03 noviembre 2008

Desgano

Desganado, paseo el puntero de mi mouse por la pantalla y reviso páginas que normalmente no vería, como por ejemplo mi blog. Me doy cuenta que desde agosto no escribo nada, absolutamente nada que no tenga que ver con trabajo, como una forma un tanto estúpida de no escuchar mi propia voz.

Pero el problema, en realidad, es que agosto no pasó, agosto se derrumbó y me llevó con él. Me condenó a no cumplir 27 años y a mantenerme en una retrospectiva que no ceja, en un adiós aun incomprensible. Los amigos estuvieron, aun los de la distancia de un océano; los hermanos estuvieron, pero yo no pude estar. Quedé con el alma espástica y con los sueños acalambrados en una marea indeterminada.


Cuando mi hijo nació –como bien concuerda mi amigo Manuel-, me entregué a la irresponsabilidad de no pensar, y dejé de pelearme con gente que intuía tener ideas interesantes, una intuición muchas veces desmesurada. Me di a lo irrelevante, al periodismo y al lete con una suerte cambiante. Busque simplicidad, porque el desarrollo siempre tiende a la simplicidad.

Cuando falleció mi padre sobrevino la apatía, la impaciencia y la conciencia de finitud. La búsqueda de lo simple se convirtió –y que no se confundan-, en la búsqueda de lo elemental y en el comportamiento estanco.

Lo elemental es una droga iridiscente, rompe con la visión del todo, nos entrega a la normalidad oscura de los hombres normales y a la mediocridad absoluta de los hombres normales, y esa anormalidad que rompe las convenciones se transforma en una molestia, porque a la larga uno se vuelve un hombre normal.

Entonces me encuentro leyendo libros del gordo Feinmann y me sorprendo encontrándolo interesante, como si de pronto ya fuera un ser retrógrado con una patina de izquierda como el mismo Feinmann, o un erudito de salón. El salón y Feinmann siempre me dieron asco porque reivindican lo mismo, la vulgaridad paradojal, porque ser vulgar con palabras rebuscadas también es posible; es casi toda una obligación.

Supongo que volveré, no sé cuando, ni cómo, pero uno siempre vuelve a lo que es inexorable.

05 agosto 2008

sobre mascotas y otras calamidades

Ayer, mi viejo y querido ovejero alemán, me mordió. Mi primer impulso fue agarrar la escopeta, descerrajarle un tiro en la frente, hacer un lindo pozo al lado del limonero y recordar que alguna vez tuve un gran perro que se llamó Dinno. Sin embargo me contuve. Recordé todos los años que llevamos juntos, a decir verdad, es el ser que más tiempo me soportó, algo así como 14 años, y el sólo hecho de haber pensado en bajarlo de un fierrazo me aterrorizó.

Sé que soy un gringo grande y bruto, y que una caricia mía bien puede pasar por una agresión frente a la liga de amas de casa o las asociaciones protectoras de animales. Pero Dinno es como yo, en lo grande y en lo bestia, entonces mis palmadas le sientan bien, tanto así que suele cerrarme el paso del jardín a la casa si no le doy mi cuota diaria de cariño, cuando no lo hago se ofende y hace como que no me conoce, hasta el otro día a las siete y media de la mañana.

Con la edad, mi fiel can se fue transformando en un tipo jodido. Ayer me mordió, no fuerte pero tampoco jugando, fue un tarascón de advertencia y tomé nota, porque Joaquín también es un gringo grande y bruto en relación a sus recientes cuatro años, y un animal que represente un riesgo para él, bien merece encaminarse al paraíso de perros leales. De momento hicimos las paces, pero nos vigilamos de cerca, y así la confianza es una putada.

Me mira.

Lo miro.

Mueve la cola.

Sonrío.

Me mira.

Lo miro.

Me doy cuenta que va siendo la hora del recambio, me entra la duda, ¿labrador o golden retriever? Observo, tanteo, lo dudo, vuelvo a buscar. ¿No es totalmente horrorozo que se vendan perros en Mercado Libre y en Ebay? Una idea pasó por mi cabeza como una exhalación, algo así que a veces el horror nos simplifica la vida, pero no pude evitar pensar en Alemania, Blondie y en todas las porquerías que se han hecho en el mundo porque en algún momento las personas utilizaron ese pensamiento vergonzante como una especie de máxima. Me dio asco, mucho asco, pero tampoco pude evitar preguntarme si existirá un Ebay para esclavos sexuales, la venta de órganos y otra cantidad enorme de barbaridades. Al fin y al cabo, donde hay dos imbéciles ya hay un mercado. Ya lo demostraron Corsi y su banda de putos degenerados.

Pero yo no quería profundidad de pensamiento, quería un perro lindo y dócil que crezca con Joaquín, para que no se transforme en esa clase odiosa de personas que le tienen alergia a las mascotas.

Mi primo dijo que conocía un criadero en Canning que vendía perros de la raza que andaba buscando.

Nunca había ido a un criadero de canes y me pareció una idea contradictoria, siempre creí que a los animales se los criaba en base a amor y cariño, ¿pero se puede combinar esas dos cosas y a la vez convertirlo en una mercancía?

Cristian: ¿Y usted cómo sabe que no soy un loco que le compra el animal para ponerlo debajo de la rueda del auto y pasarle por encima?

Criador: Si me paga lo que vale dudo que lo haga –pensamiento no del todo incorrecto, cuántas veces la gente pondera ante todo el dinero invertido-.

Cristian: ¿Y usted qué sabe? ¿Acaso tengo carnet de buena gente?

Criador: Bueno, si quiere después puede hacerlo empanadas, eso a mi ya no me importa.

Cristian: Con todo respeto señor, usted es un flor hijo de puta y habría que cortarle las pelotas.

Criador: ¿Por qué no te vas a hacer coger a máquina, pelotudo?

Cristian: Gracias, pero tengo turno a las dos, después de su señora.

Mi primo me miraba con la boca abierta, yo lo miré restándole importancia. Era el punto crucial donde no tardaría en volar una trompada. Di media vuelta y me fui, mientras ‘el guarro’ se deshacía en disculpas y el criador, halagado por ellas, mantenía un falso aire ofuscado. Mi primo, de los dos, siempre fue el más diplomático.

Primo: ¿Pero vos no querías un perro, boludo?

Cristian: Si, dejá, me compraré un canario.

Primo: ¿Pero qué querés al final, un perro o un pájaro?

Cristian: Quiero que la gente sea menos pelotuda de vez en cuando.

El primo me dejó en la puerta de casa y se fue, manchando el aire de invierno con una retahíla de puteadas.

Escuché las pisadas, el Dinno me miró de frente y avanzó con el paso cansino que le fueron dando los años para cerrarme el paso. Le dí una palmada en la cabeza, me miró, lo miré; sonreí. Tengo la extraña sensación de que también sonrió pero a su manera, como si en algún momento hubiera pensado en comprarse un nuevo amo.

17 julio 2008

Un día especial

Ayer Joaquín cumplió cuatro años y a mi se me cae la baba, porque soy un padre baboso y me hago cargo. ¡¡CUATRO AÑOS!! No hay nada que hacerle, soy un papá hijo-dependiente.

Un día de estos ya estaré escribiendo como la gente, aunque todos sabemos que de un tiempo a esta parte no estoy en mi mejor forma. Aun así, mantengo algún que otro escrito en mi nuevo blog: http://365no.blogspot.com/.

Nos vemos pronto con nuevas y mejores historias.

08 julio 2008

Derechos univerales del padre I

Papá tiene derecho a comer sin convidar y a no querer ni tocar las galletitas baboseadas que con tanto amor le das.

A Joaquín, con paciencia.

16 junio 2008

12-06-2008

Mi padre merece las más bellas palabras de la literatura, pero lamentablemente no puedo transformar los gritos y el desgarro en lineas armoniosas, quizá algún día pueda, pero hoy no.

Por esto, la casa se encuentra cerrada hasta nuevo aviso.

A la memoria de mi padre, 15-03-1941 / 12-06-2008.

02 junio 2008

There are more things… -edición-

18.10, hora pico. El TV institucional señala que la frecuencia horaria es la correcta, que cada subte debe partir cada 3.25 minutos, más que un anuncio, una aseveración, cada formación parte cada 3.25 minutos. Sin embargo, los minutos pasan y todos seguen allí, en el clima caluroso y opresivo de la estación 9 de julio y con un tren parado, atiborrado de personas. Desde la línea C llegan contingentes sin cesar, también desde la B, y cuando la estación fue un río de gente y sudor, el altoparlante anunció sin ningún tipo de emoción “La línea D se encuentra con demoras”.

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Se escucharon las primeras quejas con un dejo de resignación, y el mal humor que podía adivinarse cuado el retrazo era sólo una conjetura se convirtió en realidad. La gente se impacientó, algunos se fueron, prefirieron la larga caminata por la Buenos Aires fría antes que los codazos involuntarios y el apretujamiento sedicioso, metodológico, empresarialmente irresponsable. Otros se conformaron con putear, porque el insulto libera la tensión y la génesis destructiva; pero el insulto hacia subte, hacia la patria y hacia dios, por lo general en ese orden, se ve empujado por el odio de sentirse burlado todos los días a las 18, no por la búsqueda de una acción que busque cambiar la rutina. Así, la bronca se redime como una lluvia de improperios hacia lo que esté por delante sin generar ninguna acción.

15 minutos de demora, el clima se caldeó. Una señora de cartera roja y con la frente perlada de sudor comenzó a desvanecerse sobre un caballero de sobretodo marrón que, en un gesto típicamente argentino, comenzó a desplazarse hacia el lado contrario con unas muecas que hicieron evidente su aprensión a verse tocado por la transpiración de otro. Un murmullo incómodo comenzó a correr entre los usuarios fastidiosos, ‘una señora se desmayo’ se escuchó desde dentro de la formación. Nadie se preocupó demasiado.

El ritmo maquinal del altavoz se amalgamó con el tumulto de una horda encendida de viajantes indignados y una mujer desmayada. Las mujeres que se desmayan tienen estilo, suelen hacerlo cuando las situaciones apremian, sea el apretujamiento del subterráneo, la novela de las dos o el aire lívido de cólera por la falta de respeto generalizado. Otras señoras se mostraron escépticas y desde un lugar indefinido, con la prestancia del anonimato maledicente se escuchó, ‘¡mirà lo que hace esa yegua para conseguir asiento!’.

Al fin, cuando el odio dio paso al asco y este a la resignación, los ánimos amainaron. Minutos después el tren cerró sus puertas con lentitud y dificultad, como queriendo despertar de un letargo y todos respiraron hondo, más por una reducción espontánea del espació que por una feliz satisfacción. Era un milagro criollo, el subte salía… 30 minutos después. El subte partió, quejumbroso y pestilente, rumbo a esa otra nada que es la Buenos Aires subterránea, mientras el altavoz repetía con un ligero sonido metálico “Señores pasajeros, la línea D se encuentra con demoras”.

La demora, sugiere un hecho inusual, una alteración de lo cotidiano, una afrenta azarosa del destino. La repetición de lo inusual se transforma en chabacano, en un insulto que visto por otros podría pasar por un gag de comedia costumbrista. Sin embargo, el traqueteo lento de la máquina sobre las vías lo absorbe todo con una ensoñación extravagante, la bronca, el desprecio, la gente, el cronista… lo único importante es llegar a casa.

01 junio 2008

Las desventuras de la tía Josefa

Un par de veces al año, la tía Feinmann rompe la hibernación, se restriega las lagañas y hace como que despierta. Así, perdido entre el ostracismo del sueño y la cruda realidad, disparó dos o tres diatribas con una retórica un poco angosta, balbuceando, con la lengua acalambrada de tanto lamer botas.

JOSÉ PABLO FEINMANN, filósofo: “Yo detesto el blog, estoy en contra del bloc (Sic), no hay pelotudo que no tenga un bloc (Sic), y ponelo en negrita. En la Argentina no hay un pelotudo que no tenga un bloc (Sic), así que no entro en un bloc (Sic) así nomas. La mayoría de los que escriben blocs (Sic), un buen jefe de redacción les daría una patada en culo y los echaría por la pésima prosa que tienen. Es decir, no es cuestión de: “ah, yo no escribo en ningún diario, en ninguna revista, voy a poner mi bloc (Sic)”. No flaco, hay que saber escribir también, sino no le hagas perder el tiempo al que te lee, no lo agredas con tu mala prosa. Ese democratismo me parece realmente agraviante con el lector. (…) En realidad, a mí nunca me entusiasmo la Feria del libro, yo no vengo a la Feria del libro (...) La Feria del libro es un gran circo en el cual millones de personas pasan, miran, compran algo, compran muy poco y después no compran un libro en todo el año. Ven mil veces más a Tinelli de lo que… y si leen, leen a Paulo Coelho, a Bucay y otras basuras por el estilo. Así que a mi no me parece alentadora la Feria del libro. Creo que es una especie de burbuja que ilusiona a la gente”.

08 mayo 2008

La combustión espiritual de Paluch

Ver que en el top ten de los libros más vendidos de la Argentina se encuentra "El combustible espiritual", del periodista Ari Paluch, no produce bronca, tristeza o decepción, sino una extraña vergüenza por pertenecer al género humano.

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Con títulos como: "Cuidado con lo que te propongas porque lo puedes alcanzar", "El ego", "Espiritualidad y religión", "Misión en la vida", "La vida es un frontón", "Un pacto con Dios", "El clic", "Volver a Dios", "Perdón parece ser la palabra más difícil" y "Sería una pena no haber aprendido"; se comprende de qué va la cosa: reductio ad absurdum, que es brillante para la lógica, pero toda una contrariedad para un libro, sobre todo si es de los que se denominan de autoayuda. En este caso, como ocurre con este género en particular, la ayuda es grande, feliz y pecuniaria para el bolsillo del pseudo escritor que con un par de sandeces trilladas ilumina la enorme fragilidad de sus lectores. De esta manera, la ayuda no es bidireccional.

Por lo dicho, lo más optimista que esta Casa puede esperar es que el combustible espiritual de Paluch se encienda, no a lo bonzo, ya que objetamos de cualquier tipo de violencia, sino al estilo de cohete interestelar, y que no vuelva a escribir nunca más.

21 abril 2008

El presente absoluto - filosofía de tocador

El presente absoluto, es una recopilación de artículos publicados por Tomás Abraham en medios gráficos y digitales, en un periodo que se inicia con la caída del gobierno de Fernando de La Rúa -2001- y culmina en el 2006, aunque como señala el autor: “termina en el 2006, podría seguir con otros volúmenes hasta llenar una biblioteca borgeana”.

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Con una prosa encendida, de manera directa y sin buscar simpatías, el autor aborda temas urticantes, como, entre otros, la igualdad de derechos entre Blumberg y las madres de plaza de mayo para reclamar justicia, la utilización política de los derechos humanos, y la elaboración de una violenta crítica al periodismo argentino, donde no olvida a Mariano Grondona, su blanco predilecto –para más información, leer “los negritos del doctor Mariano Grondona”. Historias de la Argentina deseada-.


“La actualidad le plantea al filósofo un problema: la relación entre tiempo y pensamiento”, y Abraham lo resuelve con una metodología que resulta extraña en un filósofo: la utilización de la opinión, ya que esta se guía por las apariencias y, por lo tanto, es variable –definición de diccionario acerca de la doxa-. A consecuencia de esto, pueden apreciarse dos cuestiones importantes: algunas contradicciones entre distintos artículos de la obra, producto de la evolución misma de los hechos a lo largo del tiempo, y una falta de profundidad inherente al método empleado, que lleva a conclusiones algo simplistas, por ejemplo respecto al periodismo: “Hay que tener al consumidor excitado con la novedad. No hay tiempo ni es el propósito crear relaciones sino atraparlo al cliente (…) con el pinchazo de un alfiler que le de muestra que está vivo”.

Para este filósofo, la opinión es una construcción que se realiza a partir de otras opiniones, de símbolos y de imágenes, aunque omite mencionar que todas estas variables son endebles, que se digitan a través del poder, conformando lo que se denomina “sentido común”, y que a lo largo del tiempo se encontrará con otras opuestas que serán predominantes, porque la doxa en la argentina dura lo que las saturnales económicas y el viento de cola. La doxa es, en si, la negación de cualquier estudio sistemático.

El presente absoluto tiene una barrera implacable y una conclusión abrumadora. Lo inexorable es el transcurso del tiempo y la pérdida de vigencia de unos ensayos que se ajustan más al diario o al blog que al formato de libro. La conclusión es inquietante y lúcida: la complacencia y la demagogia sumergen al país en ciclos de crisis evitables, por el mero afán de agradar, de buscar aficiones hasta el agotamiento y luego, cuando las resultas del agotamiento se ponen en evidencia, los mecanismos varían de manera inversamente proporcional con el ejercicio de sus herramientas: coptar, corromper y silenciar. La crisis es el presente absoluto de la Argentina, y Abraham, por lo menos, sugiere honestidad intelectual.

09 abril 2008

Despedidas

Argos sonrió de perfil, con ese desprecio tan característico suyo y me susurró al oido: "el problema de los dragones es que cuando se les termina la magia se convierten en viejas lagartijas que sólo pueden aspirar al olvido". Su aliento de tabaco y mentas fue el vaho que ensombreció el resplandor de aquel atardecer furibundo...

Con un ritmo estertoreo, como arrastrados por el temporal y las predestinaciones, aun pueden escucharse algunos versos tristes de Poe en aquella esquina donde por ùltima vez nos vimos.

13 marzo 2008

Tristeza y nada más

Se fue Jorge Guinzburg y nos dejó en el vacío grande de una realidad horrible. Por eso mismo, hoy escribir debería estar prohibido, tan prohibido como los informes carroñeros de la TV que hablan del maestro del reportaje, del que no aprendieron nada.

Recuerdo unas palabras de Simón de Beauvoir frente a la tumba de Sartre: "tu muerte nos ha separado, la mía no nos reunira". Una parte de mi risa a muerto, se ha escapado, ya no volverá.

Hoy cumplo con mi dignidad, le doy luto a mis letras.

08 marzo 2008

El Soria inoxidable

No es sorprendente: La situación de América latina es como la novela de Laiseca, pero tan sobreactuada, tan fingida y forzada, que hasta tiene final de culebrón.

25 febrero 2008

How to be a blogstar - "Quiero un novio"

El secreto del éxito es –por lo menos en un principio-, no el buen producto o el servicio eficiente, sino la campaña publicitaria que convenza a los consumidores y/o usuarios de que lo que se está ofreciendo es excelente, como bien lo saben todas las empresas de servicios públicos y las casas de electrodomésticos de Argentina. A esta práctica, los políticos la llaman, por ejemplo, “pragmatismo político”; los telemarketers de Telefónica, “Speedy Duo 1 mega”, y el diario Clarín, periodismo.

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Clarín, el fiel custodio de la raigambre veleta argentina y cultor del periodismo como mercancía funcional, ahora lleva sus planes un paso más allá, creando “Clarín blogs” que, dicho sea de paso, son ultra-limitados y con plantillas de gusto dudoso. Ahora bien, la pregunta del millón es ¿cómo se hace para promocionar una plataforma blog horrenda? En realidad, no es tan complicado. Se observa atentamente en la redacción a ver quién tiene más cara de frustrado sexual, suicida o desubicado y se le ordena escribir un blog. ¿Por qué alguna de estas tres características? Porque a los fines del blog, el desahogo del perdedor tiene su encanto morboso, siempre y cuando esté más o menos bien escrito; es como mirar a través de una cerradura las desventuras del otro, sólo que en este caso, el otro tiene instinto de voyeur. El blog de alguien que la va de winner sería un fracaso casi tan rotundo como componer un tango optimista, ya que un post titulado “Soy un Grosso con mayúsculas”, más que ganas de leer, despierta la inspiración ejecutoria.

¿Sobre qué puede escribir una mujer de 29 años que está sin pareja? Bueno, podría escribir muchísimas cosas y muchas de ellas podrían ser buenas. Pero Clarín es Clarín y lo que prima en términos de letras es la falta de creatividad. Entonces, una periodista de 29 años que no tiene novio y por esas cosas mágicas de las “casualidades” trabaja en el Gran Diario, deberá escribir acerca de que se le aproximan los 30 y que está sola. Nada más y nada menos. Si a esto le ponemos un título como “Quiero un novio”, lo demás surge por si mismo, la horda de hombres enardecidos y señoras dadivosas harán cola para firmar.

Ya con unos cuantos comentarios en el haber, se envía la orden de realizarle una nota al empleado en cuestión -Lorena Bassani-, y se la hecha a correr por los canales del grupo multimedia (TN, Canal 13), excepto en el deportivo (TyC), porque quizás quede medio rudo mostrar la cara de la empleada después de las piernas peludas del 5 de All Boys. Pero no por esto hay que quitarle mérito a Bassani, que dotó a los escritos de una gracia peculiar, al estilo de Carolina Aguirre, aunque sin alcanzar los niveles de hilaridad desfachatada de esta última.

Lo patético no es que a un empleado se le ordene trabajar, lo es la grasada del PNT berreta, que huele a POL-KA y a novela costumbrista en prime time. En todo caso, sea por trabajo o por tristeza elemental, Bassani busca o dice que busca un novio que exista, sin enterarse que, en realidad, los novios no existen, sino que se construyen a través de la quiromancia y de los libritos de Horangel, que apoyándose en la rutinaria soledad, le presta ojos e inconsciencia a cualquier molusco que haya capeado el chaparrón.

19 febrero 2008

Argos y el confusionismo

A veces la vida me sonríe y, precisamente en esos momentos, es cuando siento las ganas ulcerantes de arrancarle los dientes de una sola bofetada por todos los otros momentos.

Otras veces la vida y la vecina me sonríen y, como se debe, tomo mi disfraz con aires de héroe raudo, como de las películas de Charles Bronson y las ignoro, porque le sonríen a todo el mundo, y porque lo que es público de esa manera, se convierte en la redundancia de tantas otras camas, que forman un eco resuelto en el olvido, como es de merecer en las vecinas y en las madrugadas de juerga salvaje.

14 febrero 2008

Tévez y el tiempo

Tévez vivirá por siempre, está condenado a la gambeta corta y a la fealdad para la eternidad toda. Y cuando el ritmo denso de la cumbia flagrante ya no amanezca, se derretirá de a poco, como los sueños que mal soñados realizan el último esfuerzo contra todas sus imperfecciones, hasta desvanecerse sobre una tasa de café. Entonces, Tévez abandonará su fealdad entre los mortales y tomará el tono cobrizo de los semidioses del Olimpo futbolero. De él quedará una quebrada milimétrica, alguna que otra mojigatería tropical y un discurso sin “eses”. Su rostro se recompondrá a la luz de la metafísica nostalgia de que todo futbol pasado fue mejor y será adorado, quizá en la misma medida que el otro semidios gordo y balbuceante.

03 febrero 2008

Metolodologías de la rutina

La conclusión es fatídica pero no por ello menos certera: escribir algo decente el primer día que se vuelve a la ciudad es imposible. Será porque se vuelve por obligación, cabizbajo y reputeante, a remover los escombros de una vida signada por la rutina, que, en el mejor de los casos, se intenta disfrazar con distintas configuraciones de lo mismo. Pero al final, todo termina en eso, en morirse de a poquito como un monito fordista que sonríe del uno al diez y llora enojosamente del 25 al 30 con una constancia religiosa.

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Como dije, uno vuelve por compromiso, pero las ganas de vivir se tardan un poco más, como un mecanismo de defensa ante las grises magias de lo cotidiano. Cuando las ganas no están, en realidad no importa mucho qué es lo que se está haciendo, pero cuando vuelven, ya se está atrapado otra vez, leyendo otros libros o viajando en otros colectivos, pero yendo siempre hacia el mismo lugar.

Hay personas que viven su rutina felizmente, siente la seguridad y el soporte de lo que es reiterativo, y por ello suele vérselos alegres en el trabajo, disfrutando de su néctar exhumado de las más aberrantes salvajadas de la repetición. Para estos, un día y cualquier otro no poseen diferencias absolutas, o si, pero estas se presentan en las cosas casi imperceptibles y, en realidad, poco interesantes, como la espuma del café, los puteríos de almacén o la intermitencia de las nubes. Su verdadero conflicto comienza con el periodo vacacional, que toman con acérrima apatía, pataleando porque se encuentran obligados a tomarlo.

Ya en su hogar y de vacaciones, el hombre rutinario suele transformarse en ese bicho raro que la modernidad ha dado en llamar “hikimori”, haciendo uso y abuso de la masturbación por internet, el delivery de la pizzería y cualquier otra herramienta que favorezca el aislamiento, dándole así un lugar donde recrear su ritual de manías invariables, medrando la tensión psíquica de la variable pasiva y del terror hacia lo desconocido.

El rito es, según Mircea Eliade, hacer presente un momento sagrado, no como una representación, sino como algo más profundo, traer hasta el hoy aquello que ha ocurrido en el pasado, pero no en presente, sino como una fluctuación atemporal, como lo fue la eucaristía hasta Ockham, sus navajazos a la transmutación y el nacimiento del nominalismo. Pero el rutinario desconoce esta filosofía y, si la conoce, le provoca nauseas. El rutinario devenido en “hikimori vacacional”, elucida la existencia a través del realismo filosófico o –in extremis- en base a arquetipos platónicos. Por eso mismo, es un sacrilegio pasar por el café sin haber tragado con ansia sus ocho horas de trabajo o salir de parranda una noche sin saber dónde terminará esta. Éste tipo de personas es lo que las abuelas y las señoras gordas catalogan, sin miramientos, como una persona de bien, responsable y segura; cuando en realidad, lo único seguro es su fobia hacia la vida y hacia lo que se transforma. Y así, ordenadito, disciplinado y alejado de cualquier mala influencia de “aventuras exóticas”, mira con una sonrisa a las viejas babeantes y aguarda el momento orgiástico de volver a sus labores habituales.

Durante sus vacaciones, el “hikimori vacacional”, está a la deriva y necesita afianzarse. Si no lo logra con sus ritos y demás frusilerías, da lugar a dos tendencias opuestas pero igualmente estrafalarias, una es la tendencia suicida, la otra es la homicida. La primera corresponde al Tánatos y la segunda al Eros, pero como no conoce o no le interesa Freud, el Eros y el Tánatos le importa dos carajos. Lo único que desea es la seguridad de lo circular y lo pasivo, y así, de a poco, se le va saltando la cadena que lo ata a la realidad. Por suerte para nosotros que detestamos la rutina y los policiales, sus vacaciones suelen terminar antes de que su vida se alborote y termine en un baño de sangre. Entonces se acicala, sonríe, pletórico de vida, y lo veo entrar en la oficina al mismo tiempo que yo, que cabizbajo y reputeante, sigo añorando las sierras, las noches cordobesas y toda esa familia que me quedó a la distancia.

Lo miro y me sonríe. Levanta el pulgar lustroso de tantas puñetas trasnochadas y me dice: “¿Te alcanzo un cafecito?”. Yo lo miro con odio, pero no me atrevo a decir nada.

26 enero 2008

Sobre cómo yo sigo de vacaciones y vos, lector, seguís en la ciudad con tanto calor que no me alcanzan los grados Kelvin

Argos sigue al pie de la sierra con un daikiri de frutilla en la mano izquierda y un Marlboro en la derecha, haciendo sudokus mientras el sol baja despacito por el horizonte del rio pedregoso.

La vida es así...

19 enero 2008

Sobre el blog, o cómo escribir 857 palabras sin que se te caiga una puta idea

Hace un poco más de dos años, cuando abrí el blog, pensé, en el mismo momento en que estaba dándole clic al “Crear un blog”, que el mundo se detendría, que las mujeres embarazadas iban a parir al unísono torrentes de niños rubios y de ojos azules, y que todos aquellos querubines panzones se iban llamarían Argos en honor a mis graves atropellos contra la humanidad. Pero lo cierto es que al poco tiempo me di cuenta del fiasco, al blog sólo lo leíamos Luz, una talentosa diseñadora de cositos navegables, y yo; las mujeres embarazadas terminaban dando a luz cuando se les antojaba, y algunas hasta tenían el espantoso gusto de nombrarlos Mateo, Lautaro, Jonathan o Braian (sisi, así, con la fonética).

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Eran tiempos altruistas, y por eso, si a mis escritos no los leía nadie no importaba, porque escribía, y así, con ese acto chiquito y esmirriado, me aproximaba de a poco a lo que sentía debía ser. Que fracasara totalmente era una probabilidad cierta, pero los fracasados tienen una especie de viñeta chic, una calificación sustancial, son autores de “culto”. Y eso, de por si es una especie de colchón, de hándicap boludón, que hace del impacto contra la realidad algo menos atemorizante.

Convengamos que en esa época, según todos aseveran, si no hubiera abierto el blog y dedicádome (?) a escribir como un autista en éxtasis, quizás hubiera terminado mi carrera como cirujano, o como psicópata, como cronista de policiales, o cualquier otra cosa en la que corriera mucha sangre. O también, y ya en las postrimerías, como Pai umbanda, filósofo o preceptor escolar. Pero la vida tiene esas raras vueltas, que son más una extravagante cadena de fatalidades, con alguna que otra calamidad entre medio –generalmente discos de “rock nacional”-, que un designio omnipotente de los brazos oscuros del destino. Así, en vez de despanzurrar gente por el barrio, armé un blog polimorfo, donde juego en todos los papeles y me importa muy poco el qué dirán –ya no en términos altruistas, porque ahora si me importa el dinero, la fama y las groupies-.

Creo que el blog, en estos dos años y algo, ha pasado a ser una especie de “bildungsroman”, donde el malaventurado visitante se encuentra con el desarrollo de la nada a una nada con un poco mas de cosmovisiones. Como la vida misma, donde se piensan cosas importantes sólo en los tiempos muertos, y, generalmente, cuando ya es tarde, porque a nadie se le ocurre la frase brillante en el momento indicado, la solución teórica insospechada en el último aliento, o la palabra del medio de la claringrilla cuando está atragantándose con las medialunas. Lo realmente paradójico de todo esto es que los malaventurados vuelven, lo que demuestra el espíritu masoquista del género humano.

A lo largo del 2007, he conocido gente que ha intentado enseñarme a escribir con propiedad, cosa que dudo seriamente que hayan logrado, ya que sigo escribiendo más o menos como siempre, pero es meritorio el hecho de haberlo intentado, y más, de haberme soportado tanto tiempo. Ellos son, por orden de aparición: Karina, Patricia y Néstor. También estuvo una chica llamada Tamara, pero cierta vez nombró las obras escritas de Sócrates y, desde ese preciso momento, me dediqué a darle con el anverso de mi cólera. Esta gente ha logrado devolverme las ganas de escribir, y me ha obligado a ver que no debería avergonzarme por como lo hago –aunque en este punto no estemos muy de acuerdo-. A todos ellos les he tomado afecto –algo realmente muy raro en mi, que vivo despotricando y escribiendo maravillosas intempestivas, como Quintín, pero con menos clase o, por lo menos, con menor erudicción-.

Creo que este blog, aparte de ser un “bildungsroman”, también se ha convertido no en un reflejo de la realidad, ni en una ficción hecha y derecha, sino en una copia de mi enfermiza y, por momentos, petulante visión sobre la realidad. El problema es que la gente tiende a confundir lo real con lo normal, cuando en si, lo normal es una convención y la realidad es una porquería, y yo, con mi bipolaridad, me hermano a Thomas Mann y a Britney Spears –gorda, fofa y tambaleantemente sensual-, y abrazo las dos cuestiones con la misma desfachatez con que el loquito de la calle corrientes se masturba a las nueve y media de la noche en la puerta del teatro. Porque lo importante no es que la vida sea una mierda –porque ahí el loquito de la calle Corrientes nos habría ganado de antemano-, sino poder escribirla y que al menos no lo parezca tanto, o que lo parezca menos, con la misma inconsciencia con que se vive la vida, como subiendo peldaños sin preguntarse para qué, y al final, cuando llega el gran acto final, dar el último traspié con elegancia, como si a uno le faltara un escalón o perdiera el equilibrio…

…y si es en blog, tanto mejor.

Me fui de vacaciones, nos vemos en unos días.

18 enero 2008

La última capitulación

Cuando era joven –o sea, más joven que ahora-, soñaba con tener el rictus severo de los ensayistas de izquierda, de esos que hablan con voz gruesa y cavernosa, y que levantan el dedo índice de la mano derecha para conjeturar solícitamente sobre viejas incongruencias; gente que sólo habla de cosas importantes, o que, al menos tiene cara de hablar sólo de cosas importantes, estúpidas quizás, pero siempre importantes. Con los años fui creciendo y la vida comenzó a parecerme menos dramática, así como también la escritura. Dejé de escribir esos panegíricos concienzudos destinados –dentro de mi cosmovisión de joven adulto- a salvar el mundo, y me dediqué a la frivolidad, a la francachela mediocre de relatar el hoy de una manera más o menos simple. Teniendo en cuenta estas palabras, “La última capitulación”, que se encuentra en “La colmena” de Camilo Cela, no deja de ser una patada ninja al centro maditativo de mi ser, esa que ya no escribe cosas aburridas y complejas, pero que si las piensa y pone cara de poker para que nadie lo sospeche. Así que ahí va, “La última capitulación”, y espero que se sientan tan mal como yo al leerlo, eso significaría que, a pesar de que hace rato ya que somos inmorales, no todo está perdido... demasiado perdido todavía.

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Última capitulación

"Hay reglas generales: las aguas siempre vuelven a sus cauces, las aguas siempre vuelven a salirse de sus cauces, etc. Pero el fantasma, aun tenue, de la realidad, no ha nacido quien lo apuntille, quien le dé el certero cachetazo que le haga estirar la pata de una puñetera vez y para siempre. El mundo gira, y las ideas (?) de los gobernantes del mundo, las histerias, las soberbias, los enfermizos atavismos de los gobernantes del mundo, giran también y a compás y según convenga. En este valle de lágrimas faltan dos cosas: salud para rebelarse y decencia para mantener la rebelión; honestamente y sin reticencias, con naturalidad y sin fingir extrañas tragedias, sin caridad, sin escrúpulos, sin insomnios (tal como los astros marchan o los escarabajos hacen el amor). Todo lo demás es pacto y música de flauta.

En uno de estos giros, sonámbulos giros, del inmediato mundo, la colmena se ha quedado dentro. Lo misma hubiera podido –a iguales méritos e intención- acontecer lo contrario. Lo mismo, también, hubiera podido no haberse escrito por quien la escribió: otro lo hubiera hecho. O nadie (seamos humildes, inmensa y descaradamente humildes, etc.). El escritor puede llegar hasta el asesinato para redondear su libro; tan sólo se le exige que –en su asesinato y en su libro- sea auténtico y no se deje arrastrar por las afables y doradas rémoras que la sociedad, como una ajada amante ya sin encantos, le brinda a cambio de que enmascare el latido de aquello que a su alrededor sucede.

El escritor también puede ahogarse en la vida misma: en la violencia, en el vicio, en la acción. Lo único que al escritor no le está permitido es sonreír, presentarse a los concursos literarios, pedir dinero a las fundaciones y quedarse, entre Pinto y Valdemoro, a mitad de camino. Si el escritor no se siente capaz de dejarse morir de hambre, debe cambiar de oficio. La verdad del escritor no coincide con la verdad de quienes reparten el oro. No quiere decirse que el oro sea menos verdad que la palabra, y si, tan sólo, que la palabra de la verdad no se escribe con oro, sino con sangre (o con mierda de moribundo, o con leche de mujer, o con lágrimas).

La ley del escritor no tiene más que dos mandamientos: escribir y esperar. El cómplice del escritor es el tiempo. Y el tiempo es el implacable gorgojo q corroe y hunde la sociedad que atenaza al escritor. Nada importa nada, fuera de la verdad de cada cual. Y todavía menos que nada, debe importar la máscara de la verdad (aun la máscara de la verdad de cada cual).

El escritor es una bestia de aguantes insospechados, un animal de resistencias sin fin, capaz de dejarse la vida-y la reputación, y los amigos, y la familia, y demás confortables zarandajas- a cambio de un fajo de cuartillas en el que pueda adivinarse su minúscula verdad (que, a veces, coincide con la minúscula y absoluta libertad exigible al hombre). Al escritor nada, ni siquiera la literatura, le importa. El escritor obediente, el escritor uncido al carro del político, del poderoso o del paladín, brinda a quienes ven los toros desde la barrera (los hombres calificados en castas, clases o colegios) un espectáculo demasiado triste. No hay mas escritor comprometido que aquel que se jura fidelidad a si mismo, que aquel que se compromete consigo mismo. La fidelidad a los demás, si no coincide, como una moneda con otra moneda, con la violenta y propia fidelidad al dictado de nuestra conciencia, no es maña de mayor respeto que la disciplina –o los reflejos condicionados- del caballo del circo.

El escritor nada pide porque nada –ni aun voz ni pluma- necesita; le basta con la memoria. Amordazado y maniatado, el escritor sigue siendo escritor. Y muerto, también: que su voz resuena por el último confín del desierto, y que el recuerdo de sus criaturas ahí queda. Mal que pese a los pobres títeres que quieren arreglar el mundo con el derecho administrativo.

A la sociedad, para ser feliz en su anestesia (las hojas del rábano de la esperanza) le sobran los escritores. Lo malo para la sociedad es que no ha encontrado la fórmula de raerlos de si o de hacerlos callar. Tampoco está en el camino de conseguirlo.

En los tiempos modernos, el escritor ha adoptado cuatro sucesivas actitudes ante los políticos obstinados en conducir al hombre por derroteros artificiales (todos los derroteros por donde los políticos han querido conducir al hombre son artificiales, y todos los políticos se obstinaron en no permitir al hombre caminar por su natural senda de íntima libertad). Al escritor que se hubiera cambiado por el político le sucedió el escritor que se conforma con marchar a remolque del político. Al escritor que se siente lazarillo del político, ¡qué ingenua soberbia!, seguirá el escritor que lo despreciará. La historia tiene ya el número de páginas suficientes para enseñarnos dos cosas: que jamás la política (contra todas las apariencias) fue tejida por políticos (meros canalizadores de la inercia histórica). Que el fiscal de esta inercia y de los zurriagazos de quienes quieren, vanamente, llevarla por aquí o por allá, es el escritor. El resultado nada ha de importarle. La literatura no es una charada: es una actitud".

14 enero 2008

La Cólera del Argos - Piquetero

Nunca en la vida voy a entender cómo el que está cortando la calle en reclamo de un aumento del plan, tiene unas zapatillas que yo no me puedo comprar ni sumando la plata de la escritura con la del trabajo -cosas que últimamente hago como un endemoniado-, o cómo carajos hacen para tener ese pedazo de celular que filma, saca fotos, te muestra las tetas de la rubia que tenés al lado y, si querés, apretando un botón, liquida a tus enemigos y a los amantes de las minas que están buenas.

Pero el hecho es que te cortan la calle, con su aire impune de gansters del conurbano, que es algo así como la mafia cubana de Miami, pero con menos nivel, y miran a la gente que pasa con la seguridad sobradora que da el montón.

Hoy reparaba en las palabras de Ricardo "Patán" Ragendorfer: "En la moral del ladrón el que labura es un gil"... ¿Y en la del piquetero qué?

Breve intempestiva mientras me doy la cabeza contra el teclado una y otra vez, repitiendo en voz alta "me equivoqué de profesión"... Yo pensaba que ser pastor evangelista era el factotum de lo sórdido, pero a veces me equivoco.

08 enero 2008

Anton Ego y la sinceridad

A veces me sorprendo cuando los demás no ven lo interesante aunque les golpee la nariz. Otras veces no me sorprendo tanto y tiendo a pensar que el desconcierto es un reflejo condicionado, que somos como un perrito pavloviano que en lugar de responder con salivación lo hace con sonseras al estímulo de la televisión. Pero otras ocaciones –muy raras a decir verdad-, de ella misma recrudece la esperanza, aunque los filósofos digan que lo que es no puede ser y no ser al mismo tiempo:

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“La vida de un crítico es sencilla en muchos aspectos. Arriesgamos poco y tenemos poder sobre aquellos que ofrecen su trabajo y su servicio a nuestro juicio. Preferimos las críticas negativas, que son divertidas de leer y de escribir. Pero la triste verdad que debemos afrontar es que en el gran orden de las cosas, cualquier basura tiene más significado que lo que deja ver nuestra crítica. Pero en ocasiones el crítico, sí se arriesga cuando descubre y defiende algo nuevo. El mundo suele ser cruel con el nuevo talento, las nuevas creaciones. Lo nuevo necesita amigos (…)”. Parlamento final de Anton Ego – Ratatoille, Disney Pixar.

Claro que aquí sigue estando el elemento cliché de la redención del villano, pero si tomamos en cuenta que los héroes de nuestros primeros cuentos infantiles eran siempre rubios, blancos y de ojos celestes, y los malos eran siempre feos, negros o deformes, esto ya es un adelanto.

06 enero 2008

El caso de la Elfa

La primera vez que hice un trato con el demonio me sorprendí. “Me estás cargando”, le dije y él prorrumpió con una estruendosa carcajada que logró sacar de su autismo cosmopolita a los transeúntes de Acoyte y Rivadavia.

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-No, en serio, por dónde viene la mano –pregunté a sabiendas de la fama del diablo y dispuesto a no dejarme engañar a la primera-.

-Quédese tranquilo, por esta nimiedad no le cobro ni un pedacito de su alma, pero algo me dice que ya nos volveremos a ver-. Dicho esto, transmutó en una morocha de piernas largas y siguió caminando hacia la estación del subte A, donde, dicen las señoras del supermercado, todos los viernes comparte la mesa con sus súbditos, sus querubines infernales, los sindicalistas.

El teléfono sonó, con esa canción de los Bee Gees que a nadie parecía gustarle excepto a mi. Era ella. ¡Ella! Esa mujer que me torturó tantos años con su desamor, con su distancia casi profesional hacia todas mis palabras, con su revolcarse con otros en mi presencia; esa Beatriz* que me llevó a todos los infiernos a los que puede descender un hombre, incluso al peor de todos: al de la humillación ridícula –porque toda humillación lo es, justamente, por ser ridícula-, o lo que es lo mismo, al de la poesía febril y acongojada de hombre no correspondido. Era ella y le urgía verme lo antes posible. Era ella, la elfa de piel suave y traslucida, la de los ojos azules, con su mezcla de ángel inocente y de hembra bien predispuesta.

Con un nudo en la garganta, como si toda el alma que el demonio no había querido llevarse se me enroscara en el cuello, me dirigí a su departamento. Me esperaba con vestido celeste que apenas alcanzaba a cubrir sus rodillas. Me declaró su amor incondicional y desmedido, mientras yo, por lo bajo, cantaba loas al mismísimo Satán.

Nos besamos e hicimos el amor, aunque decir amor sea un eufemismo, fue el puro acto animal, desenfadado y casi criminal de coger. No hubo amor ni sentimentalismo, eso fue posterior; fue brutalidad, química, látex, piel, la fulgurante necesidad insaciable y los calambres. Ella era mía, no podía creerlo, pero era mía, aunque no pudiera creerlo.

El noviazgo fue corto pero fructífero, ella se graduó de licenciada en comunicación social –lo que debió servirme de advertencia-, mientras que yo pude terminar mi primera novela, la que tuvo una aceptación relativamente buena –lo que también debió servirme de advertencia-.

Un atardecer de otoño, un año después de mi encuentro con el diablo, luego de incursionar en lo que los ingleses llaman out door en la plaza San Martín, decidí que era el momento y le propuse matrimonio. Ella se emocionó y lloró. Respondió que si. Dos meses después nos juramos amor eterno ante dios. Al salir de la iglesia no pude evitar ver a una morocha de piernas infinitas y escote sugerente, que sonreía de una manera peculiar. Yo sabía que era el demonio, él sabía que yo sabía, pero los dos sabíamos que ninguno de los otros tenía la menor idea y que en realidad no importaba porque no teníamos negociaciones pendientes. Aun así no dijo una sola palabra al respecto, sólo se acercó a mi esposa y la beso en la frente, deseándonos amor eterno y fidelidad absoluta. Esa fue mi segunda sorpresa.

Todo siguió su curso normal, éramos felices, ella decidió abandonar temporalmente su trabajo en una consultora del microcentro porque quería poner orden en nuestra nueva casa. Entretanto, nuestras salvajadas sexuales se superaban a si mismas y sólo con su relato bastaría para empalidecer a cualquier prostitutas de carrera de las que pululan por Palermo.

A los tres meses de convivencia algo empezó a cambiar, no bruscamente, porque nadie se va a la mierda de repente sin darse cuenta, sino de a poco, paulatina pero constantemente. Comenzó con una novela de Paulo Coelho y siguió con una de James Ellroy; luego aparecieron las bombachas regadas por la habitación y, para cuando tomé conciencia, ya no podíamos hacerlo sobre el escritorio sin mancharnos con el polvo, que sumado al sudor inherente de esas prácticas, da una especie de barro que se torna sumamente repugnante, no al momento, sino el día después. Supuse que esto sería temporal, naturaleza de las mujeres, habitual inconstancia en ciertas cosas, porque ella era un hada como la de los cuentos, y las ninfas no están acostumbradas a esas cuestiones terrenales. Decidí contratar una empleada doméstica, me pareció lo más natural, como si respondiera a la sindéresis… y me equivoqué. Llantos y escenas sobre mi misoginia, que no la valoraba como mujer, que para eso que le cortara las manos en ese mismo momento, y que si había contratado a esa arpía asquerosa –decía-, era solamente para poder acostarme con ella. La “arpía asquerosa” tenía 64 años y le faltaban todos los dientes frontales, pero esto no fue alegato suficiente, por lo que la casa siguió su lento e inexorable camino a la decadencia.

Al séptimo mes todo se derrumbaba excepto nuestra química en la cama. Ella ya no salía de casa, gastando el tránsito de la habitación a la heladera, ida y vuelta. Llegué a pensar que me engañaba en nuestro propio hogar y contraté a un investigador privado, esa gente de infancia traumada que ha leído demasiados cuentos de Monsieur Dupín y de Sherlock Holmes, pero que también tienen el macabro placer de decirle a los cornudos que, en definitiva, son cornudos, y cobrar por ello. Pues bien, el caballero se apostó en la esquina durante 15 días consecutivos, al cabo de los cuales llegó a preguntarme si en verdad vivía alguien más que yo mismo en esa casa de paredes blancas. Ella no salía, no se movía, y eso comenzaba a preocuparme. Comencé a preguntarme cuánto tendría que ver el demonio en todo esto y él me aseguró que de momento absolutamente nada.

Al octavo mes, en nuestra fortaleza inexpugnable hecha de tacto y de sábanas, comencé a notar algunas cosas extrañas. Al noveno ya era evidente y aberrante, la piel traslucida de mi elfa mitológica ya no era traslúcida, ni suave, ni nada; se asemejaba más bien a las piernas del centro-delantero de Chacarita Juniors. Ese contacto espeluznante, como de estar acostado con otro hombre, me despertó de la ensoñación como una cachetada, mi hembra sedienta de sexo se había transformado en algo inenarrable. La vi por primera vez en tanto tiempo no con la imagen que mi mente y mi cuerpo se habían hecho de ella, sino en lo que se había tornado en realidad, con su obesidad logarítmica que hacía que sus rasgos otrora finos, delicados y sobrenaturales perdieran toda su encanto; donde antes estaba la magia azul de sus ojos, ahora se encontraba una mirada bobina perdida entre las marcas de estrías y la celulitis reaccionaria.

En el mismo embate de realidad forzada miré en derredor, la mugre, las telarañas, la ropa interior sucia y regada; las sábanas de seda blanca manchadas con aceites de diversos tipos y antigüedad, con nuestros propios fluidos corporales, con restos de galletitas que azarosamente escaparon al abismo de su gula. Comprendí que había sido engañado, no por el demonio, sino por ella que, en definitiva, nos había engañado a todos con sus modos sociales de princesa y sus costumbres de prostituta veterana en la alcoba. Ella había forjado una máscara de suspiros y miradas, de dietas y horóscopos, de la más descarada infamia. El demonio sabía que Sartre, acabado y final, había dado con la fórmula correcta, que el infierno son los otros, y que esos avernos son terriblemente más crueles y profundos que los que él mismo administra.

Ella, mi elfa ficticia, la que nunca había existido, lloraba desconsoladamente, me juraba amor. Yo no podía soportarlo. Corrí hacia la puerta, pero no pude abrirla; traté de romper las ventanas, volar la maldita casa, suicidarme, asesinarla. Lo probé todo, pero en el mismo momento donde la muerte daba el augurio del descanso todo volvía a comenzar en el momento justo donde pude ver la realidad, en el desesperarse, en el correr, aun recordando la muerte anterior, la inútil, la que no nos libraba de nada. Me arrodillé, supliqué al demonio que tomara mi alma a cambio de la libertad, pero se negó rotundamente, dijo que esos eran asuntos de albedrío y que esos infiernos no correspondían a su distrito.

Cuando todo está perdido el único reparo es la resignación, que a los fines es una especie de paz desangelada y escabrosa, pero en definitiva paz. Creo que podría lograrlo si ella me escuchara y dejara de llorar o si simplemente se apagaran sus reproches.

Hoy he logrado perderme unos segundos en mis pensamientos, hasta que mi hada rota reclamó sus menesteres. Pude dar en el blanco y sentirme un buen perdedor: el demonio lo había comprendido todo desde un principio y desde entonces me había sentenciado, sin participación directa, ya que eso hubiera requerido a cambio mi alma, y a él más que mi alma le interesaba la diversión; sino con pequeñas y acertadas apariciones, como los buenos actores de reparto, porque a él, sobre todas las cosas, le gusta la vida en clave de reality show y por lo que he llegado a escuchar, en sus dominios tenemos buena concurrencia.

04 enero 2008

Sobre las mujeres tetonas

Ella hablaba sobre mi supuesta fragilidad, mi soledad existencial y no sé qué fantástica teoría psicoanalítica, mientras le daba largas caladas al cigarrillo con sus movimientos de gata descangayada, sobre los que se podrían escribir manuales enteros de seducción femenina.

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Yo la miraba y asentía maquinalmente, sin escuchar, miraba hipnotizado el vaivén de sus pechos al moverse tratando de explicarme no recuerdo cuál epígrafe nietzscheano; preguntándome en realidad, por qué maldita conspiración del destino todas las mujeres tetonas son taradas o tienen defectos en el habla, tanto más cuando son rubias.

Deluca sostiene que es un mecanismo de la selección natural, el tamaño de las tetas es inversamente proporcional al coeficiente intelectual y actúa como un mecanismo de defensa contra las artes oscuras de las destetadas, por lo que no se puede ser tonta y no tener tetas grandes, porque sería la representación misma del infierno. Di Meglio en cambio, con su escepticismo englobador, dice que esas mamas están compuestas por neuronas muertas y que todas las tetonas son tontas porque son tontas, y también porque no tienen que esforzarse para conseguir citas, un puesto de secretaria o una aventura con un hombre mayor que les compre carteras y zapatos a cambio de dudosos favores sexuales. A veces pienso que estas son más calumnias envidiosas que lúcidos arrebatos filosóficos.

Por mi parte, creo que las tetonas son tontas porque deben serlo, pero no por ellas, sino por el trauma psicológico que supone el mundo, el universo de miradas que se centra en sus dos grandes convicciones y no en ellas. Esos pechos sinuosos y simétricos que suponen a la vez el mantener todas las bocas abiertas, como una jauría de lobos esperando el pequeño milagro del verano y los escotes o de un viento arremolinado de invierno que arranque algunos botones de esa camisa; son a la vez la carga metafísica de saberse excluidas del mundo. Sus tetas convierten a la historia en circular, en un eterno retorno, en siempre el mismo chiflido, las mismas guarangadas por la vereda, la misma saliva enjundiosa, los mismos arrebatados bocinazos por la avenida. El resto de ellas no, sigue de largo por la linealidad del tiempo que se escapa, dejando sus tetas a merced de los buitres peregrinos de una ciudad en llamas. Las mujeres tetonas responden a una dualidad del tiempo, a una elipsis, una diáspora que amenaza la continuidad del universo.

Ella hablaba sobre mi supuesta fragilidad, y yo que pensaba sobre los anatemas profundos de sus dos cuantiosas mamas, tuve que matarla y esconderla y volver a casa, con la camisa y la corbata, saludar e impostar la sonrisa, responder a las preguntas de rigor: “si querida, fue un día duro en el trabajo, la muchacha nueva de la que te decía ayer no se ha presentado”... pero ella hablaba, con sus tetas, y hablaba y hablaba y hablaba...

03 enero 2008

Shua por dos (o por cinco)

Reunión de padres

En la reunión de padres de la escuela se discuten métodos para ejecutar a la maestra. La mamá de Romina revuelve el café con un dedo que se disuelve lentamente en la taza. En mi época, la recuerdo con melancolía, se optaba por la lapidación y los ejecutores eran los alumnos mismos. En el patio, como siempre, se escuchaban gritos.

Atontada por el dolor

En la copa de un árbol, una mujer sostiene abiertos los pantalones de su difunto marido. El cura le ha dicho que su hombre está en el cielo y ella espera que caiga en cualquier momento. Pobre tonta, como si no lo conociera. Su marido cae del cielo una vez por día, pero nunca en el mismo árbol. Otras también lo esperan.

Dos microcuentos de Botánica del caos, excelente libro de microcuentos escrito por la argentina Ana María Shua. Éste, como casi toda la buena literatura, se puede conseguir en la calle Corrientes a no más de cinco pesos.
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