25 febrero 2008

How to be a blogstar - "Quiero un novio"

El secreto del éxito es –por lo menos en un principio-, no el buen producto o el servicio eficiente, sino la campaña publicitaria que convenza a los consumidores y/o usuarios de que lo que se está ofreciendo es excelente, como bien lo saben todas las empresas de servicios públicos y las casas de electrodomésticos de Argentina. A esta práctica, los políticos la llaman, por ejemplo, “pragmatismo político”; los telemarketers de Telefónica, “Speedy Duo 1 mega”, y el diario Clarín, periodismo.

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Clarín, el fiel custodio de la raigambre veleta argentina y cultor del periodismo como mercancía funcional, ahora lleva sus planes un paso más allá, creando “Clarín blogs” que, dicho sea de paso, son ultra-limitados y con plantillas de gusto dudoso. Ahora bien, la pregunta del millón es ¿cómo se hace para promocionar una plataforma blog horrenda? En realidad, no es tan complicado. Se observa atentamente en la redacción a ver quién tiene más cara de frustrado sexual, suicida o desubicado y se le ordena escribir un blog. ¿Por qué alguna de estas tres características? Porque a los fines del blog, el desahogo del perdedor tiene su encanto morboso, siempre y cuando esté más o menos bien escrito; es como mirar a través de una cerradura las desventuras del otro, sólo que en este caso, el otro tiene instinto de voyeur. El blog de alguien que la va de winner sería un fracaso casi tan rotundo como componer un tango optimista, ya que un post titulado “Soy un Grosso con mayúsculas”, más que ganas de leer, despierta la inspiración ejecutoria.

¿Sobre qué puede escribir una mujer de 29 años que está sin pareja? Bueno, podría escribir muchísimas cosas y muchas de ellas podrían ser buenas. Pero Clarín es Clarín y lo que prima en términos de letras es la falta de creatividad. Entonces, una periodista de 29 años que no tiene novio y por esas cosas mágicas de las “casualidades” trabaja en el Gran Diario, deberá escribir acerca de que se le aproximan los 30 y que está sola. Nada más y nada menos. Si a esto le ponemos un título como “Quiero un novio”, lo demás surge por si mismo, la horda de hombres enardecidos y señoras dadivosas harán cola para firmar.

Ya con unos cuantos comentarios en el haber, se envía la orden de realizarle una nota al empleado en cuestión -Lorena Bassani-, y se la hecha a correr por los canales del grupo multimedia (TN, Canal 13), excepto en el deportivo (TyC), porque quizás quede medio rudo mostrar la cara de la empleada después de las piernas peludas del 5 de All Boys. Pero no por esto hay que quitarle mérito a Bassani, que dotó a los escritos de una gracia peculiar, al estilo de Carolina Aguirre, aunque sin alcanzar los niveles de hilaridad desfachatada de esta última.

Lo patético no es que a un empleado se le ordene trabajar, lo es la grasada del PNT berreta, que huele a POL-KA y a novela costumbrista en prime time. En todo caso, sea por trabajo o por tristeza elemental, Bassani busca o dice que busca un novio que exista, sin enterarse que, en realidad, los novios no existen, sino que se construyen a través de la quiromancia y de los libritos de Horangel, que apoyándose en la rutinaria soledad, le presta ojos e inconsciencia a cualquier molusco que haya capeado el chaparrón.

19 febrero 2008

Argos y el confusionismo

A veces la vida me sonríe y, precisamente en esos momentos, es cuando siento las ganas ulcerantes de arrancarle los dientes de una sola bofetada por todos los otros momentos.

Otras veces la vida y la vecina me sonríen y, como se debe, tomo mi disfraz con aires de héroe raudo, como de las películas de Charles Bronson y las ignoro, porque le sonríen a todo el mundo, y porque lo que es público de esa manera, se convierte en la redundancia de tantas otras camas, que forman un eco resuelto en el olvido, como es de merecer en las vecinas y en las madrugadas de juerga salvaje.

14 febrero 2008

Tévez y el tiempo

Tévez vivirá por siempre, está condenado a la gambeta corta y a la fealdad para la eternidad toda. Y cuando el ritmo denso de la cumbia flagrante ya no amanezca, se derretirá de a poco, como los sueños que mal soñados realizan el último esfuerzo contra todas sus imperfecciones, hasta desvanecerse sobre una tasa de café. Entonces, Tévez abandonará su fealdad entre los mortales y tomará el tono cobrizo de los semidioses del Olimpo futbolero. De él quedará una quebrada milimétrica, alguna que otra mojigatería tropical y un discurso sin “eses”. Su rostro se recompondrá a la luz de la metafísica nostalgia de que todo futbol pasado fue mejor y será adorado, quizá en la misma medida que el otro semidios gordo y balbuceante.

03 febrero 2008

Metolodologías de la rutina

La conclusión es fatídica pero no por ello menos certera: escribir algo decente el primer día que se vuelve a la ciudad es imposible. Será porque se vuelve por obligación, cabizbajo y reputeante, a remover los escombros de una vida signada por la rutina, que, en el mejor de los casos, se intenta disfrazar con distintas configuraciones de lo mismo. Pero al final, todo termina en eso, en morirse de a poquito como un monito fordista que sonríe del uno al diez y llora enojosamente del 25 al 30 con una constancia religiosa.

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Como dije, uno vuelve por compromiso, pero las ganas de vivir se tardan un poco más, como un mecanismo de defensa ante las grises magias de lo cotidiano. Cuando las ganas no están, en realidad no importa mucho qué es lo que se está haciendo, pero cuando vuelven, ya se está atrapado otra vez, leyendo otros libros o viajando en otros colectivos, pero yendo siempre hacia el mismo lugar.

Hay personas que viven su rutina felizmente, siente la seguridad y el soporte de lo que es reiterativo, y por ello suele vérselos alegres en el trabajo, disfrutando de su néctar exhumado de las más aberrantes salvajadas de la repetición. Para estos, un día y cualquier otro no poseen diferencias absolutas, o si, pero estas se presentan en las cosas casi imperceptibles y, en realidad, poco interesantes, como la espuma del café, los puteríos de almacén o la intermitencia de las nubes. Su verdadero conflicto comienza con el periodo vacacional, que toman con acérrima apatía, pataleando porque se encuentran obligados a tomarlo.

Ya en su hogar y de vacaciones, el hombre rutinario suele transformarse en ese bicho raro que la modernidad ha dado en llamar “hikimori”, haciendo uso y abuso de la masturbación por internet, el delivery de la pizzería y cualquier otra herramienta que favorezca el aislamiento, dándole así un lugar donde recrear su ritual de manías invariables, medrando la tensión psíquica de la variable pasiva y del terror hacia lo desconocido.

El rito es, según Mircea Eliade, hacer presente un momento sagrado, no como una representación, sino como algo más profundo, traer hasta el hoy aquello que ha ocurrido en el pasado, pero no en presente, sino como una fluctuación atemporal, como lo fue la eucaristía hasta Ockham, sus navajazos a la transmutación y el nacimiento del nominalismo. Pero el rutinario desconoce esta filosofía y, si la conoce, le provoca nauseas. El rutinario devenido en “hikimori vacacional”, elucida la existencia a través del realismo filosófico o –in extremis- en base a arquetipos platónicos. Por eso mismo, es un sacrilegio pasar por el café sin haber tragado con ansia sus ocho horas de trabajo o salir de parranda una noche sin saber dónde terminará esta. Éste tipo de personas es lo que las abuelas y las señoras gordas catalogan, sin miramientos, como una persona de bien, responsable y segura; cuando en realidad, lo único seguro es su fobia hacia la vida y hacia lo que se transforma. Y así, ordenadito, disciplinado y alejado de cualquier mala influencia de “aventuras exóticas”, mira con una sonrisa a las viejas babeantes y aguarda el momento orgiástico de volver a sus labores habituales.

Durante sus vacaciones, el “hikimori vacacional”, está a la deriva y necesita afianzarse. Si no lo logra con sus ritos y demás frusilerías, da lugar a dos tendencias opuestas pero igualmente estrafalarias, una es la tendencia suicida, la otra es la homicida. La primera corresponde al Tánatos y la segunda al Eros, pero como no conoce o no le interesa Freud, el Eros y el Tánatos le importa dos carajos. Lo único que desea es la seguridad de lo circular y lo pasivo, y así, de a poco, se le va saltando la cadena que lo ata a la realidad. Por suerte para nosotros que detestamos la rutina y los policiales, sus vacaciones suelen terminar antes de que su vida se alborote y termine en un baño de sangre. Entonces se acicala, sonríe, pletórico de vida, y lo veo entrar en la oficina al mismo tiempo que yo, que cabizbajo y reputeante, sigo añorando las sierras, las noches cordobesas y toda esa familia que me quedó a la distancia.

Lo miro y me sonríe. Levanta el pulgar lustroso de tantas puñetas trasnochadas y me dice: “¿Te alcanzo un cafecito?”. Yo lo miro con odio, pero no me atrevo a decir nada.

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