13 julio 2006

36

Mi lamentable afición de lector me ha deparado, a lo largo de la vida, sorpresas, algunas buenas y decadentes, otras sombrías, pero no por ello menos sorprendentes. El objeto de este relato, que seria falaz elucidar como fantástico (mis propios ojos han sido testigos fieles de la información que proporciona), es dar luz sobre un hecho bastante peculiar ocurrido algunos años atrás en un pueblo perdido entre lo que supieron ser vaquéanos y los avatares del progreso, situado en el limite de la provincia de Buenos Aires con La Pampa, y cuyo nombre omitiré para resguardar su dignidad.

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Había partido hacia aquel pueblo con toda la familia, con el fin de pasar algunos días en la tranquilidad del campo, lejos de la ruidosa y ajetreada capital, mas por estricta recomendación médica que por gusto (es inaudito como el estrés puede llegar a arruinar a un hombre).


Luego del viaje agotador, nos instalamos en la estancia “Los palmares”, perteneciente a mi gran amigo, el Doctor Julio O´Brien cuyo cabello alborotado y rojizo, delataba su neta ascendencia Irlandesa. Luego de la cena, ya dormidos los niños, en el silencio solitario de la noche campestre, Julio me invita a pasar a la biblioteca, aseverando que tiene en su poder unos volúmenes extraños y antiguos, adquirido en su ultimo Viaje a Europa, fingió no recordar la suma pagada por aquellos, únicos y secretos, según había proferido el parco bibliotecario que se los cedió a modo de contrabando. Preferí no indagar sobre la cuestión, puesto que lo ilícito tiende a causarme una suerte de rechazo, tanto por el acto como por los actores.

Eran en total seis ejemplares con cubierta de cuero negra, enumerados de tal forma que procedía a la omisión de los caracteres arábigos: III, V, VII, IX, XI, y XII. Todos ellos comenzaban en Latín, con las mismas palabras; traduzco textualmente: “Zhorenn, notario de los treinta y seis, distinguido entre sus pares y alabado por su pluma, ha de encomendarse a la tarea de llevar a cabo estos nobles documentos, que darán luz o destrucción a la posteridad. Hemos juramentado llevar la empresa hasta las últimas consecuencias, más allá de nuestra vida y de todas las vidas. Lo que así fue, así será”. Todos los volúmenes constaban de 333 paginas, enumeradas únicamente por números impares (aquí se presenta una contradicción con el libro numero XII, de la que luego me explayare), como dije anteriormente, la primera pagina escrita en Latín y manuscrita (siempre por la misma mano), las demás impresas con el arte rudimentario de las primeras tipografías. De estilo confuso, mezclaban pasajes en ingles, latín, alemán, griego, y un idioma aparentemente asiático que no logramos elucidar sino hasta tiempo después. En el caos aparente de transgresiones dialécticas, se consentía un breve principio ordenador: las paginas terminadas en 1 empleaban el latín; las que lo hacían en 3 el alemán; en 5, el ingles; las finalizadas en 7, el griego; y finalmente las que culminaban en 9, empleaban aquel idioma desconocido.

Julio dominaba el griego y el ingles; yo, el alemán y el latín, de esa manera, en vano trabajamos la noche tratando de elucidar el contenido del primero de los libros.
Había una conexión clara entre las páginas subsiguientes, excepto la primera que ya he mencionado, las demás constaban de la repetición de los hechos y de los treinta y seis, mecánicamente, sin variaciones, las mismas palabras y metáforas, a excepción de las locaciones y actores.

El primer gran error fue el de la generalización.

Julio sugirió que quizás se trataba de una especie de acertijo o laberinto, yo le recordé que el laberinto inextricable es el que consta de una línea recta, pero finalmente adherí a dicha idea, ambos presentíamos (temíamos) que quizás la resolución se encontraba en aquellas hojas de idioma ignoto. Mientras aquellas permanecían al amparo de nuestra ignorancia tratamos de develar el contenido de las demás.

El enigma se propagaba, en cierta pagina cuyo numero no recuerdo, pero que se encontraba en alemán, citaba lo siguiente, “Hemos asumido la cifra, la fachada, o el nombre, de los treinta y seis (der sechdreiBig), que enumera y recoge cada una de las verdades del universo, o una verdad (la única) de cada uno de los universos, lo que es al fin, una constante. La batalla contra los infieles nos ha delegado importantes bajas, huimos de los que profesan la fe del Cristo judío, somos perseguidos. El acero de la espada aun nos es noble, pero cada noche percibo como el círculo cierne sobre nosotros, somos traicionados en cada campiña y en cada ciudad; los espías de nuestra insignia nos han abandonado y los de las contrarias, nos carcomen. Una escuadra a cargo del gran general Utwer Von Drasch que nos supera en número y en vigor ha sido encomendada a destruirnos; en nuestros hombres se siente el temor casi palpable de la muerte inminente. Los treinta y seis generales tratan de elevar la moral de los nuestros, dar la vida por la verdad, es un final glorioso, apoteótico; pocos de nuestros hombres comparten tal apreciación; han comenzado las deserciones y las ejecuciones para evitarlas, los bravos guerreros de los treinta y seis que intentan huir, son primero difamados, luego, se les quema los ojos, se les corta la lengua, y se le atraviesan las orejas, mas tarde se les amputa sus miembros cauterizando las heridas para evitar la muerte, y por ultimo, se los abandona a su suerte en los caminos, sin extremidades y sin sentidos evitando la dolorosa traición; los mas afortunados mueren antes de culminada la empresa, los oficiales de mayor rango son favorecidos por la decapitación. La gran incógnita es si nos eliminaran los impíos infieles a la verdad, los pares y el infinito; o lo haremos nosotros mismos; al parecer, lo único que sostiene la lealtad, es el impiadoso castigo contra la sublevación y la traición.

El Barón negro nos aguarda en su fortaleza, ha puesto sus hombres a disposición de los 36 generales, las tropas del Barón son el ultimo bastión que nos separa de una derrota estrepitosa.”
Las mismas palabras se repetían en las cuatro numeraciones siguientes. La quinta, incógnita.
“Infames de la unidad, necios que aun no comprenden, ni comprenderán, que el infinito tiende a su complementario, al par; y que allí reside la verdad y el dios perfecto que propende a II (la escritura o alusión de su nombre sagrado y secreto se castiga con la muerte). Uno de los espías ha informado que Von Drasch, en el secreto de la noche, adora las verdades de los 36 universos. Esta información es poco fiable, aunque no imposible.

Nuestro retroceso es lento, solo tres lunas nos separan del barón y su ejercito.

El general Dietrich, segundo al comando se ha sublevado con un tercio de los hombres de la infantería; los caballeros y arqueros han permanecido fieles. El príncipe de Stutgaard, líder de los generales, prepara la estrategia desesperadamente, sin piedad. La replica ha de ser rápida y despiadada, puesto que Drasch a cargo de las fuerzas del emperador ha acortado demasiado las distancias.

Al amanecer los arqueros iluminan el cielo mortecino con las flechas incendiarias, y la caballería avanza destruyendo eficazmente las defensas soñolientas y circulares de Dietrich. Poco después, los heresiarcas deponen armas, participándose del suicidio para evitar la furia del príncipe, el general Dietrich es capturado, luego de implorar clemencia, esta le es concedida. Es ejecutado. Ahora su cabeza pende de la punta de una lanza junto a nuestro estandarte.

Hemos divisado, a los exploradores de las escuadras del emperador, el final se acerca, dos noches nos separan de las tierras del Barón. Los restantes generales han decidido obligar al príncipe, al destierro de la batalla, y delegarlo junto con una guardia formada por los mejores caballeros al castillo del barón; su lugar es ocupado por el tercer general, Pártamus. Los generales se reúnen, juramentan a Gustav, heredero natural del lugar dejado por Dietrich.
La huida es desesperada. La confrontación directa, imposible.

Es probable que este sea el último sol que ilumine nuestra bandera. Una muerte honorable al servicio de nuestro señor y el infinito nos pertenecerá, lo haremos arder con la ira de Stutgaard, representación de la verdad de los treinta y seis universos.”

El resto del primer volumen se diluye en descripciones burdas de los pormenores anteriores al fin, como un intento de dilatar los tiempos reales en los tiempos de la escritura.
Las últimas páginas del primer libro es una confusión de sangre y lucha, en un intento de traspasar la batalla del campo al escrito.

Solo el campo nos separa de Von Drasch, que nos dobla en número, envía a dos de sus mensajeros para negociar los términos de la rendición que cree un hecho. Pártamus se niega a recibirlos, quizás ineptamente.

La infantería de los hombres de la cruz avanza en un grito desaforado, lo único a lo que atinamos es a defendernos, los arqueros disparan sin cesar, muchos de los infieles mueren por las flechas de la verdad, pero nuestra arquería es reducida para acabar con tal cantidad de guerreros. Los infantes proceden a un contraataque frontal, y dos de los cuerpos de caballería atacan por los flancos. Comienzan a llover flechas de los herejes, sobre propios y ajenos. Gran parte de los guerreros de la cruz mueren al igual que nuestros nobles caballeros. Comienza el verdadero albur de la batalla, las tropas del emperador se habían dividido estratégicamente, y el segundo comando nos ataca por la retaguardia, ya todo esta perdido. Ese ataque sorpresivo, elimina nuestros arqueros, y luego de singular combate, al resto de la caballería. Aun veo nuestro estandarte en las manos tiesas de Pártamus junto con la cabeza del traidor. Los sobrevivientes somos capturados, sabemos lo que nos espera, pero no sentimos temor. De aquel temido ejército libertario de los treinta y seis, solo quedan acaso 200 hombres, cinco comandantes y yo.

Aceptar la fe del cristo o morir, esa es la cuestión. Los generales sobrevivientes son crucificados al negarse a develar el nombre sagrado. Los bravos guerreros ignorantes de aquel, son quemados vivos, muerte quizás mas aberrante que las anteriores, porque arderán eternamente en el infinito. A mi, se me perdona la vida, quizás de la forma mas vulgar, he aceptado la fe del cristo, he adorado su efigie, he traicionado mi verdadera fe, he develado el secreto. Pero con o voto de castigo, para que nadie ignore mi pasado de hereje, me fue arrancado un ojo y la mano derecha. Soy tomado por esclavo por el propio Utwer Von Drasch. Él mismo redacta el preámbulo de mis escritos. “Zhorenn, notario de los treinta y seis, distinguido entre sus pares y alabado por su pluma, ha de encomendarse a la tarea de llevar a cabo estos nobles documentos, que darán luz o destrucción a la posteridad. Hemos juramentado llevar la empresa hasta las últimas consecuencias, más allá de nuestra vida y de todas las vidas. Lo que así fue, así será”.
He dicho: mi señor, no comprendo. ¡Calla perro traidor! solo te he perdonado la vida porque en todo el reino no hay pluma que se compare con la tuya por lo demás merecerías una muerte lenta e infinita, dijo, luego rió socarronamente, y con un aire condescendiente dijo: ya entenderás.

Momentos, que me parecieron eternos, avanzamos rumbo a las tierras del Barón, el castillo es rodeado. ¡Cuan corta era la distancia a la salvación! Contradictoriamente, las puertas se abren, avanza un jinete solitario con un saco y una epístola. Las letras rudimentarias proferían: el círculo se ha cerrado, el pago por la libertad ha sido consumado y se encuentra en aquel saco. Que el dios que es par e infinito este a tu lado y salve al emperador de los herejes. En el saco se encontraba la cabeza del Príncipe, en la que aun perduraba el gesto de asombro y terror.
La cabeza de mi señor fue enclavada junto a la cruz”.

*Continuara algún día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por favor ¡no dejes de continuar!
Es injusto para los que seguimos este blog (y hablo en plural porque hoy he visto unos cuantos comentarios que me alivian).

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