09 febrero 2006

Los Nadies (El sueño de los inmortales)

Mientras mi rumbo se encontraba a las 6 de la madrugada por la avenida, y la luna de los pobres diablos iluminaba a los góticos con todo su fetiche, algo sucedió.

Quizás fueron las demasiadas horas de vigilia, quizás los salvajes días anteriores, no sé… quizás me encontré a solas con el orbe, sin ilusiones, sin piedad. Me enfrenté a la noche con todo el peso de mi leyenda… y verdaderamente recordé tarde que mis mentas superan, y a veces en demasía, a mis talentos.

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Apabullado y solo, comprendí a Baudelaire, o más bien, odié a Baudelaire, me convertí en un fragmento de les fleurs du mal, sentí el aire opresivo de sus letras recorriendo mi sangre, estuve atrapado, fui un flaneur -Aunque ya no recuerdo como redactar este vocablo… aunque ya poco importe-.


Los paralelismos entre Baudelaire, Proust, y esos -Acaso- cinco minutos de mi noche, son vertiginosos, ciertos, grandilocuentes.

La realidad -lo que osamos llamar realidad- se construye de a pequeños fragmentos, los que sistemáticamente son reacondicionados y forzados a cuajar, así denominamos "lo real" al interjuego facineroso de la imaginación y el miedo.

¿Acaso nunca se pensó en la posibilidad de que nada tenga sentido?

Esos -Acaso- cinco minutos fueron macabros e iluminadores, no pude soportarlo -Como siempre sucede con las cuestiones dables de ciertas-. Cayó la máscara de Dios, y detrás se encontraba (se escondía) la nada, la Nada Absoluta, que en algún sentido debe ser un tipo de Dios.

Desde aquella madrugada terrible, invariable, eterna, varias cosas han cambiado. Ya no repudio a los pordioseros, tampoco a los patanes, puesto que en cierta manera nos une el secreto y una hermandad invisible; y por otro lado, río cínicamente cuando los ilusos, aquellos oscuros nigromantes que creen tener el poder de los profetas y de los cientistas, dicen: ¡Eres poco realista!

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