14 enero 2007

Cólera del Argos (Sobre el amor, el pasado y sus artificios)

“Tajante es la decepción de aquellos que pusieron su esperanza sobre las runas cotidianas de una sonrisa acechante. ¡Mírate! Ahí, llorando por lo desconocido y las insinuaciones de lo desconocido.

Tu que creíste tiernamente en el amor, y hoy, arrodillado, sientes el rubor de tus mejillas explotar en mil colores; tu que esperaste del pasado la redención de tus heridas y de tus paupérrimas visiones, con tus apócrifas delaciones metafísicas, tan anhelantes como erradas. ¡Tu que quisiste ser otro hablando el idioma de los otros! ¿Acaso supusiste que alguna vez te creerían? ¿Qué no tomarías el epiteto de farsante? ¿Qué hablarías tan bien su lenguaje de muecas y contradicciones?

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Mírate, comprende de una vez que tu pasado no merece perdón ni explicaciones por el solo hecho de que es irremediable. Solo existen aquellos que logran afrontarlo; y los otros, los que se desmoronan bajo el peso de una historia insurgente y húmeda, una mistificación del duelo de los nigromantes. Y tu… tu no eres de los afortunados.

Míralos ¿creés que podrían comprender tus palabras aun en su vulgata? ¡Ve, juntate con aquellos negadores de la vida, que adoran los maderos y los templos de platón! ¡Ve, esfúmate entre la nada rencorosa que los circunda, busca el amor y el fracaso del amor! Busca las cosmovisiones y sus rupturas. Y cuando al fin, ya roto y desgastado, nihilista y apolíneo, arrastrándote sobre tus sucios pies de mortal vuelvas a mi, yo mismo curare tus difamaciones con mis dagas y el peso metafórico de mis dagas. Con la fuerza irreversible de lo dionisiaco”.

De esta manera Argos abofeteaba al escritor cierta noche bajo la luz esporádica de una luna imperceptible, mientras entre sus convulsiones de gracia perversa dejaba entrever la cuenca de sus encías ennegrecidas. El escritor, como una amarga proeza, sacudió su cabeza, como intentando evitar que aquellas palabras forjadas con la delicadesa de un órfebre sobre la furia incontenible de Argos se clavaran con demasiada profundidad en su carne... quizás ya era tarde.

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