empezaba a señalar de un modo tembloroso e impresionante.
Fue entonces cuando oí la historia, y mientras la ronca voz avanzaba en su relato, en una especie de misterioso susurro, me estremecí una y otra vez a pesar de que estábamos en pleno verano. Tuve que interrumpir al narrador con frecuencia, para poner en claro puntos científicos que él sólo conocía a través de lo que había dicho un profesor, cuyas palabras repetía como un papagayo, aunque su memoria había empezado ya a flaquear; o para tender un puente entre dato y dato, cuando fallaba su sentido de la lógica y de la continuidad. Cuando hubo terminado, no me extrañó que su mente estuviera algo desequilibrada, ni que a la gente de Arkham no le gustara hablar del marchito erial. Me apresuré a regresar a mi hotel antes de la puesta del sol, ya que no quería tener las estrellas sobre mi cabeza encontrándome al aire libre. Al día siguiente regresé a Boston para dar mi informe. No podía ir de nuevo a aquel oscuro caos de antiguos bosques y laderas, ni enfrentarme otra vez con aquel gris erial donde el negro pozo abría sus fauces al lado de los derruidos restos de una casa de labor. La alberca iba a ser construida inmediatamente, y todos aquellos antiguos secretos quedarían enterrados para siempre bajo las profundas aguas. Pero creo que ni cuando esto sea una realidad, me gustará visitar aquella región por la noche..., al menos, no cuando brillan en el cielo las siniestras estrellas.
Todo empezó, dijo el viejo Ammi, con el meteorito. Antes no se habían oído leyendas de ninguna clase, e incluso en la remota época de las brujas aquellos bosques occidentales no fueron ni la mitad de temidos que la pequeña isla del Miskatonic, donde el diablo concedía audiencias al lado de un extraño altar de piedra, más antiguo que los indios. Aquéllos no eran bosques hechizados, y su fantástica oscuridad no fue nunca terrible hasta los extraños días. Luego había llegado aquella blanca nube meridional, se había producido aquella cadena de explosiones en el aire y aquella columna de humo en el valle. Y, por la noche, todo Arkham se había enterado de que una gran piedra había caído del cielo y se había incrustado en la tierra, junto al pozo de la casa de Nahum Gardner. La casa que se había alzado en el lugar que ahora ocupaba el marchito erial.
Nahum había ido al pueblo para contar lo de la piedra, y al pasar ante la casa de Ammi Pierce se lo había contado también. En aquella época Ammi tenía cuarenta años, y todos los extraños acontecimientos estaban profundamente grabados en su cerebro. Ammi y su esposa habían acompañado a los tres profesores de la Universidad de Miskatonic que se presentaron a la mañana siguiente para ver al fantástico visitante que procedía del desconocido espacio estelar, y habían preguntado cómo era que Nahum había dicho, el día antes, que era muy grande. Nahum, señalando la pardusca mole que estaba junto a su pozo, dijo que se había encogido. Pero los sabios replicaron que las piedras no se encogen. Su calor irradiaba persistentemente, y Nahum declaró que había brillado débilmente toda la noche. Los profesores golpearon la piedra con un martillo de geólogo y descubrieron que era sorprendentemente blanda. En realidad, era tan blanda como si fuera artificial, y arrancaron, más bien que escoplearon, una muestra para llevársela a la Universidad a fin de comprobar su naturaleza. Tuvieron que meterla en un cubo que le pidieron prestado a Nahum, ya que el pequeño fragmento no perdía calor. En su viaje de regreso se detuvieron a descansar en la casa de Ammi, y parecieron quedarse pensativos cuando la señora Pierce observó que el fragmento estaba haciéndose más pequeño y había empezado a quemar el fondo del cubo. Realmente no era muy grande, pero quizás habían cogido un trozo menor de lo que habían supuesto.
Al día siguiente -todo esto ocurría en el mes de junio de 1882-, los profesores se presentaron de nuevo, muy excitados. Al pasar por la casa de Ammi le contaron lo que había sucedido con la muestra, diciendo que había desaparecido por completo cuando la introdujeron en un recipiente de cristal. El recipiente también había desaparecido, y los profesores hablaron de la extraña afinidad de la piedra con el silicón. Había reaccionado de un modo increíble en aquel laboratorio perfectamente ordenado; sin sufrir ninguna modificación ni expeler ningún gas al ser calentada al carbón, mostrándose completamente negativa al ser tratada con bórax y revelándose absolutamente no volátil a cualquier temperatura, incluyendo la del soplete de oxihidrógeno. En el yunque apareció como muy maleable, y en la oscuridad su luminosidad era muy notable. Negándose obstinadamente a enfriarse, provocó una gran excitación entre los profesores; y cuando al ser calentada ante el espectroscopio mostró unas brillantes bandas distintas a las de cualquier color conocido del espectro normal, se habló de nuevos elementos, de raras propiedades ópticas, y de todas aquellas cosas que los intrigados hombres de ciencia suelen decir cuando se enfrentan con lo desconocido.
Caliente como estaba, fue comprobada en un crisol con todos los reactivos adecuados. El agua no hizo nada. Ni el ácido clorhídrico. El ácido nítrico e incluso el agua regia se limitaron a resbalar sobre su tórrida invulnerabilidad. Ammi se encontró con algunas dificultades para recordar todas aquellas cosas, pero reconoció algunos disolventes a medida que se los mencionaba en el habitual orden de utilización: amoniaco y sosa cáustica, alcohol y éter, bisulfito de carbono y una docena más; pero, a pesar de que el peso iba disminuyendo con el paso del tiempo, y de que el fragmento parecía enfriarse ligeramente, los disolventes no experimentaron ningún cambio que demostrara que habían atacado a la sustancia. Desde luego, se trataba de un metal. Era magnético, en grado extremo; y después de su inmersión en los disolventes ácidos parecían existir leves huellas de la presencia de hierro meteórico, de acuerdo con los datos de Widmanstalten. Cuando el enfriamiento era ya considerable colocaron el fragmento en un recipiente de cristal para continuar las pruebas Y a la mañana siguiente, fragmento y recipiente habían desaparecido sin dejar rastro, y únicamente una chamuscada señal en el estante de madera donde los habían dejado probaba que había estado realmente allí.
Esto fue lo que los profesores le contaron a Ammi mientras descansaban en su casa, y una vez más fue con ellos a ver el pétreo mensajero de las estrellas, aunque en esta ocasión su esposa no lo acompañó. Comprobaron que la piedra se había encogido realmente, y ni siquiera los más escépticos de los profesores pudieron dudar de lo que estaban viendo. Alrededor de la masa pardusca situada junto al pozo había un espacio vacío, un espacio que eran dos pies menos que el día anterior. Estaba aún caliente, y los sabios estudiaron su superficie con curiosidad mientras separaban otro fragmento mucho mayor que el que se habían llevado. Esta vez ahondaron más en la masa de piedra, y de este modo pudieron darse cuenta de que el núcleo central no era completamente homogéneo.
Habían dejado al descubierto lo que parecía ser la cara exterior de un glóbulo empotrado en la sustancia. El color, parecido al de las bandas del extraño espectro del meteoro, era casi imposible de describir; y sólo por analogía se atrevieron a llamarlo color. Su contextura era lustrosa, y parecía quebradiza y hueca. Uno de los profesores golpeó ligeramente el glóbulo con un martillo, y estalló con un leve chasquido. De su interior no salió nada, y el glóbulo se desvaneció como por arte de magia, dejando un espacio esférico de unas tres pulgadas de diámetro, Los profesores pensaron que era probable que encontraran otros glóbulos a medida que la sustancia envolvente se fuera fundiendo.
La conjetura era equivocada, ya que los investigadores no consiguieron encontrar otro glóbulo, a pesar de que taladraron la masa por diversos lugares. En consecuencia, decidieron llevarse la nueva muestra que habían recogido... y cuya conducta en el laboratorio fue tan desconcertante como la de su predecesora. Aparte de ser casi plástica, de tener calor, magnetismo y ligera luminosidad, de enfriarse levemente en poderosos ácidos, de perder peso y volumen en el aire y de atacar a los compuestos de silicón con el resultado de una mutua destrucción. La piedra no presentaba características de identificación; y al fin de las pruebas, los científicos de la Universidad se vieron obligados a reconocer que no podían clasificarla. No era nada de este planeta, sino un trozo del espacio exterior; y, como tal, estaba dotado de propiedades exteriores y desconocidas y obedecía a leyes exteriores y desconocidas.
Aquella noche hubo una tormenta, y cuando los profesores acudieron a casa de Nahum al día siguiente, se encontraron con una desagradable sorpresa. La piedra, magnética como era, debió poseer alguna peculiar propiedad eléctrica ya que había "atraído al rayo", como dijo Nahum, con una singular persistencia. En el espacio de una hora el granjero vio cómo el rayo hería seis veces la masa que se encontraba junto al pozo, y al cesar la tormenta descubrió que la piedra había desaparecido. Los científicos, profundamente decepcionados, tras comprobar el hecho de la total desaparición, decidieron que lo único que podían hacer era regresar al laboratorio y continuar analizando el fragmento que se habían llevado el día anterior y que como medida de precaución hablan encerrado en una caja de plomo. El fragmento duró una semana transcurrida la cual no se había llegado a ningún resultado positivo. La piedra desapareció, sin dejar ningún residuo, y con el tiempo los profesores apenas creían que habían visto realmente aquel misterioso vestigio de los insondables abismos exteriores; aquel único, fantástico mensaje de otros universos y otros reinos de materia, energía y entidad.
Como era lógico, los periódicos de Arkham hablaron mucho del incidente y enviaron a sus reporteros a entrevistar a Nahum y a su familia. Un rotativo de Boston envío también un periodista, y Nahum se convirtió rápidamente en una especie de celebridad local. Era un hombre delgado, de unos cincuenta años, que vivía con su esposa y sus tres hijos del producto de lo que cultivaba en el valle. Él y Ammi se hacían frecuentes visitas, lo mismo que sus esposas; y Ammi sólo tenía frases de elogio para él después de todos aquellos años. Parecía estar orgulloso de la atención que había despertado el lugar, y en las semanas que siguieron a su aparición y desaparición habló con frecuencia del meteorito. Los meses de julio y agosto fueron cálidos; y Nahum trabajó de firme en sus campos, y las faenas agrícolas lo cansaron más de lo que lo habían cansado otros años, por lo que llegó a la conclusión de que los años habían empezado a pesarle.
Luego llegó la época de la recolección. Las peras v manzanas maduraban lentamente, y Nahum aseguraba que sus huertos tenían un aspecto más floreciente que nunca. La fruta crecía hasta alcanzar un tamaño fenomenal y un brillo musitado, y su abundancia era tal que Nahum tuvo que comprar unos cuantos barriles más a fin de poder embalar la futura cosecha. Pero con la maduración llegó una desagradable sorpresa, ya que toda aquella fruta de opulenta presencia resultó incomible. En vez del delicado sabor de las peras y manzanas, la fruta tenía un amargor insoportable. Lo mismo ocurrió con los melones y los tomates, y Nahum vio con tristeza cómo se perdía toda su cosecha. Buscando una explicación a aquel hecho, no tardó en declarar que el meteorito había envenenado el suelo, y dio gracias al cielo porque la mayor parte de las otras cosechas se encontraban en las tierras altas a lo largo del camino.
El invierno se presentó muy pronto y fue muy frío. Ammi veía a Nahum con menos frecuencia que de costumbre, y observó que empezaba a tener un aspecto preocupado. También el resto de la familia había asumido un aire taciturno; y fueron espaciando sus visitas a la iglesia y su asistencia a los diversos acontecimientos sociales de la comarca. No pudo encontrarse ningún motivo para aquella reserva o melancolía, aunque todos los habitantes de la casa daban muestras de cuando en cuando de un empeoramiento en su estado de salud física y mental. Esto se hizo más evidente cuando el propio Nahum declaró que estaba preocupado por ciertas huellas de pasos que había visto en la nieve. Se trataba de las habituales huellas invernales de las ardillas rojas, de los conejos blancos y de los zorros, pero el caviloso granjero afirmó que encontraba algo raro en la naturaleza y disposición de aquellas huellas. No fue más explícito, pero parecía creer que no era característica de la anatomía y las costumbres de ardillas y conejos y zorros. Ammi no hizo mucho caso de todo aquello hasta una noche que pasó por delante de la casa de Nahum en su trineo, en su camino de regreso de Clark's Corners. En el cielo brillaba la luna, y un conejo cruzó corriendo el camino, y los saltos de aquel conejo eran más largos de lo que les hubiera gustado a Ammi y a su caballo. Este último, en realidad, se hubiera desbocado si su dueño no hubiera empuñado las riendas con mano firme. A partir de entonces, Ammi mostró un mayor respeto por las historias que contaba Nahum, y se preguntó por qué los perros de Gardner parecían estar tan asustados y temblorosos cada mariana. Incluso habían perdido el ánimo para ladrar.
En el mes de febrero los chicos de McGregor, de Meadow Hill, salieron a cazar marmotas, y no lejos de las tierras de Gardner capturaron un ejemplar muy especial. Las proporciones de su cuerpo parecían ligeramente alteradas de un modo muy raro, imposible de describir, en tanto que su rostro tenía una expresión que hasta entonces nadie había visto en el rostro de una marmota. Los chicos quedaron francamente asustados y tiraron inmediatamente el animal, de modo que por la comarca sólo circuló la grotesca historia que los mismos chicos contaron. Pero esto, unido a la historia del conejo que asustaba a los caballos en las inmediaciones de la casa de Nahum, dio pie a que empezara a tomar cuerpo una leyenda, susurrada en voz baja.
La gente aseguraba que la nieve se había fundido mucho más rápidamente en los alrededores de la casa de Nahum que en otras partes, y a principios de marzo se produjo una agitada discusión en la tienda de Potter, de Clark's Corners. Stephen Rice había pasado por las tierras de Gardner a primera hora de la mañana y se había dado cuenta de que la hierba fétida empezaba a crecer en todo el fangoso suelo. Hasta entonces no se había visto hierba fétida de aquel tamaño, y su color era tan raro que no podía ser descrito con palabras. Sus formas eran monstruosas, y el caballo había relinchado lastimeramente ante la presencia de un hedor que hirió también desagradablemente el olfato de Stephen. Aquella misma tarde, varias personas fueron a ver con sus propios ojos aquella anomalía, y todas estuvieron de acuerdo en que las plantas de aquella clase no podían brotar en un mundo saludable. Se mencionaron de nuevo los frutos amargos del otoño anterior, y corrió de boca en boca que las tierras de Nahum estaban emponzoñadas. Desde luego, se trataba del meteorito; y recordando lo extraño que les había parecido a los hombres de la Universidad, varios granjeros hablaron del asunto con ellos.
Un día, hicieron una visita a Nahum; pero como se trataba de unos hombres que no prestaban crédito con facilidad a las leyendas, sus conclusiones fueron muy conservadoras. Las plantas eran raras, desde luego, pero toda la hierba fétida es más o menos rara en su forma y en su color. Quizás algún elemento mineral del meteorito había penetrado en la tierra, pero no tardaría en desaparecer. Y en cuanto a las huellas en la nieve y a los caballos asustados... se trataba únicamente de habladurías sin fundamento, que habían nacido a consecuencia de la caída del meteorito. Pero unos hombres serios no podían tener en cuenta las habladurías de los campesinos, ya que los supersticiosos labradores dicen y creen cualquier cosa. Ese fue el veredicto de los profesores acerca de los extraños días. Sólo uno de ellos, encargado de analizar dos redomas de polvo en el curso de una investigación policíaca, año y medio más tarde, recordó que el extraño color de la hierba fétida era muy parecido al de las insólitas bandas de luz que reveló el fragmento del meteoro en el espectroscopio de la Universidad, y al del glóbulo que encontraran en el interior de la piedra. En el análisis que el mencionado profesor llevó a cabo, las muestras revelaron al principio las mismas insólitas bandas, aunque más tarde perdieran la propiedad.
Los árboles florecieron prematuramente alrededor de la casa de Nahum, y por la noche se mecían ominosamente al viento. El segundo hijo de Nahum, Thaddeus, un muchacho de quince años, juraba que los árboles se mecían también cuando no hacía viento; pero ni siquiera los más charlatanes prestaron crédito a esto. Desde luego, en el ambiente había algo raro. Toda la familia Gardner desarrolló la costumbre de quedarse escuchando, aunque no esperaban oír ningún sonido al cual pudieran dar nombre. La escucha era en realidad resultado de momentos en que la conciencia parecía haberse desvanecido en ellos. Desgraciadamente, esos momentos eran más frecuentes a medida que pasaban las semanas, hasta que la gente empezó a murmurar que toda la familia Nahum estaba mal de la cabeza. Cuando salió la primera saxífraga2, su color era también muy extraño; no completamente igual al de la hierba fétida, pero indudablemente afín a él e igualmente desconocido para cualquiera que lo viera. Nahum cogió algunos capullos y se los llevó a Arkham para enseñarlos al editor de la Gazette, pero aquel dignatario se limitó a escribir un artículo humorístico acerca de ellos, ridiculizando los temores y las supersticiones de los campesinos. Fue un error de Nahum contarle a un estólido ciudadano la conducta que observaban las mariposas -también de gran tamaño- en relación con aquellas saxífragas.
Abril aportó una especie de locura a las gentes de la comarca y empezaron a dejar de utilizar el camino que pasaba por los terrenos de Nahum, hasta abandonarlo por completo. Era la vegetación. Los renuevos de los árboles tenían unos extraños colores, y a través del suelo de piedra del patio y en los prados contiguos crecían unas plantas que solamente un botánico podía relacionar con la flora de la región. Pero lo más raro de todo era el colorido, que no correspondía a ninguno de los matices que el ojo humano había visto hasta entonces. Plantas y arbustos se convirtieron en una siniestra amenaza, creciendo insolentemente en su cromática perversión. Ammi y los Gardner opinaron que los colores tenían para ellos una especie de inquietante familiaridad, y llegaron a la conclusión de que les recordaban el glóbulo que había sido descubierto dentro del meteoro. Nahum labró y sembró los diez acres de terreno que poseía en la parte alta, sin tocar los terrenos que rodeaban su casa. Sabía que sería trabajo perdido y tenía la esperanza de que aquellas extrañas hierbas que estaban creciendo arrancarían toda la ponzoña del suelo. Ahora estaba preparado para cualquier cosa, por inesperada que pudiera parecer, y se había acostumbrado a la sensación de que cerca de él había algo que esperaba ser oído. El ver que los vecinos no se acercaban por su casa le molestó, desde luego; pero afectó todavía más a su esposa. Los chicos no lo notaron tanto porque iban a la escuela todos los días; pero no pudieron evitar el enterarse de las habladurías, las cuales los asustaron un poco, especialmente a Thaddeus, que era un muchacho muy sensible.
En mayo llegaron los insectos y la hacienda de Gardner se convirtió en un lugar de pesadilla, lleno de zumbidos y de serpenteos. La mayoría de aquellos animales tenían un aspecto insólito y se movían de un modo muy raro, y sus costumbres nocturnas contradecían todas las anteriores experiencias. Los Gardner adquirieron el hábito de mantenerse vigilantes durante la noche. Miraban en todas direcciones en busca de algo..., aunque no podían decir de qué. Fue entonces cuando comprobaron que Thaddeus había estado en lo cierto al hablar de lo que ocurría con los árboles. La señora Gardner fue la primera en comprobarlo una noche que se encontraba en la ventana del cuarto contemplando la silueta de un arce que se recortaba contra un cielo iluminado por la luna. Las ramas del arce se estaban moviendo y no corría el menor soplo de viento. Cosa de la savia, seguramente. Las cosas más extrañas resultaban ahora normales. Sin embargo, el siguiente descubrimiento no fue obra de ningún miembro de la familia Gardner. Se habían familiarizado con lo anormal hasta el punto de no darse cuenta de muchos detalles. Y lo que ellos no fueron capaces de ver fue observado por un viajante de comercio de Boston, que pasó por allí una noche, ignorante de las leyendas que corrían por la región. Lo que contó en Arkham apareció en un breve artículo publicado por la Gazette; y aquel articulo fue lo que todos los granjeros, incluido Nahum, se echaron primero a los ojos. La noche había sido oscura, pero alrededor de una granja del valle -que todo el mundo supo que se trataba de la granja de Nahum- la oscuridad había sido menos intensa. Una leve aunque visible fosforescencia parecía surgir de toda la vegetación, y en un momento determinado un trozo de aquella fosforescencia se deslizó furtivamente por el patio que había cerca del granero.
Los pastos no parecían haber sufrido los efectos de aquella insólita situación, y las vacas pacían libremente cerca de la casa, pero hacia finales de mayo la leche empezó a ser mala. Entonces Nahum llevó a las vacas a pacer a las tierras altas y la leche volvió a ser buena. Poco después el cambio en la hierba y en las hojas, que hasta entonces se habían mantenido normalmente verdes, pudo apreciarse a simple vista. Todas las hortalizas adquirieron un color grisáceo y un aspecto quebradizo. Ammi era ahora la única persona que visitaba a los Gardner, y sus visitas fueron espaciándose más y más. Cuando cerraron la escuela, por ser época de vacaciones, los Gardner quedaron virtualmente aislados del mundo, y a veces encargaban a Ammi que les hiciera sus compras en el pueblo. Continuaban desmejorando física y mentalmente, y nadie quedó sorprendido cuando circuló la noticia de que la señora Gardner se había vuelto loca.
Esto ocurrió en junio, alrededor del aniversario de la caída del meteoro, y la pobre mujer empezó a gritar que veía cosas en el aire, cosas que no podía describir. En su desvarío no pronunciaba ningún nombre propio, sino solamente verbos y pronombres. Las cosas se movían, y cambiaban, y revoloteaban, y los oídos reaccionaban a impulsos que no eran del todo sonidos. Nahum no la envió al manicomio del condado, sino que dejó que vagabundeara por la casa mientras fuera inofensiva para sí misma y para los demás. Cuando su estado empeoró no hizo nada. Pero cuando los chicos empezaron a asustarse y Thaddeus casi se desmayó al ver la expresión del rostro de su madre al mirarlo, Nahum decidió encerrarla en el ático. En julio, la señora Gardner dejó de hablar y empezó a arrastrarse a cuatro patas, y antes de terminar el mes, Nahum se dio cuenta de que su esposa era ligeramente luminosa en la oscuridad, tal como ocurría con la vegetación de los alrededores de la casa.
Esto sucedió un poco antes de que los caballos se dieran a la fuga. Algo los había despertado durante la noche, y sus relinchos y su cocear habían sido algo terrible. A la mañana siguiente, cuando Nahum abrió la puerta del establo, los animales salieron disparados como alma que lleva el diablo. Nahum tardó una semana en localizar a los cuatro, y cuando los encontró se vio obligado a matarlos porque se habían vuelto locos y no había quién los manejara. Nahum le pidió prestado un caballo a Ammi para acarrear el heno, pero el animal no quiso acercarse al granero. Respingó, se encabritó y relinchó, y al final tuvieron que dejarlo en el patio, mientras los hombres arrastraban el carro hasta situarlo junto al granero. Entretanto, la vegetación iba tomándose gris y quebradiza. Incluso las flores, cuyos colores habían sido tan extraños, se volvían grises ahora, y la fruta era gris y enana e insípida. Las jarillas y el trébol dorado dieron flores grises y deformes, y las rosas, las rascamoños y las malvarrosas del patio delantero tenían un aspecto tan horrendo, que Zenas, el mayor de los hijos de Nahum, las cortó todas. Al mismo tiempo fueron muriéndose todos los insectos, incluso las abejas que habían abandonado sus colmenas.
En septiembre toda la vegetación se había desmenuzado, convirtiéndose en un polvillo grisáceo, y Nahum temió que los árboles murieran antes de que la ponzoña se hubiera desvanecido del suelo. Su esposa tenía ahora accesos de furia, durante los cuales profería unos gritos terribles, y Nahum y sus hijos vivían en un estado de perpetua tensión nerviosa. No se trataban ya con nadie, y cuando la escuela volvió a abrir sus puertas los chicos no acudieron a ella. Fue Ammi, en una de sus raras visitas, quien descubrió que el agua del pozo ya no era buena. Tenía un gusto endiablado, que no era exactamente fétido ni exactamente salobre, y Ammi aconsejó a su amigo que excavara otro pozo en las tierras altas para utilizarlo hasta que el suelo volviera a ser bueno. Sin embargo, Nahum no hizo el menor caso de aquel consejo, ya que había llegado a impermeabilizarse contra las cosas raras y desagradables. Él y sus hijos siguieron utilizando la teñida agua del pozo, bebiéndola con la misma indiferencia con que comían sus escasos y mal cocidos alimentos y conque realizaban sus improductivas y monótonas tareas a través de unos días sin objetivo. Había algo de estólida resignación en todos ellos, como si anduvieran en otro mundo entre hileras de anónimos guardianes hacia un lugar familiar y seguro.
Thaddeus se volvió loco en septiembre, después de una visita al pozo. Había ido allí con un cubo y había regresado con las manos vacías, encogiendo y agitando los brazos y murmurando algo acerca de "los colores movibles que había allí abajo". Dos locos en una familia representaban un grave problema, pero Nahum se portó valientemente. Dejó que el muchacho se moviera a su antojo durante una semana, hasta que empezó a portarse peligrosamente, y entonces lo encerró en el ático, enfrente de la habitación ocupada por su madre. El modo como se gritaban el uno al otro desde detrás de sus cerradas puertas era algo terrible, especialmente para el pequeño Merwin, que imaginaba que su madre y su hermano hablaban en algún terrible lenguaje que no era de este mundo. Merwin se estaba convirtiendo en un chiquillo peligrosamente imaginativo, y su estado empeoró desde que encerraron al hermano que había sido su mejor compañero de juegos.
Casi al mismo tiempo empezó la mortalidad entre el ganado. Las aves de corral adquirieron un color gris y murieron rápidamente. Los cerdos engordaron desordenadamente y luego empezaron a experimentar repugnantes cambios que nadie podía explicar. Su carne era desaprovechable, desde luego, y Nahum no sabía qué pensar ni qué hacer. Ningún veterinario rural quiso acercarse a su casa, y el veterinario de Arkham quedó francamente desconcertado. La cosa resultaba tanto más inexplicable por cuanto aquellos animales no habían sido alimentados con la vegetación emponzoñada. Luego les llegó el turno a las vacas. Ciertas zonas, y a veces el cuerpo entero, aparecieron anormalmente hinchadas o comprimidas, y aquellos síntomas fueron seguidos de atroces colapsos o desintegraciones. En las últimas fases -que terminaban siempre con la muerte- adquirían un color grisáceo y un aspecto quebradizo, tal como había ocurrido con los cerdos. En el caso de las vacas no podía hablarse de veneno, ya que estaban encerradas en mi establo. Ninguna mordedura de un animal salvaje podía haber inoculado el virus, ya que no hay ningún animal terrestre que pueda pasar a través de obstáculos sólidos. Debía tratarse de una enfermedad natural..., aunque resultaba imposible conjeturar qué clase de enfermedad producía aquellos terribles resultados. En la época de la cosecha no quedaba ningún animal vivo en la casa, ya que el ganado y las aves de corral habían muerto y los perros habían huido. Los perros, en número de tres, habían desaparecido una noche y no volvieron a aparecer. Los cinco gatos se habían marchado un poco antes, pero su desaparición apenas fue notada, ya que en la casa no había ahora ratones y únicamente la señora Gardner sentía cierto afecto por los graciosos felinos.
El 19 de octubre Nahum se presentó en casa de Ammi con espantosas noticias. La muerte había sorprendido al pobre Thaddeus en su habitación del ático, y lo habla sorprendido de un modo que no podía ser contado. Nahum había excavado una tumba en la parte trasera de la granja y había metido allí lo que encontró en la habitación. En la habitación no podía haber entrado nadie, ya que la pequeña ventana enrejada y la cerradura de la puerta estaban intactas; pero lo sucedido tenía muchos puntos de contacto con lo ocurrido en el establo. Ammi y su esposa consolaron al atribulado granjero lo mejor que pudieron, aunque no consiguieron evitar un estremecimiento. El horror parecía rondar alrededor de los Gardner y de todo lo que tocaban, y la sola presencia de uno de ellos en la casa era como un soplo de regiones innominadas e innominables. Ammi acompañó a Nahum a su hogar de muy mala gana e hizo lo que pudo para calmar los histéricos sollozos del pequeño Merwin. Zenas no necesitaba ser calmado. Se encontraba en un estado de completo atontamiento y se limitaba a mirar fijamente un punto indeterminado del espacio y a obedecer lo que su padre le ordenaba. Y Ammi pensó que ese estado de abulia era lo mejor que podía ocurrirle. De cuando en cuando los gritos de Merwin eran contestados desde el ático, y en respuesta a una mirada interrogadora Nahum dijo que su esposa estaba muy débil. Cuando se acercaba la noche, Ammi se las arregló para marcharse, ya que ningún sentimiento de amistad podía hacerle permanecer en aquel lugar cuando la vegetación empezaba a brillar débilmente y los árboles podían o no moverse sin que soplara el viento. Era una verdadera suerte para Ammi el hecho de que no fuese una persona imaginativa. De haberlo sido, de haber podido relacionar y reflexionar sobre todos los portentos que lo rodeaban, no cabe duda de que hubiese perdido la chaveta. A la hora del crepúsculo regresó apresuradamente a su casa, sintiendo resonar terriblemente en sus oídos los gritos de la loca y del pequeño Merwin.
Tres días más tarde Nahum se presentó en casa de Ammi muy de mañana, y en ausencia de su huésped le contó a la señora Pierce una horrible historia que ella escuchó temblando de miedo. Esta vez se trataba del pequeño Merwin. Había desaparecido. Había salido de la casa cuando ya era de noche con un farol y un cubo para traer agua, y no había regresado. Hacía días que su estado no era normal y se asustaba de todo. El padre oyó un frenético grito en el patio, pero cuando abrió la puerta y se asomó el muchacho había desaparecido. No se veía ni rastro de él, y en ninguna parte brillaba el farol que se había llevado. En aquel momento, Nahum creyó que el farol y el cubo habían desaparecido también; pero al hacerse de día, y al regreso de su búsqueda de toda la noche por campos y bosques, Nahum había descubierto unas cosas muy raras cerca del pozo: una retorcida y semifundida masa de hierro, que había sido indudablemente el farol; y junto a ella un asa doblada junto a otra masa de hierro, asimismo retorcida y semifundida, que correspondía al cubo. Eso fue todo. Nahum imaginaba lo inimaginable. La señora Pierce estaba como atontada, y Ammi, cuando llegó a casa y oyó la historia, no pudo dar ninguna opinión. Merwin había desaparecido y sería inútil decírselo a la gente que vivía en aquellos alrededores y que huían de los Gardner como de la peste. Tan inútil como decírselo a los ciudadanos de Arkham que se reían de todo. Thad había desaparecido, y ahora había desaparecido Merwin. Algo estaba arrastrándose y arrastrándose, esperando ser visto y oído. Nahum no tardaría en morirse, y deseaba que Ammi velara por su esposa y por Zenas, si es que lo sobrevivían. Todo aquello era un castigo de alguna clase, aunque Nahum no podía adivinar a qué se debía, ya que siempre había vivido en el santo temor de Dios.
Durante más de dos semanas, Ammi no tuvo ninguna noticia de Nahum; y entonces, preocupado por lo que pudiera haber ocurrido, dominó sus temores y efectuó una visita a la casa de los Gardner. De la chimenea no salía humo y por unos instantes el visitante temió lo peor. El aspecto de la granja era impresionante: hierba y hojas grisáceas en el suelo, parras cayéndose a pedazos de arcaicas paredes y aleros, y enormes árboles desnudos silueteándose malignamente contra el gris cielo de noviembre. Ammi no pudo dejar de notar que se habla producido un sutil cambio en la inclinación de las ramas. Pero Nahum estaba vivo, después de todo. Estaba muy débil y reposaba en un catre en la cocina de techo bajo, pero conservaba la lucidez y seguía dando órdenes a Zenas. La estancia estaba mortalmente fría; y al ver que Ammi se estremecía, Nahum le gritó a Zenas que trajera más leña. La leña, en realidad, era muy necesaria, ya que el cavernoso hogar estaba apagado y vacío, y el viento que se filtraba chimenea abajo era helado. De pronto, Nahum le preguntó si la leña que había traído su hijo lo hacía sentirse más cómodo, y entonces Ammi se dio cuenta de lo que había ocurrido. Finalmente, la mente del granjero había dejado de resistir a la intensa presión de los acontecimientos.
Interrogando discretamente a su vecino, Ammi no consiguió poner en claro lo que le había sucedido a Zenas. "En el pozo... vive en el pozo...", fue todo lo que su padre dijo.
Luego el visitante recordó súbitamente a la esposa loca y cambió de tema. "¿Nabby? Está aquí, desde luego...", fue la sorprendida respuesta del pobre Nahum, y Ammi no tardó en darse cuenta de que tendría que investigar por sí mismo. Dejando al inofensivo granjero en su catre, cogió las llaves que estaban colgadas detrás de la puerta y subió los chirriantes escalones que conducían al ático. La parte alta de la casa estaba completamente silenciosa y no se oía el menor ruido en ninguna dirección. De las cuatro puertas a la vista, sólo una estaba cerrada, y en ella probó Ammi varias llaves del manojo que había cogido. A la tercera tentativa la cerradura giró, y Ammi empujó la puerta pintada de blanco.
El interior de la habitación estaba completamente a oscuras, ya que la ventana era muy pequeña y estaba medio tapada por las rejas de hierro; y Ammi no pudo ver absolutamente nada. El aire estaba muy viciado, y antes de seguir adelante tuvo que entrar en otra habitación y llenarse los pulmones de aire respirable. Cuando volvió a entrar vio algo oscuro en un rincón, y al acercarse no pudo evitar un grito de espanto. Mientras gritaba creyó que una nube momentánea había tapado la escasa claridad que penetraba por la ventana, y un segundo después se sintió rozado por una espantosa corriente de vapor. Unos extraños colores danzaron ante sus ojos; y si el horror que experimentaba en aquellos momentos no le hubiera impedido coordinar sus ideas hubiera recordado el glóbulo que el martillo de geólogo había aplastado en el interior del meteorito, y la malsana vegetación que habla crecido durante la primavera. Pero, en el estado en que se hallaba, sólo pudo pensar en la horrible monstruosidad que tenía enfrente, y que sin duda alguna había compartido la desconocida suerte del joven Thaddeus y del ganado. Pero lo más terrible de todo era que aquel horror se movía lenta y visiblemente mientras continuaba desmenuzándose.
Ammi no me dio más detalles de aquella escena, pero la forma del rincón no reapareció en su relato como un objeto movible. Hay cosas que no pueden ser mencionadas, y lo que se hace por humanidad es a veces cruelmente juzgado por la ley. Comprendí que en aquella habitación del ático no quedó nada que se moviera, y que no dejar allí nada capaz de moverse debió de ser algo horripilante y capaz de acarrear un tormento eterno. Cualquiera, no tratándose de un estólido granjero, se hubiera desmayado o enloquecido, pero Ammi volvió a cruzar el umbral de la puerta pintada de blanco y encerró el espantoso secreto detrás de él. Ahora debía ocuparse de Nahum; éste tenía que ser alimentado y atendido, y trasladado a algún lugar donde pudieran cuidarlo.
Cuando empezaba a bajar la oscura escalera, Ammi oyó un estrépito debajo de él. Incluso le pareció haber oído un grito, y recordó nerviosamente la corriente de vapor que lo había rozado mientras se hallaba en la habitación del ático. Oprimido por un vago temor, oyó más ruidos debajo suyo. Indudablemente estaban arrastrando algo pesado, y al mismo tiempo se oía un sonido todavía más desagradable, como el que produciría una fuerte succión. Sintiendo aumentar su terror, pensó en lo que había visto en el ático. ¡Santo cielo! ¿En qué fantástico mundo de pesadilla había penetrado? No se atrevió a avanzar ni a retroceder, y permaneció inmóvil, temblando, en la negra curva del rellano de la escalera. Cada detalle de la escena estallaba de nuevo en su cerebro.
De repente se oyó un frenético relincho proferido por el caballo de Ammi, seguido inmediatamente por un ruido de cascos que hablaba de una precipitada fuga. Al cabo de un instante, caballo y calesa estaban fuera del alcance del oído, dejando al asustado Ammi, inmóvil en la oscura escalera, la tarea de conjeturar qué podía haberlos impulsado a desaparecer tan repentinamente. Pero aquello no fue todo. Se produjo otro ruido fuera de la casa. Una especie de chapoteo en el agua..., debió de haber sido en el pozo. Ammi había dejado a Hero desatado cerca del pozo, y algún animalito debió meterse entre sus patas, asustándolo, y dejándose caer después en el pozo. Y la casa seguía brillando con una pálida fosforescencia. ¡Dios mío! ¡Qué antigua era la casa! La mayor parte de ella edificada antes de 1670, y el tejado holandés más tarde de 1730.
En aquel momento se oyó el ruido de algo que se arrastraba por el suelo de la planta baja, y Ammi aferró con fuerza el palo que había cogido en el ático sin ningún propósito determinado. Procurando dominar sus nervios, terminó su descenso y se dirigió a la cocina. Pero no llegó a ella, ya que lo que buscaba no estaba ya allí. Había salido a su encuentro, y hasta cierto punto estaba aún vivo. Si se había arrastrado o si había sido arrastrado por fuerzas externas, es cosa que Ammi no hubiera podido decir; pero la muerte había tomado parte en ello. Todo había ocurrido durante la última media hora, pero el proceso de desintegración estaba ya muy avanzado. Había allí una horrible fragilidad, debida a lo quebradizo de la materia, y del cuerpo se desprendían fragmentos secos. Ammi no pudo tocarlo, limitándose a contemplar horrorizado la retorcida caricatura de lo que había sido un rostro. "¿Qué ha pasado, Nahum..., qué ha pasado?", susurró, y los agrietados y tumefactos labios apenas pudieron murmurar una respuesta final.
"Nada..., nada...; el color... quema...; frío y húmedo, pero quema...; vive en el pozo..., lo he visto..., una especie de humo... igual que las flores de la pasada primavera...; el pozo brilla por la noche... Se llevó a Thad, y a Merwin, y a Zenas..., todas las cosas vivas...; sorbe la vida de todas las cosas...; en aquella piedra tuvo que llegar en aquella piedra...; la aplastaron...; era el mismo color..., el mismo, como las flores y las plantas...; tiene que haber más...; crecieron..., lo he visto esta semana...; tuvo que darle fuerte a Zenas...; era un chico fuerte, lleno de vida...; le golpea a uno la mente y luego se apodera de él...; quema mucho...; en el agua del pozo...; no pueden sacarlo de allí..., ahogarlo... Se ha llevado también a Zenas...; tenías razón...; el agua está embrujada... ¿Cómo está Nabby, Ammi?... Mi cabeza no funciona...; no sé cuánto hace que no le he subido comida...; la cosa la atacó también a ella...; el color...; su rostro tiene el mismo color por las noches..., y el color quema y sorbe; procede de algún lugar donde las cosas no son como aquí...; uno de los profesores lo dijo...; tenía razón, mira, Ammi, está sorbiendo más..., sorbiendo la vida..."
Pero eso fue todo. La cosa que había hablado no podía hablar más porque se había encogido completamente. Ammi lo cubrió con un mantel a cuadros blancos y rojos y salió de la casa por la puerta trasera. Trepó por la ladera que conducía a las tierras altas y regresó a su hogar por el camino del Norte y los bosques. No pudo pasar junto al pozo desde el cual había huido su caballo. Miró hacia el pozo a través de una ventana y recordó el chapoteo que había oído..., el chapoteo de algo que se había sumergido en el pozo después de lo que había hecho con el desdichado Nahum...
Cuando Ammi llegó a su casa se encontró con que el caballo y la calesa lo habían precedido; su esposa lo aguardaba llena de ansiedad. Después de tranquilizarla, sin darle ninguna explicación, se dirigió a Arkham y notificó a las autoridades que la familia Gardner ya no existía. No entró en detalles, limitándose a hablar de las muertes de Nahum y de Nabby; la de Thaddeus era ya conocida, y dijo que la causa de la muerte parecía ser la misma extraña dolencia que había atacado al ganado. También dijo que Merwin y Zenas habían desaparecido. En la jefatura de policía lo interrogaron ampliamente, y al final se vio obligado a acompañar a tres agentes a la granja de Gardner, juntamente con el fiscal, el médico forense y el veterinario que había atendido a los animales enfermos. Ammi fue con ellos de muy mala gana, ya que la tarde estaba muy avanzada y temía que la noche lo cogiera en aquel lugar maldito, aunque era un consuelo saber que iba a estar acompañado de tantos hombres.
Los seis hombres montaron en un carro, siguiendo a la calesa de Ammi, y llegaron a la granja alrededor de las cuatro. A pesar de que los agentes estaban acostumbrados a presenciar espectáculos horripilantes, todos se estremecieron a la vista de lo que fue encontrado debajo del mantel a cuadros rojos y blancos, y en la habitación del ático. El aspecto de la granja, con su desolación gris, era ya bastante terrible, pero aquellos dos retorcidos objetos sobrepasaban toda medida de horror. Nadie pudo contemplarlos más allá de un par de segundos, e incluso el médico forense admitió que allí había muy poco que examinar. Podían analizarse unas muestras, desde luego, de modo que él mismo se encargó de agenciárselas..., y al parecer aquellas muestras provocaron el más inextricable rompecabezas con que se enfrentara nunca el laboratorio de la Universidad. Bajo el espectroscopio, las muestras revelaron un espectro desconocido, muchas de cuyas bandas eran iguales que las que había revelado el extraño meteoro al ser analizado. La propiedad de emitir aquel espectro se desvaneció en un mes, y el polvo consistía principalmente en fosfatos y carbonatos alcalinos.
Ammi no les hubiera hablado del pozo de haber sabido que iban a actuar inmediatamente. Se acercaba la puesta de sol y estaba ansioso por marcharse de allí. Pero no pudo evitar el dirigir miradas nerviosas al pozo, cosa que fue observada por uno de los policías, el cual lo interrogó. Ammi admitió que Nahum había temido a algo que estaba escondido en el pozo... hasta el punto de que no se había atrevido a comprobar si Merwin o Zenas se habían caído dentro. La policía decidió vaciar el pozo y explorarlo inmediatamente, de modo que Ammi tuvo que esperar, temblando, mientras el pozo era vaciado cubo a cubo. El agua hedía de un modo insoportable, y los hombres tuvieron que taparse las narices con sus pañuelos para poder terminar la tarea. Menos mal que el trabajo no fue tan largo como habían creído, ya que el nivel del agua era sorprendentemente bajo. No es necesario hablar con demasiados detalles de lo que encontraron. Merwin y Zenas estaban allí los dos, aunque sus restos eran principalmente esqueléticos. Había también un pequeño cordero y un perro grande en el mismo estado de descomposición, aproximadamente, y cierta cantidad de huesos de animales más pequeños. El limo del fondo parecía inexplicablemente poroso y burbujeante, y un hombre que bajó atado a una cuerda y provisto de una larga pértiga se encontró con que podía hundir la pértiga en el fango en toda su longitud sin encontrar ningún obstáculo.
La noche se estaba echando encima y entraron en la casa en busca de faroles. Luego, cuando vieron que no podían sacar nada más del pozo, volvieron a entrar en la casa y conferenciaron en la antigua sala de estar mientras la intermitente claridad de una espectral media luna iluminaba a intervalos la gris desolación del exterior. Los hombres estaban francamente perplejos ante aquel caso y no podían encontrar ningún elemento convincente que relacionara las extrañas condiciones de los vegetales, la desconocida enfermedad del ganado y de las personas, y las inexplicables muertes de Merwin y Zenas en el pozo. Habían oído los comentarios y las habladurías de la gente, desde luego; pero no podían creer que hubiese ocurrido algo contrario a las leyes naturales. Era evidente que el meteoro había emponzoñado el suelo pero la enfermedad de personas y animales que no habían comido nada crecido en aquel suelo era harina de otro costal. ¿Se trataba del agua del pozo? Posiblemente. No sería mala idea analizarla. Pero ¿por qué singular locura se habían arrojado los dos muchachos al pozo? Habían actuado de un modo muy similar... y sus restos demostraban que los dos habían padecido a causa de la muerte quebradiza y gris. ¿Por qué todas las cosas se volvían grises y quebradizas?
El fiscal, sentado junto a una ventana que daba al patio, fue el primero en darse cuenta de la fosforescencia que había alrededor del pozo. La noche había caído del todo, y los terrenos que rodeaban la granja parecían brillar débilmente con una luminosidad que no era la de los rayos de la luna; pero aquella nueva fosforescencia era algo definido y distinto, y parecía surgir del negro agujero como la claridad apagada de un faro, reflejándose amortiguadamente en las pequeñas charcas que el agua vaciada del pozo había formado en el suelo. La fosforescencia tenía un color muy raro, y mientras todos los hombres se acercaban a la ventana para contemplar el fenómeno, Ammi lanzó una violenta exclamación. El color de aquella fantasmal fosforescencia le resultaba familiar. Lo había visto antes, y se sintió lleno de temor ante lo que podía significar. Lo había visto en aquel horrendo glóbulo quebradizo hacía dos veranos, lo había visto en la vegetación durante la primavera, y había creído verlo por un instante aquella misma mañana contra la pequeña ventana enrejada de la horrible habitación del ático donde habían ocurrido cosas que no tenían explicación. Había brillado allí por espacio de un segundo, y una espantosa corriente de vapor lo había rozado..., y luego el pobre Nahum habla sido arrastrado por algo de aquel color. Nahum lo había dicho al final..., había dicho que era como el glóbulo y las plantas. Después se había producido la fuga en el patio y el chapoteo en el pozo..., y ahora aquel pozo estaba proyectando a la noche un pálido e insidioso reflejo del mismo diabólico color.
Una prueba fehaciente de la viveza mental de Ammi es que en aquel momento de suprema tensión se sintió intrigado por algo que era fundamentalmente científico. Se preguntó cómo era posible recibir la misma impresión de una corriente de vapor deslizándose en pleno día por una ventana abierta al cielo matinal, y de una fosforescencia nocturna proyectándose contra el negro y desolado paisaje. No era lógico..., resultaba antinatural... Y entonces recordó las últimas palabras pronunciadas por su desdichado amigo: "Procede de algún lugar donde las cosas no son como aquí..., uno de los profesores lo dijo..."
Los tres caballos que se encontraban en el exterior de la casa, atados a unos árboles junto al camino, estaban ahora relinchando y coceando frenéticamente. El conductor del carro se dirigió hacia la puerta para ver qué sucedía, pero Ammi apoyó una mano en su hombro.
-No salga usted -susurró-. No sabemos lo que sucede ahí afuera. Nahum dijo que en el pozo vivía algo que sorbía la vida. Dijo que era algo que había surgido de una bola redonda como la que vimos dentro del meteorito que cayó aquí hace más de un año. Dijo que quemaba y sorbía, y que era una nube de color como la fosforescencia que ahora sale del pozo, y que nadie puede saber lo que es. Nahum creía que se alimentaba de todo lo viviente y afirmó que lo había visto la pasada semana. Tiene que ser algo caído del cielo, igual que el meteorito, tal como dijeron los profesores de la Universidad. Su forma y sus actos no tienen nada que ver con el mundo de Dios. Es algo que procede del más allá.
De modo que el hombre se detuvo, indeciso, mientras la fosforescencia que salía del pozo se hacía más intensa y los caballos coceaban y relinchaban con creciente frenesí. Fue realmente un espantoso momento; con los restos monstruosos de cuatro personas -dos en la misma casa y dos en el pozo-, y aquella desconocida iridiscencia que surgía de las fangosas profundidades. Ammi había cerrado el paso al conductor del carro llevado por un repentino impulso, olvidando que a él mismo no le había sucedido nada después de ser rozado por aquella horrible columna de vapor en la habitación del ático, pero no se arrepentía de haberlo hecho. Nadie podía saber lo que había aquella noche en el exterior; nadie podía conocer la índole de los peligros que podían acechar a un hombre enfrentado con una amenaza completamente desconocida.
De repente, uno de los policías que estaba en la ventana profirió una exclamación. Los demás se le quedaron mirando, y luego siguieron la dirección de los ojos de su compañero. No había necesidad de palabras. Lo que había de discutible en las habladurías de los campesinos ya no podría ser discutido en adelante porque allí había seis testigos de excepción, media docena de hombres que, por la índole de sus profesiones, no creían más que lo que veían con sus propios ojos. Ante todo es necesario dejar sentado que a aquella hora de la noche no soplaba ningún viento. Poco después empezó a soplar, pero en aquel momento el aire estaba completamente inmóvil. Y, sin embargo, en medio de aquella tensa y absoluta calma, los árboles del patio estaban moviéndose. Se movían morbosa y espasmódicamente, agitando sus desnudas ramas, en convulsivas y epilépticas sacudidas, hacia las nubes bañadas por la luz de la luna; arañando con impotencia el aire inmóvil, como empujados por una misteriosa fuerza subterránea que ascendiera desde debajo de las negras raíces.
Por espacio de unos segundos todos los hombres reunidos en la granja de Gardner contuvieron el aliento. Luego, una nube más oscura que las demás veló la luna, y la silueta de las agitadas ramas se disipó momentáneamente. En aquel instante un grito de espanto se escapó de todas las gargantas, ya que el horror no se había desvanecido con la silueta, y en un pavoroso momento de oscuridad más profunda los hombres vieron retorcerse en la copa del más alto de los árboles un millar de diminutos puntos fosforescentes, brillando como el fuego de San Telmo o como las lenguas de fuego que descendieron sobre las cabezas de los Apóstoles el día de Pentecostés. Era una monstruosa constelación de luces sobrenaturales, como un enjambre de luciérnagas necrófagas bailando una infernal zarabanda sobre una ciénaga maldita; y su color era el mismo que Ammi había llegado a reconocer y a temer. Entretanto, la fosforescencia del pozo se hacía cada vez más brillante, infundiendo en los hombres reunidos en la granja una sensación de anormalidad que anulaba cualquier imagen que sus mentes conscientes pudieran formar. Ya no brillaba: estaba vertiéndose hacia afuera. Y mientras la informe corriente de indescriptible color abandonaba el pozo, parecía flotar directamente hacia el cielo.
El veterinario se estremeció y se acercó a la puerta para echar la doble barra. Ammi estaba también muy impresionado y tuvo que limitarse a señalar con la mano, por falta de voz, cuando quiso llamar la atención de los demás sobre la creciente luminosidad de los árboles. Los relinchos de los caballos se habían convertido en algo espantoso, pero ni uno solo de aquellos hombres se hubiese aventurado a salir por nada del mundo. El brillo de los árboles fue en aumento, mientras sus inquietas ramas parecían extenderse más y más hacia la verticalidad. De pronto se produjo una intensa conmoción en el camino, y cuando Ammi alzó la lámpara para que proyectara un poco más de claridad al exterior, comprobaron que los frenéticos caballos habían roto sus ataduras y huían enloquecidos con el carro.
La impresión sirvió para soltar varias lenguas y se intercambiaron inquietos susurros.
-Se extiende sobre todas las cosas orgánicas que hay por aquí -murmuró el médico forense.
Nadie contestó, pero el hombre que había bajado al pozo aventuró la opinión de que su pértiga debió de haber removido algo intangible.
-Fue algo terrible -añadió-. No había fondo de ninguna clase. Únicamente fango, y burbujas, y la sensación de algo oculto debajo...
El caballo de Ammi seguía coceando y relinchando desesperadamente en el camino exterior y casi ahogó el débil sonido de la voz de su dueño mientras éste murmuraba sus deshilvanadas reflexiones.
-Salió de aquella piedra..., fue creciendo y alimentándose de todas las cosas vivas...; se alimentaba de ellas, alma y cuerpo... Thad y Merwin, Zenas y Nabby... Nahum fue el último... Todos bebieron agua del... Se apoderó de ellos... Llegó del más allá, donde las cosas no son como aquí..., y ahora regresa al lugar de donde procede...
En aquel momento, mientras la columna de desconocido color brillaba con repentina intensidad y empezaba a entrelazase, con fantásticas sugerencias de forma que cada uno de los espectadores describió más tarde de un modo distinto, el desdichado Hello profirió un aullido que ningún hombre había oído nunca salir de la garganta de un caballo. Todos los que estaban en la casa se taparon los oídos, y Ammi se apartó de la ventana horrorizado. Cuando miró de nuevo hacia el exterior, el pobre animal yacía inerte en el suelo bañado por la luz de la luna entre las astilladas varas de la calesa. Y allí se quedó hasta que lo enterraron al día siguiente. Pero el momento presente no permitía entregarse a lamentaciones, ya que casi en el mismo instante uno de los policías les llamó silenciosamente la atención sobre algo terrible que estaba sucediendo en el interior de la habitación donde se encontraban. Donde no alcanzaba la claridad de la lámpara podía verse una débil fosforescencia que había empezado a invadir toda la estancia. Brillaba en el suelo de tablas y en la raída alfombra, y resplandecía débilmente en los marcos de las pequeñas ventanas. Corría de un lado para otro, llenando puertas y muebles. A cada momento se hacía más intensa, y al final se hizo evidente que las cosas vivientes debían abandonar enseguida aquella casa.
Ammi les mostró la puerta trasera y el camino que conducía a las tierras altas. Avanzaron con paso inseguro, como sonámbulos, y no se atrevieron a mirar atrás hasta que llegaron al camino del Norte. Ninguno de ellos hubiera osado pasar por el camino que discurría junto al pozo... Cuando miraron atrás, hacia el valle y la distante granja de Gardner, contemplaron un horrible espectáculo. Toda la granja brillaba con el espantoso y desconocido color; árboles, edificaciones e incluso la hierba que no había sido transformada aún en quebradiza y gris. Las ramas estaban todas extendidas hacia el cielo, coronadas con lenguas de fuego, y radiantes goterones del mismo monstruoso fuego ardían encima de la casa, del granero y de los cobertizos. Era una escena de una visión de Fusell, y sobre todo el resto reinaba aquella borrachera de luminoso amorfismo, aquel extraño arco iris de misterioso veneno del pozo..., hirviendo, saltando, centelleando y burbujeando malignamente en su cósmico e irreconocible cromatismo.
Luego, súbitamente, la horrible cosa salió disparada verticalmente hacia el cielo, como un cohete o un meteoro, sin dejar ningún rastro detrás de ella y desapareciendo a través de un redondo y curiosamente simétrico agujero abierto en las nubes, antes de que ninguno de los hombres pudiera expresar su asombro. Ningún espectador podría olvidar nunca aquel espectáculo, y Ammi se quedó mirando estúpidamente el camino que habla seguido el color hasta mezclarse con las estrellas de la Vía Láctea. Pero su mirada fue atraída inmediatamente hacia la tierra por el estrépito que acababa de producirse en el valle. Había sido un estrépito, y no una explosión, como afirmaron algunos de los componentes del grupo. Pero el resultado fue el mismo, ya que en un caleidoscópico instante la granja y sus alrededores parecieron estallar, enviando hacia el cenit una nube de coloreados y fantásticos fragmentos. Los fragmentos se desvanecieron en el aire, dejando una nube de vapor que al cabo de un segundo se había desvanecido también. Los asombrados espectadores decidieron que no valía la pena esperar a que volviera a salir la luna para comprobar los efectos de aquel cataclismo en la granja de Nahum.
Demasiado asustados incluso para aventurar alguna teoría, los siete hombres regresaron a Arkham por el camino del Norte. Ammi estaba peor que sus compañeros y les suplicó que lo acompañaran hasta su casa en vez de dirigirse directamente al pueblo. Por nada del mundo hubiera cruzado el bosque solo a aquella hora de la noche. Estaba más asustado que los demás porque había sufrido una impresión que los otros se habían ahorrado, y se sentía oprimido por un temor que por espacio de muchos años no se atrevió a mencionar. Mientras el resto de los espectadores en aquella tempestuosa colina había vuelto estólidamente sus rostros al camino, Ammi había mirado hacia atrás por un instante para contemplar el sombrío valle de desolación al que tantas veces había acudido. Y había visto algo que se alzaba débilmente para hundirse de nuevo en el lugar desde el cual el informe horror había salido disparado hacia el cielo. Era solamente un color..., aunque no era ningún color de nuestra tierra ni de los cielos. Y porque Ammi reconoció aquel color, y supo que sus últimos y débiles restos debían seguir ocultos en el pozo, nunca ha estado completamente cuerdo desde entonces.
Ammi no se acercaría a aquel lugar por nada del mundo. Hace cuarenta y cuatro años que sucedieron los hechos que acabo de narrar, pero Ammi no ha vuelto a pisar aquellas tierras y le alegra saber que pronto quedarán enterradas debajo de las aguas. También a mí me alegra la idea, ya que no me gustó nada ver cómo cambiaba de color la luz del sol al reflejarse en aquel abandonado pozo. Espero que el agua será siempre muy profunda, pero aunque así sea nunca la beberé. No creo que regrese a la región de Arkham. Tres de los hombres que habían estado con Ammi volvieron al día siguiente para ver las ruinas a la luz del día, pero en realidad no había ruinas. Únicamente los ladrillos de la chimenea, las piedras de la bodega, algunos restos minerales y metálicos, y el brocal de aquel nefando pozo. A excepción del caballo de Ammi, que enterraron aquella misma mañana, y de la calesa, que no tardaron en devolver a su dueño, todas las cosas que habían tenido vida habían desaparecido. Sólo quedaban cinco acres de desierto polvoriento y grisáceo, y desde entonces no ha crecido en aquellos terrenos ni una brizna de hierba. En la actualidad aparece como una gran mancha comida por el ácido en medio de los bosques y campos, y los pocos que se han atrevido a acercarse por allí a pesar de las leyendas campesinas le han dado el nombre de "erial maldito".
Las leyendas campesinas son muy extrañas. Y podrían ser incluso más extrañas si los hombres de la ciudad y los químicos universitarios tuvieran el interés suficiente para analizar el agua de aquel pozo olvidado, o el polvo gris que ningún viento parece dispersar. Los botánicos podrían estudiar también la sorprendente flora que crece en los límites de aquellos terrenos, ya que de este modo podrían confirmar o refutar lo que dice la gente: que la zona emponzoñada está extendiéndose poco a poco, quizás una pulgada al año... La gente dice que el color de la hierba que crece en aquellos alrededores no es el que le corresponde y que los animales salvajes dejan extrañas huellas en la nieve cuando llega el invierno. La nieve no parece cuajar tanto en el erial maldito como en otros lugares. Los caballos -los pocos que quedan en esta época motorizada- se ponen nerviosos en el silencioso valle; y los cazadores no pueden acercarse con sus perros a las inmediaciones del erial maldito.
Dicen también que las influencias mentales son muy malas, y que todos los que han tratado de establecerse allí, extranjeros en su inmensa mayoría, han tenido que marcharse acosados por extrañas fantasías y sueños. Ningún viajero ha dejado de experimentar una sensación de extrañeza en aquellas profundas hondonadas, y los artistas tiemblan mientras pintan unos bosques cuyo misterio es tanto de la mente como de la vista. Y yo mismo estoy sorprendido de la sensación que me produjo mi único paseo solitario por aquellos lugares antes de que Ammi me contara su historia.
No me pregunten mi opinión. No sé: esto es todo. La única persona que podía ser interrogada acerca de los extraños días es Ammi, ya que la gente de Arkham no quiere hablar de este asunto, y los tres profesores que vieron el meteorito y su coloreado glóbulo están muertos. ¿Había otros glóbulos? Probablemente. Uno de ellos consiguió alimentarse y escapar, en tanto que otro no había podido alimentarse suficientemente y continuaba en el pozo... Los campesinos dicen que la zona emponzoñada se ensancha una pulgada cada año, de modo que tal vez existe algún tipo de crecimiento o de alimentación incluso ahora. Pero, sea lo que sea lo que haya allí, tiene que verse trabado por algo, ya que de no ser así se extendería rápidamente. ¿Está atado a las raíces de aquellos árboles que arañan el aire?
Lo que es, sólo Dios lo sabe. En términos de materia, supongo que la cosa que Ammi describió puede ser llamada un gas, pero aquel gas obedecía a unas leyes que no son de nuestro cosmos. No era fruto de los planetas y soles que brillan en los telescopios y en las placas fotográficas de nuestros observatorios. No era ningún soplo de los cielos cuyos movimientos y dimensiones miden nuestros astrónomos o consideran demasiado vastos para ser medidos. No era más que un color surgido del espacio..., un pavoroso mensajero de unos reinos del infinito situados más allá de la Naturaleza que nosotros conocemos; de unos reinos cuya simple existencia aturde el cerebro con las inmensas posibilidades extracósmicas que ofrece a nuestra imaginación.
Dudo mucho de que Ammi me mintiera de un modo consciente, y no creo que su historia sea el relato de una mente desquiciada, como supone la gente de la ciudad. Algo terrible llegó a las colinas y valles con aquel meteoro, y algo terrible -aunque ignoro en qué medida- sigue estando allí. Me alegra pensar que todos aquellos terrenos quedarán inundados por las aguas. Entretanto, espero que no le suceda nada a Ammi. Vio tanto de la cosa..., y su influencia era tan insidiosa... ¿Por qué no ha sido capaz de marcharse a vivir a otra parte? Ammi es un anciano muy simpático y muy buena persona, y cuando la brigada de trabajadores empiece su tarea tengo que escribir al ingeniero jefe para que no lo pierda de vista. Me disgustaría recordarlo como una gris, retorcida y quebradiza monstruosidad de las que turban cada día más mi sueño.
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