12 julio 2006

Palabras más, palabras menos


Muchas veces las palabras no sirven de nada, otras si, pero son irrelevantes. El acto de definir inexorablemente tropieza con palabras que rara vez tienen la significancia precisa de lo que sucede en nuestro interior, y entonces un velo de arbitraria paradoja se inmiscuye entre la oración y el hecho en si: Lo que siento no es lo que digo por el solo hecho de que no se siente en palabras, pero estas son el método principal para llevar hacia fuera lo que es interno; de modo que todo vocablo surgido así, por más sincero que se crea, termina siendo falaz, pueril, o infame –o todas a la vez-.

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Quizás, y sobre esto deposito mi dudosa esperanza, el lenguaje corporal sea lo menos artero, ya que se moviliza por carriles distintos al hecho dialéctico… ¡Cuantas veces he visto que la palabra amor para el enamorado per se, deja gusto a nada, o a poco, dependiendo del estado, y este se desespera tratando de crear un neologismo efusivo que abarque todas esas cuestiones negadas por el verbo potencial! Es de esta manera debido a que el lenguaje dialéctico no tiene valor real, sino escasamente denominativo, una vulgar salvajada que tiende a seccionar lo vital de lo experimentado… llámese amor, desamor, tristeza, odio, vacilación, o como más se quiera… si hasta “Felicidad” es una expresión esquiva e insolente. Así, los términos que solo pueden definir lo estático, se contraponen a la dinámica que corresponde en regla de necesariedad al hecho de vivir.

La existencia y todo lo que a ella compete es irreductible a meros vocablos; lo hacemos, según creo, por la exasperante necesidad de inventar un maravilloso artificio: El de ser comprendido, el de darse a comprender, el de sentir compañía –de alguna manera-. ¿Cómo te enterarías sino, a la lejanía imposible del recuerdo, de la profunda tristeza que me abarca al no tener más remedio extrañar? El problema es que cuando digo extrañar pienso en algo que ya de por si se aleja a lo que siento, y por antonomasia, por las cosmovisiones que han sacudido tu existencia, comprenderás algo completamente distinto al sentido que movió en principio todo aquello. Así, la distancia va aumentando a medida que los malos entendidos se expanden, cosa que es inexorable. Todo esto nos conduce a una doble complejidad de la comunicación.

¿A qué me refiero con ‘Brutal salvajada’? las términos pueden conectar distintas cuestiones dentro de uno, teñidas de una carga emotiva –tengamos en cuenta de que hablo de sentimientos-. Imágenes, conceptos, porque también las palabras requieren de un feedback con conceptualizaciones anteriores; pero todo esto se pierde en la expresión… solo quedan letras perdidas en el intermedio del que emite y el que recibe. Es casi estupido suponer que el otro pueda contener todas aquellas experiencias que en nosotros se convierte en vocablo, así, tanto más estupido es sostener que se nos está comprendiendo…

1 comentario:

Ducados dijo...

Creo que el problema no está tanto en la incapacidad del lenguaje para transmitir la realidad como en la interpretación del receptor. Este es un problema insalvable dado que incluso en el lenguaje no verbal, o en este caso corporal, siempre ha de estar sujeto a la interpretación.
Las coincidencia entre la interpretación que quiere que haga el receptor el propio emisor y la que en realidad hace el receptor, aunque es innegable que se da en muchísimos casos (sería absurdo hablar de lenguaje de otro modo) en otros es absolutamente imposible debido a que depende de multitud de factores (estado emocional del receptor, capacidad empática, convergencia o divergencia de experiencias vitales, etc).
El problema no está en el modo de comunicación sino en "el otro" y es un obstáculo insalvable.

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